viernes, 6 de enero de 2012

Sermones de tiempo: Epifanía

     Turbado Herodes con este anuncio, reúne a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas y les pregunta dónde había de nacer el Mesías. Ellos le dicen: en Belén de Judá...los Magos, después de oír al rey se fueron. ¿No es asombroso que unos extranjeros vayan a adorar a un rey extraño, y que los hijos de Israel, a los que las promesas celestiales, los anhelos de los santos padres, y tantos oráculos de los profetas los apremiaban a buscar al rey nacido entre ellos, ni se mueven a buscarlo? A los Magos además sólo una estrella los había traído desde tan lejos.

     ¿Qué alteración es esta?, dice san Máximo, ¿qué mudanza?: Habla el profeta a los judíos, y nadie le oye; y entre los gentiles, una estrella calla, y los convence. Estaba escrito: vieron lo que no se les había contado, y comprendieron lo que no habían oído. Se hizo entre judíos y gentiles como un certamen a favor y contra la fe: Caldea salta de júbilo porque ha nacido Cristo: mientras, toda Jerusalén y sus gobernantes se atormenta. Los judíos lo persiguen, los Magos lo adoran. Herodes afila su espada, los Magos preparan sus regalos.

     Es algo que causa asombro, y que acusa con fuerza a los judíos. Mas no sé yo si nos debe acusar aún más a nosotros, pues ¿cuánto mayores incentivos tenemos nosotros para la piedad que los Magos y los judíos? Ellos habían sido instruídos en la ley y las escrituras que les movían a la piedad y la fe; pero nosotros, que estamos no bajo la ley sino bajo la gracia ¿cuántos mayores estímulos nos urgen a la piedad?

Fray Luis de Granada, Obras Completas, Sermones de tiempo: la Epifanía  t. XXV, F. U. E. Madrid 2000, p. 291

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía

Sermones de tiempo: Navidad I

He aquí un niño del cielo, acostado entre brutos rebaños,
al que una ropa sencilla le cubre los pechos divinos.
Tiene por trono un pesebre muy duro para reclinarse
a quien no pueden contener el mundo entero y sus espacios.
Mira cómo está desnudo el niño entre las pajas, y cómo del frío
tiemblan los miembros sagrados del inmortal tonante.
Tiene por compañeros un toro y un asno.
El que gobierna la tierra y el mar y manda sobre los astros
¿Cómo yace entre la paja y la hierba cogida en las charcas?
Nada tiene de extraño: que a Dios le sigue la triste pobreza.
¡Ay felices entrañas de una madre afortunada,
que tuvo la dicha de renovar el linaje con tan divino parto!
¡Oh piedad, decoro nuestro inolvidable!
¡Oh pastor que nunca olvidas tu rebaño!
¡Oh niño, prenda gloriosa del amor eterno!
Nace ya, precioso niño, gloria del siglo que empieza!
¡Qué de torres y enemigos rendiremos, si eres tú nuestro guía!
Lo será: Entre tanto, ya por ti se abre el cielo;
invicto vencerás tú el fortín de los impíos,
y limpiarás sin pecar tú el pecado de los demás.
Nace ya, honra de los cielos y complacencia del Padre,
nace, esperanza de los hombres, gozo de la vida celestial,
volverás a los patrios alcázares de tu reino de estrellas.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, Sermones de tiempo: la Navidad  t. XXV, F. U. E. Madrid 2000, p. 143 

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía

Sermones de tiempo: después de Epifanía

     Nos servirá el ejemplo de san Agustín, que muchos años antes de su conversión andaba atormentado, hasta que le asistió aquella mano de Dios todopoderoso.Y ¿cuántas cosas aguantó: cuántas angustias, cuántas vueltas y revueltas de su alma fluctuante? ¿Cuántas veces se desanimó? ¿Cuántas veces estuvo como parado a mitad de un camino? ¿Cuántas veces se animó a vivir castamente, viendo a otros, y cuántas veces luchó contra sus malas pasiones, hasta que las superó, gracias a la ayuda divina? Esto es lo que da a entender el Señor en este pasaje, en el que cura la lepra (que antes no se curaba) con el contacto de su mano.

     Finalmente, tocó al leproso, para declarar el poder admirable del sacramento de la eucaristía, en el que se produce el mismo contacto, pues es el mismo cuerpo de Cristo, del que entonces emanaba la virtud que sanaba a todos.

     Esta virtud cimentaba la fe y sanaba visiblemente los cuerpos. Ella misma, una vez cimentada la fe, sana invisiblemente las almas, lo cual no es tan admirable y digno de estima. Por tanto, si muchos querían entonces tocar al Señor, para ser curados de la lepra corporal, mucho más debemos tocar su cuerpo santísimo en la comunión, para ser librados de la lepra del alma.

     Y no debemos preocuparnos menos de nuestra alma que de nuestro cuerpo, ni debemos querer menos su salvación, sobre todo porque las enfermedades espirituales son más peligrosas, porque el alma es más valiosa que el cuerpo. Pues nos hace más daño, lo que daña nuestra parte más noble. Por tanto, si una muchedumbre de enfermos corría junto al Señor, ¿cómo no nos acercamos nosotros a la Eucaristía con un deseo interior semejante, si a todos los que nos acercamos nos concede graciosamente la salud, la vida, la alegría, una fuerza invencible, la fortaleza de ánimo, los carismas del Espíritu Santo, y finalmente el premio de la vida eterna?.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, Sermones de tiempo: después de Epifanía t. XXVI, F. U. E. Madrid 2000, p. 155

Traducción de María del Mar Morata García de la Puerta