lunes, 31 de diciembre de 2012

Sermones de tiempo: La Circuncisión

     Hablemos primero del pecado de origen que invade al hombre y a la naturaleza. Sabemos que todos después de Adán por aquella culpa antigua, nacemos enemigos de Dios e hijos de la ira[1], dice el apóstol. Mas como Dios quería hacer con los hombres un pacto eterno de amistad, fue necesario abolir la culpa del pecado de origen, que era causa de desemejanza entre Dios y el hombre. Para abolirla se instituyó en la antigua ley el sacramento de la circuncisión, y en la nueva el del bautismo; así los padres, movidos por la fe en Dios y la piedad derramaban la sangre de sus hijos para lavar la antigua mancha de la naturaleza corrompida.
         De aquí podemos deducir qué es preciso que haga el que tiene buenos propósitos de amar a Dios. Porque hay muchos que se preguntan a cada paso qué tienen que hacer o pensar, o en qué afanes han de ocuparse para amar a Dios con todo el corazón. A estos hay que decirles que limpien su alma de toda impureza de vicios y pasiones, para que se digne a morar en ellos por la caridad quien es el padre de la caridad, porque en alma maliciosa no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo esclavo del pecado[2]. Pues cómo va a morar allí aquel del que se ha escrito tantas veces: La justicia y el juicio, esto es la equidad y la santidad, son el sostén de su trono[3].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV, F.U.E. Madrid 2000, p. 182
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)


[1] Cf. Ef 2, 3
[2] Sb 1, 4
[3] Sal 88, 15

31 de Diciembre de 1588


         Fray Luis no murió víctima del dolor que le produjo el engaño de la ‘monja de Lisboa’. Fray Luis está tranquilo con la seguridad que rezuma de su último sermón. Ya hacía tiempo que iba diciendo y afrontando el paso definitivo, lejos de las pompas y las vanidades del mundo desde la soledad deseada y buscada, como él dirá: ‘la verdadera y perfecta soledad no la hacen los lugares, sino los corazones: sólo está quien está con Dios, y sólo está quien vive dentro de sí; y sólo está quien cortó y despidió de su corazón todas las aficiones del mundo, porque fuera está ya del mundo quien no quiere nada de él, no tiene porqué recibir pena ni gloria de las cosas que no ama, pues donde no hay amor no hay pena, ni cuidado, ni alegría, ni turbaciones’. Fray Luis sabía que el fin de su andadura  terrena estaba cercano. Esperaba con gozo a la hermana muerte. Está preparado para el encuentro definitivo con el Señor. Y así fue. Está finalizando la última etapa de su vida; entrevé la meta. Ha conservado hasta el fin la lucidez de su mente y la fidelidad a su vocación….
         El padre maestro fray Luis de Granada falleció en el convento de Santo Domingo de Lisboa a las nueve de la noche del día 31 de diciembre de 1588. Tenía ochenta y cuatro años cumplidos


ALONSO DEL CAMPO, URBANO, Vida y obra de fray Luis de Granada, ed. San Esteban, Salamanca 2005 p. 228

Su buena muerte

         Eso es lo que ha hecho y lo que ha enseñado[1] durante toda su vida. Con sinceridad total. Con entrega total. No conoce a fray Luis –no lo conocerá nunca- quien prescinde de esos presupuestos fundamentales. No lo conocía Zayas, el viejo amigo, cuando sospechaba que no era sincero[2]. No lo conoce el estudioso que olvida que todo lo que enseñó en el púlpito, en el libro, en el coloquio brotaba de su amor a Dios y al prójimo, de su vivencia de ese amor: ‘porque para tratar de estas materias lo que principalmente se requiere es santidad y experiencia de las cosas espirituales’[3].
         Mas no es hora de lectura y comentario: fray Luis se está muriendo. Su última lección –su último sermón- no fue el de las caídas públicas; ni tampoco la plática que echó a sus mas amados discípulos –los novicios- en el momento del adiós; fue su buena muerte[4].

