miércoles, 26 de diciembre de 2012

Irenismo en el siglo XVI


Hacia mitad del siglo XVI aparece el Irenismo que parte de la distinción de Erasmo entre lo que es fundamental en la fe, donde puede haber acuerdo, y las sentencias teológicas en que puede haber opinión. En 1564 Jorge Witzel espera restablecer la unidad cristiana, quebrada a raíz de la reforma. Jorge Cassander considera el Símbolo apostólico como el fundamento de la iglesia de Cristo. Erasmo sigue influyendo en los irenistas Andrée Frycz Mondrzenski y en Michel de l'Hôpital. Desde el lado protestante, Jorge Calixto piensa que la única posibilidad de unión consiste en el Símbolo apostólico y el consenso universal de la antigua Iglesia sobre sus artículos fundamentales. El italiano Marcantonio de Dominis coincide con los anteriores en considerar fundamental la fe en Cristo y en el Símbolo apostólico[1].
Fray Luis no es erasmista aunque conoce bien el pensamiento de Erasmo desde la época de sus estudios en Valladolid, lo cual le costó más de un disgusto, como nos cuenta Álvaro Huerga en su biografía: Lo importante es el contenido: una página autobiográfica; un grito del escritor que se resiste a que lo pongan en la picota, no tanto por sí cuanto por el escándalo del prójimo[2]. Todavía cuando escribe la Introducción del Símbolo está preocupado por la situación de la Iglesia en Europa, y lo expresa como sigue:

Dicen los teólogos que la fe, demás de ser un hábito especulativo, que nos inclina a creer los misterios divinos, es también práctico, porque nos inclina a obrar conforme a lo que nos manda creer. Por donde, si el hombre resiste siempre a lo que esta celestial lumbre le enseña, permite Dios que venga del todo a perderla. Así dicen que el caballo, que naturalmente es inclinado a correr, viene a mancarse si está mucho tiempo en la caballeriza sin hacer este oficio. Y por esto manda sant Pablo a su discípulo Timoteo que ‘junte con la fe la buena consciencia, porque los que esto no hicieron, vinieron a perder esa fe'[3]. Lo cual vemos por experiencia en estos tristes tiempos, donde en aquellas naciones en que mucha parte de la gente era dada al vicio de comer y beber, haciendo dios a su vientre, permitió él que viniese a perderse la fe, y abrazar una herejía tan favorable a los apetitos de la carne como la de Mahoma. Pues por esta causa ha permitido nuestro Señor que viniese a estrecharse la fe, que antes estaba tan extendida y dilatada por todo el mundo, porque donde falta la buena conciencia y sobran todos los vicios, permite nuestro Señor que venga por tiempo a faltar la fe…
Aunque con esto es verdad que la fe y la Iglesia y el reino de Cristo, aunque esté agora estrechado, nunca faltará porque así nos lo tiene prometido el que lo fundó.

La esperanza de que la fe de la Iglesia se mantendrá en todos los tiempos, y de que el Símbolo es el fundamento de la misma es lo que motiva esta gran obra del escritor:

En lo cual parece que, aunque sean muchos los provechos que de esta escriptura se pueden colegir, pero uno de los más principales es aclarar los misterios de nuestra fe, y confirmar los fieles en ella, mostrándoles la hermosura y excelencias que tiene, para que así con mayor amor y devoción la abracen y estimen. Lo cual, aunque en todos los tiempos sea necesario, pero mucho más en éstos, donde por nuestros pecados, la fe ha recibido tantas heridas y padecido tan miserables naufragios como cada día vemos y lamentamos.



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XIII, F.U.E. Madrid 1997, p.434-5 y 14



[1] JEDIN, HUBERT, Manual de Historia de la Iglesia, t. V, ed. Herder, Barcelona 1972,  p. 864-866
[2] HUERGA TERUELO, ÁLVARO, Fray Luis de Granada, B.A.C. Madrid 1988, p. 143
[3] Tim I, 1, 6

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