jueves, 29 de noviembre de 2012

Ecce Homo


Acabado este tormento de los azotes, comiénzase otro no menos injurioso que el pasado, que fue la coronación de espinas. Porque acabado este martirio, dice el Evangelista que vinieron los soldados del Presidente a hacer fiesta de los dolores e injurias del Salvador, y tejiendo una corona de juncos marinos, hincáronsela por la cabeza, para que así padeciese por una parte sumo dolor, y por otra suma deshonra. Muchas de las espinas se quebraban al entrar por la cabeza, otras llegaban, como dice sant Bernardo, hasta los huesos, rompiendo y agujereando por todas partes el sagrado celebro. Y no contentos con este tan doloroso vituperio, vístenle de una ropa colorada, que era entonces vestidura de reyes, y pónenle por sceptro real una caña en la mano, y hincándose de rodillas, dábanle bofetadas, y escupían en su divino rostro, y tomándole la caña de las  manos, heríanle con ella en la cabeza, diciendo: Dios te salve, Rey de los judíos[1]. No parece que era posible caber tantas invenciones de crueldades en corazones humanos, porque cosas eran éstas que si en un mortal enemigo se hicieran, bastaran para enternecer cualquier corazón: mas como el demonio era el que las inventaba, y Dios el que las padecía, ni aquella tan grande malicia se hartaba con ningún tormento, según era grande su odio, ni ésta tan grande piedad se contentaba con menos trabajos, según era grande su amor.


Fray Luis de Granada Obras Completas, t. V, F.U.E. Madrid 1995, p. 241



[1] Mt 27, 29

Sermones de tiempo: Echad las redes



Al agolparse, pues, de este modo sobre Jesús la multitud para oír la palabra de Dios, comenzó a desempeñar su oficio el Maestro celestial, que no juzgaba ningún tiempo ni ningún lugar poco oportuno para ello. Así, realizaba su misión profética unas veces en la sinagoga, otras en el monte, a veces en la llanura, a veces en la orilla del mar. Por tanto, en lugar de púlpito cubierto con paño de seda y recamado en oro, subió a la barca para realizar esta misión libre de la muchedumbre y del apretujamiento del pueblo. Rogó en consecuencia a Pedro, el cual era dueño de la barca, que la apartara un poco de tierra. En esto se manifiesta la amabilidad y dulzura del Señor, ruega a Pedro, a quien, como soberano de todo, podía mandar dar órdenes.
         No carece de misterio que quisiese que la nave fuera apartada un poquito de tierra. San Agustín explica esto de modo que instruye al predicador para que en la tarea de enseñar no se adhiera excesivamente a la tierra ni se aleje demasiado de ella, es decir, para que enseñando lo terreno, no se acomode al deseo de los hombres instintivos, que sólo se complacen en las cosas terrenas, ni, por el contrario, pretenda enseñar cosas demasiado elevadas o difíciles, cosas que no puedan comprender los oyentes. De este modo se acomodaba ejemplarmente Pablo a la capacidad del pueblo: hablaba con lenguaje elevado de sabiduría entre los perfectos y alimentaba con leche a los débiles[1].
          Cuando terminó de enseñar a la multitud en la navecilla de Pedro, dice a éste: Rema hacia alta mar y echad las redes para pescar[2]. El piadoso y benigno Señor no quiso dejar sin premio ni siquiera aquella pequeña atención de Pedro. Si es tan grande su generosidad y magnificencia que no deja sin premiar ni siquiera un vaso de agua fresca[3]; qué tiene de sorprendente si quisiera remunerar con toda magnificencia esta tan pronta voluntad de Pedro?. Pues él no paga igual por igual, al modo de los mercaderes, sino que por su  divina generosidad recompensa lo poco con lo mucho.  De este modo premió a Pedro: por haber puesto a su disposición una navecilla para predicar, le da dos cargadas de peces. Le dice Rema hacia alta mar y echad las redes para pescar. Simón Pedro le responde: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, en tu palabra, echaré las redes[4].