         Lloránle en esta ciudad muchos pobres y personas necesitadas, a quienes hacía limosna de cantidad de dineros que personas principales fiaban de él para que los repartiese. Y a mi parecer, le debemos llorar todos, pues nos falta un hombre que tanto nos ayudaba con su doctrina y ejemplo para el camino del cielo. Yo le lloro por esta razón y por la soledad que me hace. Pero consuélame mucho el haber visto el discurso de su enfermedad y muerte, en que he echado de ver cuán bueno y fiel es Dios para con los suyos, y cómo no sabe desamparar en la muerte a los que de verdad le han servido en vida[5]




[1] Cf. Mt 5, 19
[2] FRAY  LUIS DE GRANADA, Obras Completas t. XIX, p. 76: ‘mi espíritu expresado en tantas escrituras’
[3] Op. Cit. t.
[4] HUERGA TERUELO, ÁLVARO, Fray Luis de Granada, B.A.C. Madrid 1988 p. 310 ss
[5] FRAY JUAN DE LAS CUEVAS, DHEE, I 659-660

domingo, 30 de diciembre de 2012

Poemas de Navidad: Haciéndome un poco niño

         No te molestes querido lector, porque haya querido añadir aquí estos versos de la Navidad, que los novicios de nuestro convento de Lisboa escribieron el día de la fiesta para cantar alabanzas al parto de la Virgen. Los salmos de David, inspirados y puestos por el Espíritu Santo en esa forma de oración, muestran que este modo de orar es muy bueno para despertar la devoción. Si te parece que es poco apropiado a la seriedad del autor y de la obra, espero que seas indulgente conmigo, pues haciéndome un poco niño con el niño Jesús, por un momento olvidé mis años y mi seriedad:


          ¿Por qué, precioso niño, desterrado del cielo,
          buscas entre los hombres lugar de aposento? ¡Ay amor!
          ¡Por qué no tiene tu madre en este tiempo de frío
          para tus pies y tus brazos delicados pañalitos? ¡Ay amor!
          ¿Por qué yaces entre dos animales dormido
          y de tus húmedos ojos salen lagrimitas de cristal? ¡Ay amor!
          ¿Por qué te pinchan esas pajas y te irritan
          y dañan los fríos tu cuerpo pequeño? ¡Ay amor!
          ¿Por qué en el establo sobre maderas tus miembros sagrados,
          y una rígida piedra bajo tu cabeza sirve para descanso? ¡Ay amor!
          Bien poco sufro yo ahora: mas cuando pasen los años
          cadenas y espinos serán mi sufrimiento, azotes y maderos altos.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV, F.U.E. Madrid 2000, p. 139

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía



Lugares: Cartagena de España


         Cuenta fray Luis en la Colectánea de Filosofía Moral III que ‘Escipión, después de tomar por las armas Cartagena (que era de los hispanos), ciertos soldados le presentaron una doncella prisionera de gran belleza y se la entregaron. Aquí éste dijo: ‘La tomaría con gusto si fuera un hombre de a pie, y no un general’[1].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLVII, F.U.E., Madrid 2005 p. 49

Transcripción y traducción de Ángel L. Soriano Venzal




[1] FRAY LUIS DE GRANADA, Apotegmata, XIX Rex; PLUTARCO, Scripta moralis I, p. 237

viernes, 28 de diciembre de 2012

A los judíos de España y Portugal II


         Para lo cual es de notar que, queriendo Dios representar el estado en que había de quedar su pueblo si no recebía al Salvador, que era ni servir a Dios, ni tampoco a los ídolos, como antes lo había hecho, mandó al profeta Oseas que pusiese su afición en una mujer muy querida de un amigo, pero con todo eso adúltera, ‘para que con esta manera de casamiento representes a los hijos de Israel el amor que yo les tengo’, y, con todo eso, ellos, como mujer adúltera, ponen sus ojos en los dioses ajenos. Yo, dice el profeta, hice lo que el Señor me mandó, y di en dote a esta mujer quince dineros de plata y ciertas medidas de cebada, y díjele: Muchos días me esperarás: no fornicarás, ni tampoco estarás con tu marido, y yo también te esperaré[1]. Ésta es la semejanza de lo que Dios quería representar. Tras de esto añade luego el profeta lo que esta manera de casamiento significaba, diciendo: Porque muchos días se pasarán, en los cuales los hijos de Israel estarán sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin altar, y sin vestiduras sacerdotales, y sin ídolos. Y después de esto se convertirán, y buscarán a su Señor Dios y a David su rey, y reverenciarán el nombre del Señor y su bondad, y este será en el fin de los días[2]. Hasta aquí son palabras de Dios por su profeta, las cuales no podrán dejar de poner admiración a quien considerare cómo este profeta, dos mil años antes, debujó la manera del estado en que agora vemos todos a este pueblo, con tan claras palabras como si de presente lo viera con sus ojos. Porque ¿quién no ve pasar esto a la letra después de la destruición de Hierusalem y de aquel reino, pues ni tienen rey, ni príncipe, ni sacrificios, ni altar, ni vestiduras sacerdotales, ni tampoco ídolos?. Y es mucho para notar lo que dice el profeta a esta mujer: No fornicarás ni estarás con tu marido[3]. Porque en todo este tiempo este pueblo ni ha fornicado, adorando los ídolos, como lo hacía antes, ni tampoco está con su marido, que es Dios, pues no está en su amor y gracia: y no lo está, pues no ha querido recibir a su rey David, que es nuestro Salvador, a quien él mandó que recibiesen y obedeciesen, so pena de su castigo y indignación.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XII, F.U.E. Madrid 1996, p. 186



