martes, 19 de junio de 2012

Juan de Ávila, el Padre espiritual

Fray Luis de Granada explica que San Juan de Ávila escribe continuas cartas sobre muchas materias diferentes, con las cuales consuela a los tristes, anima a los flacos, despierta a los tibios, esfuerza a los pusilánimes, socorre a los tentados, llora  a los caídos, humilla a los que de sí presumen, atendiendo por especial facultad de Nuestro Señor a personas de diferentes estados.

Esta actividad recogida en su Epistolario, lo convierten en un original predicador entre los sacerdotes de su tiempo él sólo se destacó en esta diligencia, escribiendo tantas maneras de cartas...Las cuales nunca él imaginó que saliesen a la luz como agora han salido por industria y diligencia de sus fieles discípulos, que de diversas partes las recogieron.

Cuando Fray Luis recibe el encargo, de predicar en la Catedral de Córdoba la Cuaresma, en febrero de 1538, le pide consejo por carta. Juan de Ávila le contesta, incluyendo un comentario sobre el oficio de padre espiritual:

Con atención y casi sonriéndome leí la palabra que Vuestra Reverencia en su carta dize, que le parece dulce cosa engendrar hijos y traer ánimas al concimiento de su Criador; y respondí entre mí: "Dulce bellum in expertis". El engendrar no más confiesso que no tiene mucho trabajo, aunque no caresce dél, porque si bien hecho ha de ir este negocio, los hijos que hemos por la palabra de engendrar, no tanto han de ser hijos de voz quanto hijos de lágrimas, porque, si uno llora por las ánimas y otro predicando las convierte, no dudaría yo de llamar padre de los assí ganados al que con gemidos de parto lo alcançó del Señor, antes que al que con palabra pomposa y compuesta los llamó por defuera.

A llorar aprenda quien toma oficio de padre para que le responda la palabra y respuesta divina que fue dicha a la madre de Sant Augustín por boca de Sant Ambrosio: "Hijo de tantas lágrimas no se perderá". A peso de gemidos y offrecimiento de vida da Dios los hijos a los que son verdaderos padres, y no una, sino muchas vezes ofrecen su vida porque Dios dé vida a sus hijos, como suelen hacer los padres carnales. Y si esta agonía se passa en engendrar ¿qué piensa, padre, que se passa en los criar?...

Pues las tentaciones, sequedades, peligros, engaños, escrúpulos, con otros mil cuentos de siniestros que toman, ¿quien los contará? ¿qué vigilancia, para estorvar no vengan a ellos? ¿qué sabiduría para saberlos sacar después de entrados? ¿paciencia para no cansarse de una, y otra, y mil vezes,  oirlos preguntar lo que ya les han respondido, y tornarles a dezir lo que ya se les dixo? ¿Qué oración tan continua y valerosa es menester para con Dios, rogando por ellos porque no se mueran!, porque si se mueren, créame padre, que no ay dolor que a este se iguale, ni creo que dexó Dios otro género de martirio tan lastimero en este mundo como el tormento de la muerte del hijo en el coraçón del que es verdadero padre: ¿qué le diré?, no se quita este dolor con consuelo temporal ninguno, no con ver que si unos mueren otros nacen, no con dezir lo que suele ser sufficiente en todos los otros males: "El Señor lo dio el Señor lo quitó; su nombre sea bendito". Porque como sea el mal del ánima, y pérdida en que pierde el ánima a Dios, y sea deshonra de Dios, y acrecentamiento del reino del pecado nuestro contrario vando, no ay quien a tantos dolores tan justos consuele. Y si algún remedio ay es olvido de la muerte del hijo; mas dura poco, que el amor haze que cada cosita que veamos y oyamos luego nos acordemos del muerto, y tenemos por traición no llorar al que los ángles lloran en su manera, y el Señor de los ángeles lloraría, y moriría si posible fuesse. Cierto, la muerte del uno excede en dolor al gozo de su nascimiento y bien de todos los otros. Por tanto, a quien quisiere ser padre conviénele un coraçón tierno y muy de carne para aver compasión de los hijos, lo qual es muy gran martirio, y otro de hierro para sufrir los golpes que la muerte de ellos da, porque no derriben al padre o le hagan del todo dexar el officio, o desmayar, o passar algunos días que no entienda sino en llorar, lo qual es inconveniente para los negocios de Dios, en los quales ha de estar siempre solícito y vigilante; y aunque esté el coraçón traspasado destos dolores, no ha de afloxar, ni descansar, sino haviendo gana de llorar con unos, ha de reir con otros...

