martes, 31 de diciembre de 2013

31 de Diciembre de 1588 .-II

 Rodeado de sus hermanos, en la celda humilde de Santo Domingo de Lisboa, en plática fervorosa a los novicios, con la pluma en la mano, como siempre había vivido, se apaga con el año de 1588 una de las más claras lumbreras de toda la historia de España: Fray Luis de Granada.

Fray Luis de Granada, Obra Selecta, una Suma de la vida Cristiana; Introducción por Desiderio Díez de Triana, ed. B.A.C. Madrid 1947, p. LIII




                                     

jueves, 26 de diciembre de 2013

'Vida de San Ignacio'



Escribiendo al P. Ribadeneira el 23 de junio de 1584, comentándole la Vida de San Ignacio, señala: El cual (libro) he leído y agora torno a leer la quinta parte, maravillado de la vida y heroicas y admirables virtudes de aquel nuevo espejo de virtud y prudencia que en nuestros tiempos envió Dios al mundo para salud de infinitas almas. A todos mis amigos, sin recelo de lisonja, he dicho lo que siento de este libro, y es que en esta nuestra lengua, no he visto hasta hoy libro escrito con mayor prudencia y mayor elocuencia y mayor muestra de espíritu y doctrina en la historia[1]...
Muchas de las cartas de fray Luis son fruto de una amistad profunda compartida y correspondida que van más allá de los puros sentimientos humanos, como la que mantiene con su entrañable amigo fray Bartolomé de Carranza y posteriormente con San Carlos Borromeo y muy particularmente con San Juan de Ribera. Densa de consolación y luz es la extensa carta que escribe a Doña María Enríquez el 15 de diciembre de 1582 a la muerte de su esposo, don Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba. Es una pieza maestra y un elogio fúnebre al gran duque. Muy emotiva y reveladora de importantes datos autobiográficos es la que escribe a doña Elvira de Mendoza, Marquesa de Villafranca, esposa del Virrey de Nápoles del 17 de octubre de 1587-un año antes de su muerte- en la que fray Luis expresa su agradecimiento y consuelo porque en la carta que le envía percibe la devoción y deseo de imitar a aquella santa agüela que nuestro Señor le dio, la cual me crió dende poca edad con sus mismas migajas, dándome de su mismo plato en la mesa de lo que ella misma comía[2].
Fray Luis lee y relee las cartas y las contesta siempre con delicadeza, con detalles informativos de gran interés y sobreabundando en su inmensa cultura, saber teológico y vivencia espiritual[3].


Urbano Alonso del Campo, Vida y Obra de fray Luis de Granada, ed. San Esteban, Salamanca 2005, p. 256-7



[1] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas, t. XIX,  F.U.E., Madrid 1998, p. 78-9
[2] Op. Cit. p. 164-5
[3] Op. Cit. ; ÁLVARO HUERGA, Nota Crítica p. 361-377


jueves, 19 de diciembre de 2013

Fray Luis adaptado por Juan Cobo en Filipinas

      Fray Juan Cobo, (Alcázar de San Juan, entonces llamado "Alcázar de Consuegra", provincia de Ciudad Real ¿1546? - Formosa, 1591), misionero dominico, diplomático, traductor, astrónomo y sinólogo español.
       Tradujo al chino algunas obras de Séneca y el Catecismo (Doctrina Christiana en letra y lengua china, compuesta por los padres ministros de los Sangleyes, de la Orden de Santo Domingo, 1593, póstumo; se conserva un ejemplar en la Biblioteca Vaticana), así como, al español, el Mingxin baojian, 明心寶鑑, con el título de Espejo rico del claro corázón (1592), colección de aforismos y breves diálogos sapienciales de tradición confuciana, budista y taoísta, atribuida a Fan Liben. Se trata del primer libro chino traducido a una lengua europea. Sirvió en siglos pasados de libro de texto en las escuelas chinas para aprender a leer el español y se difundió por Corea, Vietnam y Japón.
     Cobo y Benavides levantaron también un hospital y la iglesia de San Gabriel, en el parián o barrio chino, para los chinos conversos sangleyes de Manila. Cobo, aficionado a las matemáticas, divulgó también en Asia la astronomía occidental a través de un libro impreso de 62 páginas que contiene una primera parte de discusiones teológicas y una segunda de cosmografía occidental, posiblemente una traducción al chino de un libro suyo titulado De Astronomía. Se trata en realidad de una adaptación de la Introducción al símbolo de la Fede fray Luis de Granada con el título de Shih Lu (en base a la transcripción los dos últimos caracteres de las primeras palabras que aparecen en el libro chino: 實錄), Apología de la verdacera religión.
     Fue enviado al Japón como embajador por el gobernador de Filipinas don Gómez Pérez Dasmariñas en 1592; desembarcaron en Taico Sama y el emperador Totoyomi Hideyoshi le recibió con grandes honores. La embajada estaba compuesta por el capitán Lope de Llano, Juan Cobo y dos intérpretes chinos cristianos de Manila, uno de ellos llamado Antonio López y el otro Juan Sami, “maestro de lengua china”. Allí les recibió el capitán Juan Solís y su criado Luís, que llevaban algún tiempo en la isla, a fin de facilitar más la comunicación. El objetivo principal de los embajadores era verificar la autenticidad de una carta amenazadora de Hideyoshi y conseguir la amistad de los japoneses o, en su defecto, retrasar la posible invasión de las Filipinas. Ajustó un tratado de paz por el que se consentía reanudar la predicación del Evangelio, hacía largo tiempo prohibida, en todo el imperio. Gracias a su gestión se reanudó, pues, el culto de la iglesia católica en el Japón. Embarcado hacia las Islas Filipinas, una furiosa tormenta le arrojó a la isla de Formosa, donde fue asesinado por sus habitantes en 1591.