[1] Os 3, 1-3
[2] Os 3, 4-4
[3] Os 3, 3

A los judíos de España y Portugal I

           Resumiendo, pues, todo lo que en esta cuarta parte se ha dicho, tres cosas hallamos aquí que testifican la verdad de la venida del Salvador de tal manera que cada una de ellas convence el entendimiento y deja los hombres atónitos, considerando cómo es posible que haya hombres ciegos en medio de tan clara luz.
La primera y más sustancial es el cumplimiento de aquellas cinco clarísimas hazañas que habemos referido, que son la destrucción de la idolatría, el conocimiento del verdadero Dios, y la sujeción del imperio romano a la fe de Cristo, y la pureza de vida de innumerables santos que ha habido después de la venida del Salvador, y el castigo y destierro de los que le procuraron la muerte. Las cuales hazañas estaban reservadas, según el testimonio de los profetas, para la venida de Cristo. Y pues éstas vemos ya manifiestamente cumplidas, síguese necesariamente ser ya venido el autor de ellas. Y no sólo todas ellas juntas, mas cada una por sí sola bastantemente prueba esto.
Mas cuando con esto se junta la segunda cosa, que es la circunstancia del tiempo en que este misterio se había de cumplir, según lo determina la profecía de Daniel con lo demás, esto es cosa que, bien considerada, asombra y deja pasmados todos los entendimientos….
Cuando este mismo profeta reveló a Nabucodonosor, rey de Babilonia, el sueño de que él estaba olvidado, quedó tan asombrado de esta maravilla que, con ser un tan gran monarca, se derribó a los pies del profeta, adorando y reverenciando el espíritu divino, que en él reconocía, y así mandó que le ofreciesen incienso y sacrificios como a Dios. Pues ¿qué menos es el cumplimiento de esta profecía de Daniel, que la revelación del sueño del rey?...
 Pues a esta segunda maravilla, que es la circunstancia del tiempo en que Hierusalem había de ser destruida, quiero añadir otra mayor, que es la circunstancia del lugar de donde habían de salir los que habían de destruir la idolatría del mundo y traer los hombres al conocimiento del Dios de Jacob. Pues por las profecías clarísimas de los profetas, que arriba alegamos, y aquí repetimos nos consta que de Sión y de Hierusalem habían de salir los que habían de obrar esta maravilla. Y así dice Isaías:

           En los días postreros estará aparejado el monte de la casa del Señor sobre la cumbre de los montes, y levantarse ha sobre los collados, y correrán a él todas las gentes, y vendrán a él muchos pueblos, y dirán unos a otros: ‘Venid, y subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob, y enseñarnos ha sus caminos, y caminaremos por la senda de sus mandamientos, porque de Sión saldrá la ley, y la palabra de Dios de Hierusalem’[1].

