domingo, 2 de diciembre de 2012

Sermones de santos: Venid a mí... yo os aliviaré



TEMA: Venid a mí todos los que tenéis trabajos, y estáis cargados, y yo os aliviaré (Mt 11, 28)

         La solemnidad sagrada de este día recomienda mucho, hermanos carísimos, el oficio de la predicación evangélica. Porque es constante que el destino principal de los apóstoles, con que convirtieron el mundo a la fe de Cristo, fue la predicación del evangelio. Y cuánta sea la dignidad de este oficio, ciertamente hay muchas cosas que lo declaran. Pero la primera entre ellas es que este mismo fue el cargo y oficio de nuestro Salvador.. Por esta causa el apóstol san Pablo no dudó llamarlo Apóstol y Pontífice de nuestra confesión[1]. Luego ¿cuál será aquel oficio a que Dios Padre envió a la tierra a su Hijo para que el que antes nos hablaba en los profetas, ahora nos hablara también en su Hijo?[2]. También la elección de san Matías apóstol declara manifiestamente la dignidad de este cargo. En la cual, sin embargo que eran muy santos los electores, y muy ajenos de la aceptación de personas, que domina mucho en las elecciones, no atribuyeron tanto a su parecer, que se prometieran por sí el acierto de esta elección, sino que, desconfiando de sus juicios y acogiéndose a aquella primera regla de verdad que no puede engañarse ni engañarnos: tú, Señor, dicen, que conoces los corazones de todos, muéstranos cuál de estos dos has escogido, para que tome el lugar de este ministerio y apostolado, del cual por su prevaricación cayó Judas[3]. Si preguntáis la causa de esto, no es otra que la dignidad y majestad del oficio, a quien se ha confiado la salud de las almas, redimidas no con el oro o plata corruptibles, sino con la sangre preciosa del Cordero inmaculado[4].  Pues lo que tanto costó a su Redentor, y lo que está entre premios eternos, o eternos castigos, ¿acaso no se ha de procurar con mucho cuidado y diligencia?. Luego por fin del oficio será fácil colegir su dignidad y necesidad; y conocida ésta, no parecerá extraño que estos varones santísimos no quisiesen arrogarse a sí este tan grave negocio, sino encomendarlo a Dios…
         EXPLANACIÓN DEL TEMA
         Venid a mí todos los que estáis en trabajos, y yo os aliviaré. Así como entre las virtudes, con que se adorna el alma, es la primera en el orden la fe, que ilustra el entendimiento, del cual procede toda acción; así, por el contrario, su ceguera es el principio de todos los vicios con que se afea el alma. Porque, estando ciego el entendimiento, que es el caudillo de la voluntad humana, ¿qué cosa podrá hacerse ni administrarse bien por el hombre? Pues si un ciego guía a otro ciego[5], ¿ acaso los dos no caerán en la hoya?
         Entre los errores todos de los mortales, que son muchos y varios, me parece a mí que el mayor y principal es que, engañados del diablo, creen que es áspero y escabroso el camino de la virtud; y ameno y deleitable el de los vicios. Esto hace que, dejando el camino de la virtud y honestidad, anden por el camino de los vicios, llano y suave a su parecer. Porque es tal la condición del corazón humano que, como dice Aristóteles, apetece mucho las cosas dulces y deleitables, y huye de las contrarias. De aquí manó aquella sentencia de los retóricos: ninguna cosa se seca más presto que las lágrimas, porque la voluntad humana huye todo lo triste, como contrario a ella, y desea con suma ansia las cosas gustosas y agradables, que la refuerzan y recrean. Por tanto, así como dicen los médicos que nuestro hígado se deleita mucho cono las comidas dulces, y las trae a sí con vehemencia, de este modo nuestra voluntad, así como se ofende con las cosas amargas, así como ansía las dulces. Esto, como antes se ha dicho es la causa por que los malos huyen la virtud como horrible y abrazan los vicios como dulces y deleitables.
         Pues este error, hermanos, me parece a mí que entre todos es el más pernicioso a los hombres y él solo recomienda mucho los vicios con título de deleite. Contra este error debo yo combatir con frecuencia, y os debo mostrar con razones muy claras que es muy verdadera aquella sentencia que leemos en el Eclesiástico: El camino de los pecadores está empedrado de piedras[6], y después de él está el infierno, las tinieblas y la pena.
         Esto mismo persuaden y predican las palabras del Señor: Venid a mí todos los que estáis en trabajo, y estáis cargados, y yo os aliviaré[7], ¿por ventura no demuestra los cuidados y afanes de los hombres malos, y el reposo y delectación de los justos? Porque ¿a quiénes otros que a los pecadores, que están agravados con el peso de sus pecados, llama el Señor cargados? ¿Y a quiénes otros promete el auxilio del alivio y refuerzo, sino a los que se acogen a él, esto es, a los hombres piadosos y buenos?. Acaso esto también no amenazó Moisés casi con las mismas palabras al pueblo prevaricador: Porque no quisiste, le dice, servir a tu Señor Dios en gozo y alegría de tu corazón por la abundancia de todas las cosas, servirás a tu enemigo, que pondrá yugo de hierro sobre tu cerviz[8]. Y así lo que el Salvador llama carga, Moisés llama yugo de hierro, lo que aquél refuerzo, éste gozo y abundancia de todas las cosas. Estos dos testimonios de las Santas Escrituras, pronunciadas por boca de la misma verdad debieran ser bastantes y sobrados para que, dejando el error vulgar de los hombres, creyéramos ciertísimamente que el camino de los mandamientos divinos, estaba lleno de verdaderas delicias, y que el de los malos lo está de tropiezos y cargas muy pesadas.


Fray Luis de Granada Obras Completas, t. XXXIX, F.U.E. Madrid 2003, p. 457-473 (Traducción de Pedro Duarte, Ricardo Alarcón Buendía y Juan Manuel Conesa Navarro)




[1] Hb 3, 1
[2] Hb 1, 1-2
[3] Hc 1, 24-25
[4] P I, 1, 18-19
[5] Mt 11, 14
[6] Si 21, 11
[7] Mt 11, 28
[8] Dt 28, 47-48

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