Acá, padre, mándannos siempre busquemos el agradamiento de Dios, y postpongamos lo que nuentro coraçón querría; porque por llorar la muerte de uno no corran por nuestra negligencia peligro los otros. De arte que, si son buenos los hijos, dan un muy cuidadoso cuidado, y, si salen malos, dan una tristeza muy triste: y assí no es el coraçón del padre sino un recelo continuo y una atalaya desde alto, que de sí lo tienen sacado, y una continua oración encomendando al verdadero padre la salud de sus hijos, teniendo colgada la vida dél de la vida dellos, como S. Pablo dezía: "Yo vivo, si vosotros estáis en el Señor". Razón es que diga a V. R. algunos avisos que deve guardar con ellos, los quales no son sino sacados de la experiencia de yerros que yo he hecho.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, Biografías, t. XVI, F.U.E. Madrid 1997, p. 36
Beato Juan de Ávila, Epistolario, Clásicos Castellanos, Ediciones La Lectura, Madrid 1912

sábado, 9 de junio de 2012

Sermones de tiempo: el Corpus Christi II

Hay en el salmo 71 un testimonio riquísimo y admirable de este sacrificio y este pan: un salmo que casi todos los rabinos lo atribuyen al Mesías. En la edición vulgata dice así: En su tierra aun en la cima de los montes habrá sustento. El obispo Pablo de Burgos afirma que la versión Caldea pone: Habrá una tortita ( de trigo) sobre la cabeza de los sacerdotes. En su versión e interpretación los rabinos no disienten en absoluto de esta tendencia y esta traducción. Unos tradujeron: Habrá una torta de trigo sobre la tierra en la cima de los montes. Y otros: Habrá un sacrificio de pan sobre la tierra en la cima de los montes. Estos montes son los que la versión caldea antes citada llama cabeza de los sacerdotes. Estos son los montes aquellos, de los que el salmista había dicho poco antes: Reciban del cielo Los montes la paz para el pueblo

Por estas interpretaciones deducimos claramente que Cristo no es sólo pan, que nos sustenta en la vida espiritual, sino también sacrificio, que ofrecemos al Padre eterno por nuestros pecados. Pues consta en la tradición de los propios hebreos, que el salmo citado se refiere al reino del Mesías, del que atestigua el Espíritu Santo en el salmo 109 que sería sacerdote eterno según el orden de Melquisedec.

Lo mismo que en la ley antigua todos los sacrificios y la inmolación de animales representaban el verdadero sacrificio y la muerte de Cristo sumo sacerdote, así antes de la ley también Melquisedec, sacerdote y rey, ofreciendo a Dios en sacrificio el vino y el pan, representaba la figura de este sacramento y a la vez sacrificio divino.

Antes del sacrificio verdadero y saludable del mundo, el Padre eterno se alegraba con la imagen de su Hijo, y quería que los justos (mientras la verdad estaba ausente) se ejercitaran en ofrecer y contemplar estas imágenes. Es en verdad un gran consuelo para los amantes, mientras el amado está ausente, deleitarse con algo que exprese su viva imagen.

Igual que Melquisedec ofrecía el pan y vino a Dios en un sacrificio, que era, hemos dicho, figura del nuestro, así Cristo Señor, sacerdote nuestro según el mismo orden de Melquisedec, ofreció en la última cena el sacrificio verdadero del pan y del vino y lo dejó a los demás sacerdotes para que lo ofrecieran. Esto significa aquella torta de trigo que en la cabeza de los sacerdotes se anuncia para ser ofrendada: a ésta la elevamos todos los días sobre nuestras cabezas, cuando levantamos al cielo la sagrada hostia para que el pueblo la adore, y la ofrecemos a Dios Padre. Con esta interpretación concuerda la versión de san Jerónimo, quien en lugar de sustento traduce trigo memorable. Como nuestro Mesías no iba a traer al mundo abundancia de trigo o riquezas terrenales, sino espirituales y celestiales, este trigo memorable, que él nos iba a dar, es aquel pan vivo que se exhibe para ser consagrado, comido y ofrecido a Dios Padre en memoria de aquel sumo sacrificio.

De este testimonio tan ilustre, aceptado incluso por los enemigos de la verdad, podemos valernos contra ellos y contra los herejes de nuestro tiempo. Como se valió de él contra aquellos Juan Esquio, acérrimo defensor de nuestra fe.

Luego, por ser este sacramento además sacrificio, es vivificador y saludable no sólo para el que comulga o lo ofrece, sino también para toda la Iglesia, por la que se ofrece. Y no sólo importa a los vivos, sino también y mucho, a los muertos que en el purgatorio borran con fuego las manchas de su vida anterior.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F. U. E. Madrid 2002, p. 275-7
(Traducción Ricardo Alarcón Buendía)