Todas estas son palabras de Isaías, que tan claramente denuncian estas dos cosas que aquí decimos, que son conversión de las gentes y el lugar de donde había de salir esta nueva luz del mundo.
Lo mismo profetizó Miqueas en el capítulo 4, y, lo que más es, por las mismas profecías de Isaías, como quien participaba del mismo espíritu. Mas David, en el psalmo 109, introduce al Padre eterno hablando con su Hijo, diciéndole que se asiente a su diestra hasta que le ponga todos sus enemigos por escabel de sus pies, y que la vara de su virtud, que es el sceptro de su reino, sacará él de Sión, para que venga a tener señorío en medio de sus enemigos. Estos enemigos eran los gentiles, los cuales a fuego y sangre perseguían el nombre y escuela de Cristo por defensión de sus ídolos, los cuales vinieron después a destruir y quemar esos mismos ídolos, y adorar a Cristo..
Y si es razón, como dijimos, que nos haga pasmar el cumplimiento de la profecía de Daniel, ¿cuánto mas lo debe hacer ésta?. Porque aquello era profetizar el tiempo en que aquella famosa ciudad y reino había de ser destruido, mas esto fue señalar el lugar de donde habían de salir los predicadores de la nueva ley, y destruidores de la idolatría que reinaba en el mundo y era defendida a fuego y a sangre  por todos los monarcas de él…
Considerando, pues, cómo no una profecía sola, sino tantas juntas, unas sobre otras,, están testificando la venida del Salvador, confieso que muchas veces me está llorando el corazón, viendo la extraña ceguedad que padece aquella parte de gente que permanece obstinada en su error en medio de una tan clara luz.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XII, F.U.E. Madrid 1996, p. 174-7




[1] Is 2, 2

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Irenismo en el siglo XVI


Hacia mitad del siglo XVI aparece el Irenismo que parte de la distinción de Erasmo entre lo que es fundamental en la fe, donde puede haber acuerdo, y las sentencias teológicas en que puede haber opinión. En 1564 Jorge Witzel espera restablecer la unidad cristiana, quebrada a raíz de la reforma. Jorge Cassander considera el Símbolo apostólico como el fundamento de la iglesia de Cristo. Erasmo sigue influyendo en los irenistas Andrée Frycz Mondrzenski y en Michel de l'Hôpital. Desde el lado protestante, Jorge Calixto piensa que la única posibilidad de unión consiste en el Símbolo apostólico y el consenso universal de la antigua Iglesia sobre sus artículos fundamentales. El italiano Marcantonio de Dominis coincide con los anteriores en considerar fundamental la fe en Cristo y en el Símbolo apostólico[1].
Fray Luis no es erasmista aunque conoce bien el pensamiento de Erasmo desde la época de sus estudios en Valladolid, lo cual le costó más de un disgusto, como nos cuenta Álvaro Huerga en su biografía: Lo importante es el contenido: una página autobiográfica; un grito del escritor que se resiste a que lo pongan en la picota, no tanto por sí cuanto por el escándalo del prójimo[2]. Todavía cuando escribe la Introducción del Símbolo está preocupado por la situación de la Iglesia en Europa, y lo expresa como sigue:

Dicen los teólogos que la fe, demás de ser un hábito especulativo, que nos inclina a creer los misterios divinos, es también práctico, porque nos inclina a obrar conforme a lo que nos manda creer. Por donde, si el hombre resiste siempre a lo que esta celestial lumbre le enseña, permite Dios que venga del todo a perderla. Así dicen que el caballo, que naturalmente es inclinado a correr, viene a mancarse si está mucho tiempo en la caballeriza sin hacer este oficio. Y por esto manda sant Pablo a su discípulo Timoteo que ‘junte con la fe la buena consciencia, porque los que esto no hicieron, vinieron a perder esa fe'[3]. Lo cual vemos por experiencia en estos tristes tiempos, donde en aquellas naciones en que mucha parte de la gente era dada al vicio de comer y beber, haciendo dios a su vientre, permitió él que viniese a perderse la fe, y abrazar una herejía tan favorable a los apetitos de la carne como la de Mahoma. Pues por esta causa ha permitido nuestro Señor que viniese a estrecharse la fe, que antes estaba tan extendida y dilatada por todo el mundo, porque donde falta la buena conciencia y sobran todos los vicios, permite nuestro Señor que venga por tiempo a faltar la fe…
Aunque con esto es verdad que la fe y la Iglesia y el reino de Cristo, aunque esté agora estrechado, nunca faltará porque así nos lo tiene prometido el que lo fundó.

La esperanza de que la fe de la Iglesia se mantendrá en todos los tiempos, y de que el Símbolo es el fundamento de la misma es lo que motiva esta gran obra del escritor:

En lo cual parece que, aunque sean muchos los provechos que de esta escriptura se pueden colegir, pero uno de los más principales es aclarar los misterios de nuestra fe, y confirmar los fieles en ella, mostrándoles la hermosura y excelencias que tiene, para que así con mayor amor y devoción la abracen y estimen. Lo cual, aunque en todos los tiempos sea necesario, pero mucho más en éstos, donde por nuestros pecados, la fe ha recibido tantas heridas y padecido tan miserables naufragios como cada día vemos y lamentamos.