Fray Luis de Granada Obras Completas, t. XXXVI, F.U.E. Madrid 2002, p. 223-5
(Traducción de Carlos Cristóbal Cano y Álvaro Huerga)



[1] Cf. Co I, 3, 1
[2] Lc 5, 4
[3] Cf. Co I, 2, 6; 3, 3
[4] Lc 5, 5

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Epistolario: clama, peto, quaere, et pulsa


     Finalmente, yo confieso que son piadosos estudios los de Vuestra Reverencia; pero yo creo que eran tales los de Marta, y así creo que cuadra muy bien decírsele a Vuestra Reverencia : Martha, Martha, sollicita es et turbaris erga plurima; porro, unum est necessarium[1].
         Dirá Vuestra Reverencia: ¿para qué escribís eso, pues no es en mi mano hacer más? Tampoco era en la de los judíos salir de Egipto, et clamaverunt ad Dominum. Clama, peto, quaere, et pulsa[2]. Y dirá el Señor: videns, vidi aflictionem populi mei[3].
         Yo no quiero decir que ayudo; que, a lo menos, quod possum, clamo, si forte audita Dominus[4]; y digo: usquequo, Domine, oblivisceris me in finem? Et reliquia[5].
         En lo demás, pésame porque tan tarde comencé a conocer a Dios; y en lo demás, me remito para cuando nos veamos en el cielo.
         Y para confesar a Vuestra Reverencia parte de mi vida, sepa que un poco de tiempo que con esta luz he caminado en seguimiento de nuestro Señor, y de dos jornadas que hay hasta llegar –la una: menospreciar el mundo, que es dexar a Egipto; y la otra: que es amar a Dios-, de la primera tengo un buen trecho ya pasado; y de la segunda aun tengo por andar. Y cuando algunas veces vuelvo la cabeza atrás, a mirar de dónde partí, para ver cuánto me he dejado atrás, no hallo la señal, o, si la hallo, es para gran dolor y confusión mía, viendo cuán lejos vivía de Dios, y dándole muchas gracias que me libró de tanta ceguedad como es vivir el hombre ciego y tenerse por alumbrado, y presumir de adiestrar ciegos desacordado de sí. Y temo mucho por los tratos que en el mundo y en la Orden se suelen ofrecer de perder esta poquita de lumbre, y, siguiendo el hilo de la gente que agora se usa, tornarme a las primeras tinieblas. Y hasta que me echen la tierra, siempre viviré con este temor.


Fray Luis de Granada Obras Completas, t. XIX, F.U.E. Madrid 1998, p. 19-20 (Carta a fray Bartolomé Carranza de Miranda, O.P., Escalaceli, octubre de 1539)



[1] Lc 10, 41
[2] Cf. Sal 106, 6; Mt 7, 7; Lc 11, 9
[3] Ex 3, 7
[4] Cf. Is 6, 10
[5] Sal 12, 1

martes, 27 de noviembre de 2012

Sermones de tiempo: Bajé del cielo para hacer la voluntad del que me envió


         Dice pues el evangelista: Cuando cumplió Jesús doce años, subiendo sus padres a Jerusalén según la costumbre de la fiesta, y volviéndose pasados los días, se quedó el Niño en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres[1].
         Esta  primera acción del Salvador esboza la trayectoria de toda su vida encomiable. Pues se quedó en Jerusalén, sentado en el templo, en medio de los doctores para enseñarles, instruirlos, iluminarlos y exponerles los misterios de la fe; para ilustrar la gloria de su Padre con esta doctrina celestial, y volver a los extraviados al camino de la salvación. Así se lo dijo a sus padres: ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que conviene que esté en las cosas que son de mi Padre?[2]. Y ¿de qué otra cosa se ocupó en toda su vida? ¿Acaso fue a lo suyo, desentendiéndose de los hombres? ¿Comió alguna vez Él sólo? ¿Se comportó alguna vez de otra forma? ¿Cuándo hizo algo, que no fuera para salvar a los hombres?. Estas son sus palabras: El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos[3]. Y también: Bajé del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió[4].
         Por esto, la santidad de Cristo dista muchísimo de la santidad de cualquiera de nosotros, porque nosotros, aunque seamos buenos, trabajamos sobre todo para nosotros mismos, atesoramos para nosotros mismos, y nos hacemos un tesoro infinito en el cielo. Pero Cristo el Señor, dueño de todas las gracias y bienes, trabajó para mí, vigiló para mí, se agotó con vigilias y ayunos por mí, y sudó y pasó frío sólo por mí. Y así, aunque los componentes de toda obra buena sean el mérito de la virtud y el trabajo que cuesta hacerla, sin embargo, la caridad de nuestro buen Dios fue de tal calibre, que se cargó Él con lo más duro, pues Él solo pisó el lagar, y me dio a mí el fruto de ese esfuerzo, para que yo me enriqueciera de sus méritos y de su gracia[5].



