martes, 11 de diciembre de 2012

Sermones de Adviento VII: La cena


Y así como el precursor de Cristo, Juan, vino para hacer a los hombres, con los avisos de su doctrina, un habitáculo digno de Dios, las voces de la Iglesia ahora (que de día y noche resuenan en los templos) tienden a esto, a prepararnos para recibir y celebrar el natalicio del Señor con espíritu piadoso. Por eso la Iglesia clama todos los días a Dios: Despierta, Señor, nuestros corazones para preparar los caminos de tu Unigénito, para que por su venida[1], etc.. El propio Salvador en el Cantar, luego de mostrarnos los sufrimientos y los beneficios con los que nos atrajo hacia sí, con voz dulce y amorosa pide que le abramos la entrada de nuestro corazón: ¡Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía! Que está mi cabeza cubierta de rocío, y mis cabellos de la escarcha de la noche[2]. Lo mismo vuelve a decir en el Apocalipsis: Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenará con él y él conmigo[3].
         ¡Oh feliz banquete, cena apetecible, festín celestial, que ha preparado con regia solemnidad, no el hombre, sino el señor de todas las cosas! ¡Dichosos de verdad a quienes les ha sido dado gozar de esta cena, digna del esplendor y la grandeza divina!. Cenaré con él y él conmigo. ¿Qué significa esta clase de convite? ¿No bastaba con decir cenaré con él, sin tener que añadir y él conmigo?. Pero era como decir: Los dos prepararemos la cena, pondremos en común nuestros platos, él cogerá de los míos y yo de los suyos; él me ofrecerá penitencia, con la que yo me alimento, lágrimas que yo bebo y devoción en la que yo me gozo; yo le daré el perdón que él anhela de sus pecados, la paz que él desea, la justicia que demanda y el gozo del Espíritu Santo, esto es, el maná escondido, que sólo quien lo recibe conoce.
         Para celebrar este banquete pide el Esposo con palabras llenas de amor que le abramos la puerta de nuestro corazón; en él desea ardientemente entrar, habitar y descansar, pues entre sus delicias están los hijos de los hombres.
         Y lo que añade: Que está mi cabeza cubierta de rocío, y mis cabellos de la escarcha de la noche[4] significa, por una parte, la perseverancia de quien insistió tanto en llamar, que su cabeza se mojó del rocío de la noche y del relente; por otra, nos dice las razones para abrirle, pues estos nombres simbolizan las penas de los pecados que por nuestro amor sufrió la víctima más inocente. No es extraño que pida ardientemente entrar en nosotros el que por esto mismo quiso padecer tantos sufrimientos.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXIV, F.U.E. Madrid 1999, p. 421
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)





[1] Misale iuxta ritum Ordinis Praedicatorum, Roma 1965, p. 2
[2] Ct 5, 2
[3] Ap 3, 20
[4] Ct 5, 2


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