sábado, 14 de diciembre de 2013

La caridad agrada a Dios

Después de la esperanza se sigue la caridad, de cuyas alabanzas no se puede hablar con pocas palabras. Porque ella es la más excelente de las virtudes, así teologales como cardinales; ella es vida y ánima de todas ellas; ella es el cumplimiento de toda la Ley. Porque, como dice el Apóstol, el que ama, cumplido tiene con la ley[1]. Ella es la que hace el yugo de Dios suave y su carga liviana; ella es la medida por donde se ha de medir la porción de la gloria que se nos ha de dar; ella es la que agrada a Dios, y por quien le es agradable todo lo que le es agradable; pues sin ella ni la fe, ni la profecía, ni el martirio tiene precio delante de El. Esta es, finalmente, la fuente y origen de las otras virtudes, por razón del imperio y señorío que tiene para mandarlas, y hacerles usar de sus oficios; como el mismo Apóstol lo confirma, diciendo: La caridad es paciente y benigna; no es envidiosa, no busca sus intereses, no se ensaña, no piensa mal, no se goza de la maldad, y huélgase con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera y todo lo lleva[2].
Pues, para alcanzar esta joya tan preciosa, aunque ayudan todas las virtudes y buenas obras, mas señaladamente sirve la consideración. Porque cierto es que nuestra voluntad es una potencia ciega que no puede dar paso sin que el entendimiento vaya delante alumbrándola y enseñándola lo que ha de querer y cuánto lo ha de querer. Y también es cierto que, como dice Aristóteles[3], el bien es amable en sí, mas cada uno ama su propio bien. Pues para que nuestra voluntad se incline a amar a Dios, es menester que el entendimiento vaya delante, declarándole y ponderándole cuán amable sea Dios en sí, y cuanto lo sea también para nosotros. Esto es, cuánta sea la grandeza de su bondad, de su benignidad, de su misericordia, de su hermosura, de su dulzura, de su mansedumbre, de su liberalidad y de su nobleza, y de todas las otras perfecciones suyas, que son innumerables. Y, después de esto, cuán piadoso haya sido para con nosotros, cuánto nos amó, cuánto por nuestra causa hizo y padeció dende el pesebre hasta la Cruz, cuántos bienes nos tiene aparejados para adelante, cuántos nos hace de presente, de cuántos males nos ha librado, con cuánta paciencia nos ha sufrido, y cuán benignamente nos ha tratado con todos los otros beneficios suyos, que también son innumerables. Y considerando y ahondando mucho en la consideración de estas cosas, poco a poco se va encendiendo nuestro corazón en amor de tal Señor.