Fray Luis de Granada, Obra Completa, t. XXVI, F.U.E. Madrid 2000, p. 11-2
(Traducción de María del Mar Morata García de la Puerta)



[1] Lc 2, 42-3
[2] Lc 2, 49
[3] Mt 20, 28
[4] Jn 6, 38
[5] Cf. Is  63, 3

Sermones de tiempo: Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre


Qué cosa hay más íntima que estos nombres? ¿Qué cosa hay más sublime y de mayor unión? Habiendo muchas cosas muy dignas de atención en este lugar, lo primero que se nos declara es con cuánto deseo de la gloria del Padre se abrasaba Cristo Señor, para quien nada era más querido, nada más importante que manifestar su gloria de todos los modos. Y todos sus cuidados los tenía puestos en solo esto, de tal manera que todo el que cumpliese la voluntad del Padre era para él hermano, hermana, madre y, finalmente, cuanto en la tierra puede estimarse de mayor unión. En una palabra, que no reconocería como hermanos, ni madre o con otro nombre que haya más íntimo, sino el de aquel que se dedicase por entero a complacer al Padre. Porque esto es lo que dice: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis parientes?[1]. Como si dijera: No conozco otros hermanos ni otra madre, sino  aquellos que se dedicaron enteramente al servicio de mi Padre. Esto mismo es lo que dice en otro lugar a los discípulos que le ofrecían alimento: Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis. Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y consumar su obra[2]. Luego, en lo que se refiere a nuestra felicidad, debe notarse principalmente cuánta sea la dicha del hombre constituido en gracia, a quien el Hijo de Dios lo vincula a sí con títulos de tan estrecho parentesco que lo llama madre, hermano y hermana.



Fray Luis de Granada, Obras Completas t. XXVIII, F.U.E. Madrid 2000, p. 359
(Traducción de Donato González- Reviriego)




[1] Mt 12, 48
[2] Jn 4, 32 y 34

lunes, 26 de noviembre de 2012

La Eucaristía: Haced esto en mi memoria




La causa inmediata de la institución de este sacramento fue la que el mismo Señor expresó cuando lo instituía, diciendo: Haced eso en memoria mía[1]. Esto es en memoria de mi pasión y muerte, y de aquella caridad excelentísima con que yo perdí la vida, para daros a vosotros la vida eterna. En este sacramento, pues, el Señor nos dejó una señal de esta caridad. Efectivamente, los que se aman con un amor ardentísimo, cuando se separan mutuamente, ya que a sí mismos no se pueden dejar –lo que principalmente querrían si pudieran- suelen dejar algún sucedáneo que los recuerde, y para esto se suelen dar alguna señal como un anillo, o algo semejante en testimonio de amor, para que llevándolo a la vista, no permita que se pierda la memoria del amigo ausente. Por lo demás, superando inmensamente a todos los otros amores el amor de Cristo a su Esposa la Iglesia, y él por su virtud omnipotente pueda quitarse de nuestra vista, y también quedarse con nosotros, debió dejar a su Esposa una señal, en la cual quedara perpetuamente con ella no algo suyo, sino él mismo. Añade que aquel sumo sacrificio de la pasión del Señor proveniente de esta misma caridad, una vez ofrecido nos aprovecha siempre para la salvación, y, por eso, debe ser perpetua su memoria, porque perpetuamente obra nuestra salvación.


Fray Luis de Granada, Obras Completas t. XXXI, F.U.E. Madrid 2001, p. 210 (Traducción de Donato González- Reviriego)




[1] Lc 22, 19

La Creación: Hagamos al hombre...