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XIII, F.U.E. Madrid 1997, p.434-5 y 14



[1] JEDIN, HUBERT, Manual de Historia de la Iglesia, t. V, ed. Herder, Barcelona 1972,  p. 864-866
[2] HUERGA TERUELO, ÁLVARO, Fray Luis de Granada, B.A.C. Madrid 1988, p. 143
[3] Tim I, 1, 6

lunes, 17 de diciembre de 2012

Sermones de Adviento IX: Cobrad ánimo

Preguntaréis cómo verán los justos en aquel día tantas plagas y señales tan horrendas. Oíd, hermanos, su felicidad: Cuando estas cosas comenzaren a suceder, dice el Señor, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención[1], Cuando el sol se haga tinieblas y la luna sangre, cuando se vean caer del cielo las estrellas y ruja el mar y soplen con fuerza los vientos, cuando el aire brille y tiemble la tierra y los montes sean arrancados de su base, y todo el orbe sea sacudido y los hombres, atónitos ante esto, exhalen sus almas, se dirá a los justos que alcen sus cabezas, que se alegren, que triunfen y celebren fiestas. Será para ellos feliz aquel día, cuando sean redimidos de todos los males y llevados a las moradas del cielo. Lo que será para los impíos de espanto y temblor, los elegidos verán como reposo y confianza.
         Esto parece indicar el Sabio cuando dice: Pues la creación, sirviéndote a ti, que la hiciste, despliega su energía para atormentar a los malos y la mitiga para hacer el bien a los que en ti confían[2]. De esta forma, pues, las cosas que preceden al juicio sacudirán de miedo a los impíos y serán para los buenos un consuelo admirable, porque a unos avisarán su ruina, a los otros su felicidad.
         ¿Hay suerte más venturosa, o felicidad más grande? ¿Quién no verá con alegría aquellas lágrimas, cuidados y sufrimientos, que aguantó por Cristo, por los que mereció alcanzar esta felicidad?


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXIV, F.U.E. Madrid 2000, p. 186-7

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía


[1] Lc 21, 28
[2]  Sb, 16, 24



Sermones de Adviento VIII: Levantad vuestras cabezas

         Por estas palabras vemos que antes de la ruina del mundo se verán sacudidas primero cada una de sus partes, como si de alguna forma presintieran que su propia muerte y ruina estará cerca. Se turbará el cielo, el sol se oscurecerá, se cubrirá de rojo la luna, se verán caer del cielo las estrellas, el aire brillará con destellos de fuego, las nubes tronarán, bramará el mar, la tierra temblará y las fieras en sus guaridas emitirán sonidos horrendos; también a los hombres les llegará el horror y la consternación ante aquella alteración de todo: exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues los poderes celestes se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes[1].
         Para que los justos no se aterraran por el esplendor y majestad del juicio que ha de venir, el Salvador les tranquiliza con el ejemplo de los árboles que germinan: Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención. Y les dijo una parábola: ved la higuera[2].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXIV, F.U.E. Madrid 1999, p. 210-11
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)