Fray Luis de Granada, Obras Completas,  t. I, F.U.E., Madrid 1994 p. 29-30





[1] Rm 13, 8
[2] Co I 13, 4-7
[3] ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, VIII, 2

jueves, 12 de diciembre de 2013

La virtud de la esperanza

         No menos ayuda la virtud de la esperanza que es un afecto de nuestra voluntad que tiene su motivo y raiz en el entendimiento[1], como claramente  nos lo muestra el Apóstol, diciendo: Todas las cosas que están escriptas fueron escriptas para nuestra doctrina, para que por la paciencia y consolación que nos dan las Escripturas tengamos esperanza en Dios[2]. Porque esta es la fuente de donde el justo coge el agua de refrigerio con que se esfuerza a esperar en Dios. Porque, primeramente, ahí ve la grandeza de los servicios y merecimientos de Cristo, que es el principal estribo y fundamento de nuestra esperanza. Ahí ve en mil lugares expresada y declarada la grandeza de la bondad y de la suavidad y de la majestad de Dios, la providencia que tiene de los suyos, la benignidad con que recibe a los que se acogen a El, y las palabras y prendas que tiene dadas de no faltar a los que pusieren su esperanza en El; ve que ninguna otra cosa más a menudo repiten los psalmos, prometen los profetas y cuentan las historias desde el principio del mundo, sino los favores, regalos y beneficios que continuamente el Señor hizo a los suyos, y cómo los ayudó y valió en todas sus angustias, cómo ayudó a Abraham en todos sus caminos, a Jacob en sus peligros, a Josef en su destierro, a David en sus persecuciones, a Job en sus enfermedades, a Tobías en su ceguedad, a Judit en su empresa, a Ester en su petición, y a los nobles Macabeos en sus batallas y triunfos, y, finalmente, a todos cuantos con humilde y religioso corazón se encomendaron a El. Estas y otras cosas son las que esfuerzan a nuestro corazón en los trabajos y lo hacen esperar en Dios. Pues ¿qué hace aquí la consideración? Toma esta medicina en las manos, y aplícala al miembro flaco y enfermo que la ha de menester. Quiero decir, trae todas estas cosas a la memoria, y represéntalas a nuestro corazón, y escudriña y tantea la grandeza de estas prendas y misericordias de Dios, y con esto lo anima y esfuerza para que no desmaye, sino que también él ponga su esperanza en aquel Señor que nunca faltó a quien de todo corazón se acogió a El. Ves, pues, cómo la consideración es ministra de la esperanza y cómo le sirve y le pone delante todo lo que la ha de esforzar. Mas quien ninguna cosa déstas considera, ni tiene ojos para ver nada de esto, ¿con qué podrá esforzar y animar esta virtud para que le valga en sus trabajos?.

Fray Luis de Granada, Obras Completas,  t. I, F.U.E., Madrid 1994 p. 28-9




[1] SANTO TOMÁS, Summa theologiae, II-II, q. 18, a. 1.
[2] Rm 15, 4

domingo, 8 de diciembre de 2013

Lo que nos enseña la fe

         Pues  comenzando primeramente por la fe, ya se ve que ésta es el primer principio y fundamento de toda la vida cristiana. Porque la fe nos hace creer que Dios es nuestro criador, gobernador, redentor, santificador, glorificador, y, finalmente, nuestro principio y nuestro último fin. Ella es la que nos enseña cómo hay otra vida después de ésta, y juicio universal de todas nuestras obras, y pena y gloria perdurable para buenos y malos. Pues claro está que la fe y crédito de estas cosas enfrena los corazones de los hombres, y los hace estar a raya, y vivir en temor de Dios. Porque a no estar esto de por medio, ¿qué sería la vida de los hombres? Y por esto dijo el profeta que el justo vivía por la fe[1], no porque ella baste para darnos vida, sino porque con la representación y consideración de las cosas que ella nos enseña, nos provoca a apartar del mal y seguir el bien; y por esto mismo nos la manda tomar el Apóstol por escudo contra todas las saetas encendidas del enemigo[2], porque no hay mejor escudo contra las saetas del pecado que traer a a memoria lo que la fe nos tiene contra él revelado.
           Mas, para que esta fe obre en nosotros este efecto, es menester que algunas veces nos pongamos a rumiar y considerar con un poco de atención y devoción eso que nos enseña la fe. Porque, no habiendo esto, parece que la fe nos sería como una carta cerrada y sellada que, aunque vengan en ella nuevas de grandísima pena o alegría, no nos mueven a lo uno ni a lo otro más que si nada hubiésemos recibido, porque no habemos abierto la carta, ni mirado lo que viene en ella. Pues ¿qué cosa se puede decir más a propósito de la fe de los malos que ésta?.

Fray Luis de Granada, Obras Completas,  t. I, F.U.E., Madrid 1994 p. 27





[1] Ha 2, 4
[2] Ef 6, 16