         Y comenzando a tratar de la dignidad y oficios de esta ánima intelectiva, decimos primeramente que ella es la que nos diferencia de los animales brutos, y nos hace semejantes a Dios y a sus santos ángeles, Lo cual testificó el mismo Hacedor, cuando al principio de la creación dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza[1], la cual semejanza decimos que tiene por razón de esta ánima intelectiva.
         Donde primeramente se ha de notar con cuánta autoridad comenzó el Criador a tratar de la creación del hombre. Porque en la de las otras cosas no hacía más que decir: Hágase esto, y luego era hecho. Y así dijo: Hágase luz, y luego fue hecha la luz[2], y Háganse lumbreras en el cielo, y luego salió a luz el sol y la luna juntamente con todas las estrellas[3]. Mas habiendo de criar al hombre, usó de este nuevo lenguaje diciendo: Hagamos, etc. Las cuales son palabras no de sola una persona divina, sino de muchas, que es de toda la Santísima Trinidad, que entendió en la fábrica de esta noble criatura. Pero otra mayor se nos descubre en decir: A nuestra imagen y semejanza. Porque ser imagen de Dios, a solo el hombre y al ángel pertenece. Ca las demás criaturas, aunque sean sol, y luna, y estrellas con todas las demás, no se llaman imágenes, sino huellas o pisadas de Dios, por lo poco que representan de su grandeza[4]. Mas por representar el hombre y el ángel mucho más de aquella altísima naturaleza, se llaman imágenes de Dios. Y aún esto se conforma por otra particularidad que entrevino en la formación del hombre. Porque habiendo Dios formado su cuerpo del lodo de la tierra, cuando crió el anima, dice la Escriptura que sopló Dios en él espíritu de vida[5]. Y porque el soplo procede de la parte interior del que sopla, quiso darnos a entender en esto ser el ánima una cosa divina, como cosa que salió del pecho de Dios, no porque sea ella partícula de aquella divina substancia, como algunos herejes dijeron, sino porque participa en muchas cosas la condición y propiedades de Dios, como luego veremos.


Fray Luis de Granada, Obras  Completas, t. IX, F. U. E. Madrid 1996 p. 285-6





[1] Gn 1, 26
[2] Gn 1, 2
[3] Gn 1, 27
[4] S. TOMÁS, Summa theologiae, I q. 93 a. 6
[5] Sb 15, 11

La Anunciación: Hágase en mí según tu palabra


He aquí, dice ella, la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Siempre suele ser familiar a la divina gracia la virtud de la humildad: porque Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da su gracia. Y por esto humildemente responde, para que así se apareje silla conveniente a la divina gracia. He aquí dice, la esclava del Señor. ¡Qué humildad ésta tan alta que no se deja vencer de las honras, ni se engrandece  con la gloria! ¡Escógela Dios por madre, y ella pónese nombre de esclava!. No es por cierto pequeña muestra de humildad en medio de tanta gloria no olvidarse de la humanidad. No es grande cosa ser humilde en las bajezas, pero muy grande y muy real ser humilde en las grandezas.
Hágase, dice, en mí, etc. Esta palabra, hágase, es palabra significativa del deseo que la Virgen tenía de este misterio: o es palabra de oración, que pide lo que le prometen: porque Dios quiere que le pidan lo que Él promete. Y por ventura por esta causa promete cosas de las que quiere dar, porque con la promesa se despierta la devoción, y así merezca la devota oración lo que Él quería dar de gracia. Todo lo sobredicho es de san Bernardo[1].
Lo último considera cómo en el punto que la Virgen dijo aquellas palabras, He aquí la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad, en ese mismo encarnó Dios en sus entrañas, obrándolo el Espíritu Santo, a quien señaladamente se atribuye esta obra: porque fue obra de inestimable bondad y amor, que son los atributos del Espíritu Santo. Mas ¿quién podrá aquí explicar las grandezas y maravillas que en este punto fueron obradas en aquellas entrañas virginales, y quién podrá declarar los sentimientos y afectos y resplandores que sintió aquel purísimo corazón con aquella nueva entrada del Hijo y del Espíritu Santo, del Hijo para encarnar, y del Espíritu Santo para obrar este tan grande misterio, que con tan excelentes dones y acrecentamientos entraron en su alma?.
Esto quede ahora en silencio para la devota inquisición y consideración del alma religiosa.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXI , F.U.E. Madrid 1999, p. 327
        




[1] S. BERNARDO, Super “missus est”, hom. 4, 8: PL 183, 83

domingo, 25 de noviembre de 2012

Padre Nuestro: Hágase vuestra voluntad como en el cielo así en la tierra

          SEGUNDA MEDITACIÓN:

         Esta voluntad dice Cipriano que es la que vuestro unigénito Hijo hizo y nos enseñó: Esta voluntad es humildad en la conversación, estabilidad en la fe, vergüenza en las palabras, justicia en las obras, en las necesidades ajenas misericordia, y en las costumbres disciplina: no hacer a nadie injuria, y sufrirla después de hecha, tener paz con los hermanos, querer a Dios de todo corazón, amarlo como a padre, temerlo como a Dios, no anteponer nada al amor de Cristo, pues él ninguna cosa antepuso al nuestro. Hasta aquí son palabras de Cipriano[1].
         Pues esto, Señor, quiero, esto con todas mis entrañas deseo, que en mí y por mí se haga vuestra voluntad, y que yo sea todo vuestro y todo me emplee en vuestro servicio. Ya no me lleve tras sí mi apetito, ni tenga ya más respecto a mis intereses, no a la afición sensual de los parientes y amigos, no a las voces del mundo, no a los afectos de carne y de sangre, no piense cuál sea cosa sea amarga o dulce, honrosa o deshonrada, fácil o dificultosa, mas solamente pretenda hacer en todo vuestra sancta voluntad. Esto solo me sea alegre, esto suave. Ésta sea toda el alegría y gozo de mi corazón, estar en todo tiempo y lugar haciendo vuestra voluntad. ¡Oh, si yo solo pudiese cumplir con todos los servicios que se os deben!. Ciertamente, Señor, si yo fuese por vuestra honra despedazado, esto debería querer más que todos los deleites que pudiese haber, salvo si estos deleites no redundasen más en vuestra gloria, porque ya entonces no desearía los deleites por los deleites, sino por solo vuestro servicio, porque ya yo no tengo que ver con mi voluntad, sino con la vuestra. ¿Qué cosa puede ser a mí mayor, más dulce y más amable que resolverme todo en vuestra honra?...
Y no dudo, Señor que más se alegran los ángeles y las ánimas sanctas de la magnificencia de vuestra honra, que de la grandeza de su gloria. Y, por tanto, así como vuestra voluntad perfectamente se cumple en el cielo, así se cumpla en la tierra, de tal manera que todos con grandísimo fervor de corazón la sigamos, por honras y por deshonras, por infamias y por buena fama, por adversidades y prosperidades, renunciando todas las otras voluntades y respectos que no sean según vos y por vos, pues vos solo sois nuestro Dios, vos solo por excelencia nuestro padre, vos solo Rey de los reyes y Señor de los señores, y así a vos se debe suma obediencia, perfecta reverencia, eterna gloria y alabanza en los siglos de los siglos. Amén

Fray Luis de Granada, Obras Completas t. V, F.U.E. Madrid 1995, p. 381-2






[1] S. CIPRIANO, De dominica oratione, 15: PL 4, 529

La Creación: el hombre


Ponemos adelante entre las maravillas y obras de Dios la virtud que puso en las semillas de las plantas. Porque en una pequeña pepita de una naranja puso virtud para que de ella naciese un naranjo, y en un piñoncillo, para que de él naciese un grande pino. Mas esto es muy poco en comparación de la virtud que puso en la materia de que se forma el cuerpo humano. Porque de una de estas semillas no se fabrica más que las raíces y el tronco y ramas del árbol, con sus hojas y fruto. Mas de la materia de que el cuerpo humano se forja, con ser una simple substancia, viene a formarse tanta variedad de miembros, de huesos, de venas, de arterias, de niervos, y de otros innumerables órganos, y éstos tan acomodados al uso de la vida, que si algún ingenio llegase a conocer todas las particularidades y menudencias y providencias que en esto hay, mil veces quedaría atónito y espantado de la sabiduría y providencia del Criador, que de tan simple materia tantas y tan diferentes cosas pudo y supo formar. Porque ninguna hay que no está clamando y diciendo: ¿quién pudo hacer esto sino Dios? ¿Quién pudo dentro de las entrañas de una mujer, sin poner ella nada de su industria, fabricar una casa para el ánima con tantas cámaras y recámaras, con tantas salas y retretes, y con tantas oficinas y oficiales, sino Dios?. Lo cual manifiestamente declara ser ésta obra trazada por una infinita sabiduría, que en nada falta ni yerra. Lo cual prueban los médicos y filósofos por esta demostración. Dicen ellos que en todo el cuerpo del hombre hay más de trescientos huesos entre grandes y pequeños. Y así en cada lado hay más de ciento y cincuenta huesos, y cada uno de ellos tiene diez propiedades, que los anatomistas llaman scopos[1], conviene saber, tal figura, tal sitio, tal conexión, tal aspereza, tal blandura, y otras semejantes. De suerte que multiplicando estas diez propiedades,  y atribuyéndolas a cada uno de los ciento y cincuenta huesos, resultan mil y quinientas propiedades en los huesos de un lado, y otras tantas en el otro.
Pues en estos huesos hay tres obras y maravillas de Dios que contemplar. La primera es la encajadura y enlazamiento de los huesos unos con otros, con sus cuerdas y ligamentos, tan perfectamente hecha como ya dijimos. La segunda es la semejanza que tienen los huesos del un lado con los del otro, no solamente en el tamaño, sino también en estas diez propiedades que aquí dijimos. De modo que cuando crecen con la edad los huesos, pongo por ejemplo, de la una mano, con ese mismo compás y medida crecen los de la otra, y con esas mismas propiedades, que tienen, sin haber diferencia de una parte a otra. Y lo mismo se entiende de las costillas, y de las cañas de los brazos, y de las piernas del un lado y del otro. La tercera maravilla, que a mí espanta más que las susodichas, es ver la hechura y las propiedades que tiene cada hueso de éstos para el lugar donde está y para el oficio que ejercita.