[1] Lc 21, 26-7
[2] Lc 21, 28-9

Señor, ¿qué quieres que haga? I

         Finalmente, para acabar de una vez, la hermosura de esta alma de ningún modo podrá ponerse de manifiesto más claramente que si alguien la compara con la hermosura divina. Consta, efectivamente, que nada hay en el mundo más bello, más hermoso, más digno y más sublime que Dios. Y después de Dios, en segundo lugar, nada más bello y más digno que aquella alma que lo ama con amor sumo, lo adora con suma reverencia, lo venera con suma humildad e inocencia, y que todos sus sentidos y afectos y a sí toda se entregó a su servicio, de manera que, estando muerta al mundo y a los apetitos terrenos, vive sólo para él, milita para él, le obedece a él, tiene sed de él y lo desea ardientemente, tiene puestos en él todas sus esperanzas y sus bienes, se enciende en su deseo, piensa continuamente en él, está fija día y noche en la contemplación de su bondad y hermosura; y la cual de tal manera está sujeta a Dios, que no se atreve a tomar alimento, ni a dormir, ni a abrir la boca para hablar, ni a emprender cosa alguna, sino levanta antes a él los ojos de su mente, y dice con el Apóstol: ¿Señor qué quieres que haga?[1], y la misma procura con todo cuidado y diligencia no ofender su vista ni aun en la más leve cosa, y está preparada a dar por su gloria la vida misma y la sangre, si fuere necesario. Y aunque esta tan grande especie de hermosura no sea visible a los ojos de la carne, con todo, si alguno lee las vidas y hechos de santísimos varones, verá con los ojos de la mente una sombra de esta hermosura. Ahora bien, si alguno hojea con cuidado las cartas y hechos del apóstol Pablo, a través de ellos contemplará en aquella santísima alma una imagen admirable de pureza, de inocencia y de todas las virtudes, que lo arrebate en el amor de tan grande hermosura, y lo mueva fuertemente a alabar al mismo Dios, autor de dicha hermosura.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLI, F.U.E. Madrid 2004, p. 303-5
(Transcripción y traducción de Donato González-Reviriego)





[1] Hch 9, 6

domingo, 16 de diciembre de 2012

Les dijo: Echad las redes

          Conforme a este documento se da otro semejante a él; y es que, cuando el ánima fuese visitada en la oración, o fuera de ella, con alguna particular visitación del Señor, que no la deje pasar en vano, sin que se aproveche de aquella ocasión que se le ofrece; porque es cierto que con este viento navegará el hombre más en una hora que sin él en muchos días.
         Que tanto más fue lo que sant Pedro pescó en aquel lance[1] que le mandó echar el Salvador que en toda la noche pasada. Pues muchas veces acaece lo mismo que en esta celestial pesquería, si sabemos aprovecharnos de las oportunidades que hay en ella. Por lo cual, con mucha razón, nos avisa el Eclesiástico diciendo: No dejes de gozar del buen día que Dios te diere, y ni una pequeña parte de él se te pase sin aprovecharla[2].
         Mucho puede la oportunidad en todas las cosas, y aquí más que en otra alguna; porque esto parece que es descender el ángel a mover el agua de la piscina, y darle virtud para sanar[3] o, por mejor decir, esto es descender a Dios a tirar el arado con el hombre y ayudarle a su labor; la cual ayuda vale más que todas las industrias y diligencias del mundo.
         El marinero, cuando ve que le hace buen tiempo para salir del puerto, luego coge las áncoras y se hace a la vela, sin más aguardar, por no perder aquella buena sazón que el tiempo le ofrece. Y lo mismo deben hacer las personas espirituales, con tanto mayor cuidado cuanto es mayor este negocio, y más necesario este divino soplo para la oración que aquel para la navegación.
         Así se dice que lo hacía el bienaventurado sant Francisco, de quien escribe sant Buenaventura que era tan particular cuidado que en esto tenía que si andando camino lo visitaba nuestro Señor con alguna particular visitación, hacía ir delante los compañeros, y él estábase quedo hasta acabar de rumiar y digerir aquel bocado que le venía del cielo[4]

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. I, F.U.E. Madrid 1994, p. 270




[1] Cf.  Jn 21, 6: Dixit ergo eis Iesus: Pueri, numquid pulmentarium habetis? Responderunt ei: Non. Dicit eis: Mittite in dexteram navigii rete; et invenietis. Miserunt ergo: et iam non valebant illud trahere prae multitudine piscium.
[2] Si 14, 14
[3] Jn 5, 4
[4] Legenda S. Francisci, en : Opera omnia, t. VIII, Quaracci, 1898, 504

viernes, 14 de diciembre de 2012

Nacimiento del Salvador: Himno de Prudencio


Los que buscáis a Cristo
Elevad los ojos al cielo
Y podréis contemplar en él
Un astro de gloria eterna.

Una estrella, que a la rueda del sol
Vence en brillo y hermosura,
Anuncia que ha venido a la tierra
En carne humana Dios.

No es ella esclava de las noches
Siguiendo a la luna mensual,
Sino que, dueña ella sola del cielo,
Rige el caminar de los días.

Aunque los Septentriones,
Girando sobre sí en círculo,
No se quieren ocultar, sin embargo
Los cubren casi siempre los nimbos.

