viernes, 28 de diciembre de 2012

A los judíos de España y Portugal I

           Resumiendo, pues, todo lo que en esta cuarta parte se ha dicho, tres cosas hallamos aquí que testifican la verdad de la venida del Salvador de tal manera que cada una de ellas convence el entendimiento y deja los hombres atónitos, considerando cómo es posible que haya hombres ciegos en medio de tan clara luz.
La primera y más sustancial es el cumplimiento de aquellas cinco clarísimas hazañas que habemos referido, que son la destrucción de la idolatría, el conocimiento del verdadero Dios, y la sujeción del imperio romano a la fe de Cristo, y la pureza de vida de innumerables santos que ha habido después de la venida del Salvador, y el castigo y destierro de los que le procuraron la muerte. Las cuales hazañas estaban reservadas, según el testimonio de los profetas, para la venida de Cristo. Y pues éstas vemos ya manifiestamente cumplidas, síguese necesariamente ser ya venido el autor de ellas. Y no sólo todas ellas juntas, mas cada una por sí sola bastantemente prueba esto.
Mas cuando con esto se junta la segunda cosa, que es la circunstancia del tiempo en que este misterio se había de cumplir, según lo determina la profecía de Daniel con lo demás, esto es cosa que, bien considerada, asombra y deja pasmados todos los entendimientos….
Cuando este mismo profeta reveló a Nabucodonosor, rey de Babilonia, el sueño de que él estaba olvidado, quedó tan asombrado de esta maravilla que, con ser un tan gran monarca, se derribó a los pies del profeta, adorando y reverenciando el espíritu divino, que en él reconocía, y así mandó que le ofreciesen incienso y sacrificios como a Dios. Pues ¿qué menos es el cumplimiento de esta profecía de Daniel, que la revelación del sueño del rey?...
 Pues a esta segunda maravilla, que es la circunstancia del tiempo en que Hierusalem había de ser destruida, quiero añadir otra mayor, que es la circunstancia del lugar de donde habían de salir los que habían de destruir la idolatría del mundo y traer los hombres al conocimiento del Dios de Jacob. Pues por las profecías clarísimas de los profetas, que arriba alegamos, y aquí repetimos nos consta que de Sión y de Hierusalem habían de salir los que habían de obrar esta maravilla. Y así dice Isaías:

           En los días postreros estará aparejado el monte de la casa del Señor sobre la cumbre de los montes, y levantarse ha sobre los collados, y correrán a él todas las gentes, y vendrán a él muchos pueblos, y dirán unos a otros: ‘Venid, y subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob, y enseñarnos ha sus caminos, y caminaremos por la senda de sus mandamientos, porque de Sión saldrá la ley, y la palabra de Dios de Hierusalem’[1].

Todas estas son palabras de Isaías, que tan claramente denuncian estas dos cosas que aquí decimos, que son conversión de las gentes y el lugar de donde había de salir esta nueva luz del mundo.
Lo mismo profetizó Miqueas en el capítulo 4, y, lo que más es, por las mismas profecías de Isaías, como quien participaba del mismo espíritu. Mas David, en el psalmo 109, introduce al Padre eterno hablando con su Hijo, diciéndole que se asiente a su diestra hasta que le ponga todos sus enemigos por escabel de sus pies, y que la vara de su virtud, que es el sceptro de su reino, sacará él de Sión, para que venga a tener señorío en medio de sus enemigos. Estos enemigos eran los gentiles, los cuales a fuego y sangre perseguían el nombre y escuela de Cristo por defensión de sus ídolos, los cuales vinieron después a destruir y quemar esos mismos ídolos, y adorar a Cristo..
Y si es razón, como dijimos, que nos haga pasmar el cumplimiento de la profecía de Daniel, ¿cuánto mas lo debe hacer ésta?. Porque aquello era profetizar el tiempo en que aquella famosa ciudad y reino había de ser destruido, mas esto fue señalar el lugar de donde habían de salir los predicadores de la nueva ley, y destruidores de la idolatría que reinaba en el mundo y era defendida a fuego y a sangre  por todos los monarcas de él…
Considerando, pues, cómo no una profecía sola, sino tantas juntas, unas sobre otras,, están testificando la venida del Salvador, confieso que muchas veces me está llorando el corazón, viendo la extraña ceguedad que padece aquella parte de gente que permanece obstinada en su error en medio de una tan clara luz.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XII, F.U.E. Madrid 1996, p. 174-7




[1] Is 2, 2

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