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 218-9
          




[1] Cf. LAÍN ENTRALGO, Pedro, La antropología en la obra de fray Luis de Granada,  CSIC, Madrid 1946, p. 149-152

La Creación: los perricos de falda

     Y ya que en este capítulo señalamos todas las especies de canes, no puedo dejar de maravillarme de la suavidad y regalo de la Providencia divina en haber criado otra especie muy diferente de canes, que son perricos de falda, los cuales nadie puede negar haber sido criados por la mano del Criador. Porque dado el caso que un individuo se engendre de otro individuo, como un can de otro can, mas tal o tal especie de canes o de otros animales, sola la omnipotencia de Dios puede criar. Pues ¿qué mayor indicio de aquella inmensa bondad y suavidad que haber querido criar esta manera de regalo, de que se sirven las reinas y princesas y todas las nobles mujeres? Porque este animalico es tan pequeño, que para ninguna cosa sirve de las que aquí habemos referido, sino sola ésta. De modo que así como él crió mil diferencias de hermosísimas flores y perlas y piedras preciosas, muchas de las cuales para ninguna cosa más sirven que para recrear la vista, y darnos noticia de la hermosura del Criador, así crió esta especie de animalillos para una honesta recreación de las mujeres. Porque como ellas hayan sido formadas para regalar y halagar los hijitos que crían, cuando éstos les faltan, emplean este natural afecto en halagar estos cachorrillos. Los cuales tienen tanta fe con sus señoras, que no se quieren apartar de ellas, y sienten mucho cuando van fuera de casa, y alégranse y hácenles grandes fiesta cuando vuelven, y búscanlas por toda la casa cuando desaparecen, y no descansan hasta las hallar. Por lo cual me dijo una muy virtuosa y noble señora que una cachorrilla que tenía la confundía, viendo que no buscaba ella con tanto cuidado a Dios como la cachorrilla a ella.
     Veía pues el Criador que el corazón humano no podía vivir sin alguna manera de recreación y deleite, y porque esta inclinación, que es muy poderosa, no lo llevase a deleites ponzoñosos, crió infinitas cosas para honesta recreación de los hombres, porque recreados y cebados con ellas, despreciasen y aborresciesen todas las feas y deshonestas.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IX, F. U. E. Madrid 1996, p.148-7-8

La Creación: propiedades de los animales


      El tigre es vehemente y corre con grande ímpetu, y así tiene el cuerpo liviano, que sirve para esta ligereza. La osa es perezosa y astuta y tardía, y así tiene el cuerpo pesado y disforme. Sobre todas estas cosas que son comunes a todos los animales, hay otra que grandemente declara no sólo la providencia sino también la bondad, la suavidad y la magnificencia del Criador. Porque no contento con haber dado ser a todos los animales y habilidades para conservarlo, dióles también toda aquella manera de felicidad y contentamiento de que aquella naturaleza era capaz. Lo uno y lo otro declaró aquel divino Cantor, cuando dijo. Los ojos de todas las criaturas esperan en vos, Señor, y vos les dais su manjar en tiempo conveniente[1]. Esto dice por que toca a la provisión del mantenimiento. Y añade más: Abrís vos vuestra mano, y henchís todo animal de bendición[2]. Pues por estos nombres de hinchimiento y de bendición se ha de entender esta manera de felicidad y contentamiento con que este Señor hinche el pecho de todos los animales, para que gocen de todo aquello que según la capacidad de su naturaleza pueden gozar.
      Pongamos ejemplos. Cuando oímos deshacerse la golondrina, y el ruiseñor, y el sirguerico, y el canario cantando, entendamos que si aquella música deleita nuestros oídos, no menos deleita al pajarico que canta. Lo cual vemos que no hace cuando está doliente, o cuando el tiempo es cargado y triste. Porque de otra manera, ¿cómo podría el ruiseñor cantar las noches enteras, si él no gustase de su música, pues, como dice la filosofía, el deleite hace las obras? Cuando vemos otrosí los becerricos correr con grande orgullo de una parte a otra, y los corderillos y cabritillos apartarse de la manada de los padres ancianos, y repartidos en dos puestos, escaramuzar los unos con los otros, y acometer unos y huir otros, ¿quién dirá que no se haga esto con grande alegría y contentamiento con que esto hacen?. Ni menos se huelgan los peces en nadar, y las aves en volar, y el cernícalo cuando está haciendo represas y contenencias, y batiendo las alas en el aire.