Pero este astro siempre brilla,
Nunca desaparece esta estrella,
Ninguna nube puesta en su carrera
Oculta su presencia.

De allende el golfo pérsico,
Donde tiene su puesta el sol,
Descubren los sabios intérpretes,
Los Magos, el emblema real.

Cuando apareció esta estrella,
Los demás astros se apagaron,
Ni osó encender su llama
El esplendente lucero.

¿Quién es ése tan grande, dicen,
Que reina y manda en los astros,
Al que así temen los del cielo,
Y sirven la luz y el éter claro?

Vemos algo que brilla y que a su brillo
No acierta a poner fin,
Sublime, excelso, sin término,
Más antiguo que el cielo y la oscuridad.

De aquí le siguen animados,
Fijos arriba sus ojos,
Por do la estrella marca su rumbo
Y hace más claro el camino.

Por encima del niño
Queda colgando el astro,
Sumiso, inclinado su rostro,
Mira hacia el rostro divino.

Cuando los Magos lo ven,
Sacan sus regalos de oriente,
Y entre sus dones le ofrecen
Incienso, mirra y oro regio.

Reconoce las señas
De tu poder y tu reino,
Niño, a quien tu padre
Tres condiciones asignó.

Que es Dios y es rey lo revelan
El oro y el olor sublime
Del incienso de Saba; la mirra
En polvo declara su muerte.

Dichosa tú entre las ciudades
La mayor, Belén, a quien tocó
Engendrar, venido del cielo,
Al autor de la salvación.

Oye inquieto el tirano
Que viene el príncipe de reyes
A reinar sobre Israel
Y ocupar el trono de David.

Loco por el anuncio grita:
¡El sucesor está ahí, nos echan,
Soldado, coge la espada,
Baña las cunas en sangre!

¡Que mueran los niños varones,
Buscad en el seno de las nodrizas,
Y entre los pechos de las madres,
Que el niño cubra de sangre la espada!

Temo el engaño de toda mujer
Que haya parido en Belén,
Que pretenda ocultar
Su prole, si es varón lo que ha nacido.

Traspasa el verdugo furioso,
Desenvainada la espada,
Los cuerpos recién paridos,
Y busca otras vidas luego.

En los miembros pequeñitos
Apenas encuentra lugar,
Donde asestar el golpe certero,
Es más grande el puñal que el cuerpo.

¡Qué visión tan horrible!
Rota a golpes su cabeza,
Esparce el tierno cerebro,
Y vomita los ojos por la herida.

Otro niño, temblando, es
Sumergido en el agua,
Y de su boca pequeña salen
Mezclados su aliento y el agua.

¡Salve, flor de los mártires!
Que en el umbral de la  vida
Arrancó el perseguidor de Cristo,
Como el viento arranca las rosas.

Niños, primera víctima de Cristo,
Rebaño de tiernas ofrendas,
Inocentes, jugáis ante el altar
Con la palma y la corona.

¿Qué aprovecha tanto mal?
¿De qué sirve a Herodes el crimen?
Entre tantos que mueren, Cristo,
El único, escapa impune.

De aquel río de sangre infantil, ileso
Del hierro que deja a las madres sin
Hijos, sólo escapa
El que ha nacido de la virgen.

Así burló en otro tiempo
Los edictos del faraón cruel,
Prefigurando a Cristo,
El libertador de hombres, Moisés.

Alegraos todas las gentes
De Judea, de Roma y de Grecia,
Los de Egipto, Tracia, Persia y Escitia,
Que uno solo es el rey de todos.

Alabad a vuestro príncipe,
los dichosos y los desgraciados,
Los vivos, enfermos y muertos,
Que nadie ya morirá desde ahora.[1]


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV, F.U.E. Madrid 2000, p. 344-351
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)



[1] PRUDENCIO, Aurelio, Liber Cathemerinon XII; CCSL 126, pp. 65-72

jueves, 13 de diciembre de 2012

Sermones de tiempo: Navidad II


         Por otro lado, si aguantar por un amigo sufrimientos graves es señal clara y motivo de amor, ¿quién sufrió nunca por un amigo suplicios más graves que los que padeció por nosotros el Hijo de Dios, que hoy empieza derramando lágrimas y soportando la estrechez del pesebre, y que después dará por nosotros su sangre y morirá en la cruz?. Además, si la semejanza de naturaleza concilia el amor, he aquí que el Unigénito de Dios se hizo semejante a nosotros, consciente de lo bueno y de lo malo. Y si la cercanía por consanguinidad es un motivo de amor, he ahí al creador supremo de todas las cosas, Dios, unido a nosotros por alianza, hermano nuestro y carne de nuestra carne, de modo que con todo mérito podemos decir: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne[1].
         Si también despiertan el amor una virtud notable o la bondad, nos enamoramos a veces de gente que nunca hemos visto, oyendo hablar de sus virtudes, ¿qué bondad hay comparable a la inmensa bondad de Cristo? De la bondad es muy propio difundirse a todas partes y hacer que todos la compartan, hacer a todos buenos por semejanza con ella. Y si puso en esto más esfuerzo y más interés, con ello da un significado mayor a su eximia bondad. Pero si quiere alguien entender los trabajos que soportó Cristo y la causa de los mismos, oiga lo que dice el Apóstol: Se entregó a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y lograr para sí un pueblo puro y aceptable, hacedor de buenas obras[2]. ¿Hay mayor prueba de bondad que haber padecido esos sufrimientos y haberse ofrecido a morir para hacer a los hombres buenos y dichosos, semejantes a él?.
         Entre las causas del amor la primera es el amor mismo, pues así como nada aviva más el fuego que el fuego, nada enciende tanto el amor como el amor: Quien se sabe amado arde en un amor semejante, dijo alguien con acierto. Por eso, a los otros les regalamos cosas que son nuestras pero a los que amamos nos entregamos además a nosotros mismos; porque el amor a una cosa querida se enciende mucho más por la tensión misma del amor que por el hecho en sí de la donación. Si el amor que se esconde en el pecho se demuestra con obras palpables, ya quisiera yo que me dijeran no ya los hombres, sino los propios ángeles, de qué otro modo pudo aquel Padre declarar mejor su amor al género humano que asumiendo nuestra humanidad y padeciendo en la cruz. Con lo primero nos unió a él; con la cruz se entregó él a nosotros. ¿Qué otra cosa es el amor sino la unión de los corazones?: pero aquí no hubo sólo unión de corazones sino también de naturalezas.
       También la suavidad y la dulzura despiertan el amor, de modo que incluso a los animales domésticos cuanto más dóciles más los queremos.  Pero ¿qué dulzura y mansedumbre hay comparables con estas que vemos en el niño Jesús?.
         A veces incluso el aspecto y las formas del cuerpo son un buen incentivo para el amor, algo que parecía faltarle a Dios: si los hombres no podían con sus ojos reconocer a Dios, menos aún parece que pudieran amar al que no podían ver, sobre todo los que miden las cosas más con los sentidos que con el entendimiento. Mas, para que tampoco  esto nos faltara, se revistió Dios de figura humana para que lo pudiéramos ver. Y aunque pudo haberse presentado como hombre ya maduro, como los ángeles cuando se muestran a los hombres, quiso aparecer en la edad y forma que más encendiera nuestro amor a él; de ahí esa imagen no sólo de niño, sino además pobre, desnudo, envuelto en pañales, acostado en un pesebre, carente de todo: de este modo, a los que había ahuyentado el miedo, y la severidad había atemorizado y alejado del reino celestial, los acercaría la caridad, los movería la bondad y los convencería la misericordia. Este mismo aspecto de niño pequeño, desvalido también, conmovió en otro tiempo a la hija del Faraón, al punto de que empezó a querer al pequeño Moisés, al que vio envuelto en pañales y expuesto a morir en el río, tanto que lo adoptó como hijo, sin que hubiera otra razón de parentesco, de lucro o  de amistad[3].
         Sea bendito por siempre tu nombre,  Señor, que por nosotros tomaste ese atuendo y figura, pues si otras razones no hubieran movido nuestro amor a ti, esta forma con que te ofreciste a nosotros misericordioso bastaba y sobraba para amarte.
         De aquí que muchos hombres piadosos, sobre todo los que continuamente alimentan su espíritu con la contemplación de la vida del Salvador, reciben diariamente goces maravillosos viendo este pesebre sagrado y esos miembros y lágrimas del niño.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV, F.U.E. Madrid 2000, p. 95-99
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)





[1] Gn 2, 23
[2] Ef 5, 2; Tt 2, 14
[3] Cf. Ex 2, 10