Fray Luis de Granada, Obras Completas t. IX, F.U.E. Madrid 1995




[1] Sal 144, 15
[2] Sal 144, 16

Las bodas de Caná: Haced lo que Él os diga


Se celebraban unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús había sido invitada a la boda[1]. En este pasaje se ofrecen para nuestra meditación tres virtudes asombrosas de la santísima Virgen: su humildad, su caridad sin límites y su fe inquebrantable. Humildad, porque la reina de los ángeles y de los hombres asistió a la boda de unos novios pobres. Caridad sin límites, porque cuando faltó el vino, haciendo propia la necesidad ajena, la expuso a su Hijo con toda humildad. Y fe inquebrantable, porque, cuando el Hijo pareció responder con dureza a la petición de su madre, que le rogaba que pusiera remedio a la indigencia de aquel pobre matrimonio, ella, sin embargo, haciendo caso omiso a la dura respuesta, ordenó a los servidores tener confianza, y les dijo que obedecieran ciegamente a su Hijo, con esta frase lacónica: Haced lo que Él os diga[2]. Que es como si dijera: no juzguéis humanamente esta orden. Obedeced humildemente a lo que se os manda, aunque de primeras os parezca absurdo y sin sentido.
         Ciertamente todos los hombres piadosos deben proponerse estas palabras como la primera norma de vida cristiana transmitida por la Virgen santa. Pero pongamos bien las bases: hemos de comportarnos con los hombres de una manera, y de otra con Dios. Para tratar con los hombres, es bueno usar el sentido común y la razón; pero para tratar con Dios, hay que ejercitar sobre todo la fe y la obediencia. Pues lo que Dios manda, aunque parezca imposible, no hay que cuestionarlo, sino hacerlo; esto es, no debemos pesarlo en la balanza de la razón humana, sino hacerlo sin titubeo alguno, pues su sabiduría y su poder están por encima de cualquier juicio de la razón natural…
         Y así, si Dios te ordena, como antiguamente a Pedro, que camines por encima de las olas del mar[3], camina seguro, pues el mar será para ti como un cuerpo sólido, que podrás pisar. Y si te ordena hablarle a una piedra, para que mane agua, háblale, pues la piedra dura se convertirá en un surtidor[4]. Y si dijera que le ordenes detener su curso al sol que se mueve en el cielo, ordénaselo, pues el sol te obedecerá a ti, que se lo ordenas, como en otro tiempo a Isaías[5]. Y si te ordena vestir al desnudo, alimentar al hambriento y perdonar al que te ofende, no quieras como los mundanos, eximirte de ello, diciéndote: si doy limosna, quizá mañana pasaré necesidad; si perdono fácilmente al que me ofende, la facilidad del perdón será un acicate para él, y entonces animaré a todos contra mí. Estos son pensamientos de la prudencia humana y no deben anteponerse a los preceptos de Dios. Y así, para todo lo demás utilizarás la razón; mas para obedecer a Dios la fe, la sencillez y la obediencia. Y podrás decir con el Profeta: Soy como un borrico junto a Ti, que se deja llevar no de su antojo, sino del gusto de su amo[6].


Fray Luis de Granada, Obras Completas t. XXVI , F.U.E. Madrid 2000, p. 107-9
Traducción de Mª del Mar Morata García de la Puerta



[1] Jn 2, 1
[2] Jn 2, 5
[3] Mt 14, 29-30
[4] Ex 17, 1-8
[5] Is 38, 7-8
[6] Sal 72, 22