viernes, 31 de mayo de 2013

Milagro del Santísimo Sacramento de Frómista

      Otro milagro no menos ilustre ni menos cierto y averiguado se escribe muy por extenso en la segunda parte de la Historia pontifical, en el capítulo XIV, folio 85[1]. La suma de él referiré aquí. En Castilla, en la villa de Frómista, del obispado de Palencia, acaeció que un hombre llamado Pero Fernández debía ciertos dineros a otro, sin haber medio para poderlos cobrar de él, hasta que le obligó a ello con una sentencia de excomunión, por la cual fue forzado a pagarle. Y pareciéndole que con esto cumplía, no trató de pedir absolución de la censura. Llegó este hombre a punto de muerte, y trájole el cura el santo sacramento acompañado con mucha gente. Y hechas las preguntas ordinarias, queriendo administrarle el santo sacramento que traía en una patena de plata, por ninguna vía ni diligencia lo pudo despegar de ella. Y espantado de esto así él como toda la gente que presente estaba, mandó salir a todos fuera, y pensando que podría ser esto por algún pecado que le quedase por confesar, y preguntándole esto, supo  de él que ninguna culpa había dejado de confesar. Congojado, pues, así el doliente como el cura con esta perplejidad, vino a preguntarle si había incurrido en alguna excomunión, de que no estuviese absuelto. Entonces el doliente se acordó de la negligencia pasada, y absuelto de ella fue comulgado con otra forma, quedando aquella guardada para memoria de este milagro. El cual dura hoy día, y el santo sacramento está en la misma patena sin alguna corrupción, como si ahora se acabase de consagrar. Es visitado este santísimo misterio de muchas gentes. Y yo, dice el historiador Illescas, aunque indignísimo, he tenido en mis manos la patena con grandísima admiración de ver que a cabo de ciento veinte años están las especies del pan sin alguna corrupción.
En lo cual entrevienen dos milagros: el uno, en estar así pegada la forma a la patena, y el otro sirve para la confusión de los herejes, que ambas cosas niegan. Los cuales no sé cómo no se confundirán, visto un milagro tan palpable y tan notorio como éste, que ellos podrán ver con los ojos, si quisieren.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. X, F.U.E. Madrid 1996, p. 283-4



[1] Cf. GONZALO DE ILLESCAS, Historia pontifical, Salamanca, 1573, ff. 85v-86r

Artes de la zorra en los montes de Vizcaya

            Pues ¿qué diré de las habilidades que para esto tiene la zorra? Aquí viene a propósito lo que dice Esaías: ¡Ay de ti, que robas a otros! ¿Por ventura, tú también no serás robado? El cangrejo hurta la carne de la ostra, y la raposa hurta la dese cangrejo, y no con menor artificio. Testigo desto es un monte que hay en Vizcaya, que entra un pedazo en la mar, en el cual hay muchas raposas. Y la causa desto es la comodidad que ellas tienen allí para pescar. Mas ¿de qué manera pescan? Imitan a los pescadores de caña, y no les falta ingenio ni industria para ello. Porque meten casi todo el cuerpo en la lengua del agua, y extienden la cola, que les sirve allí de caña y sedal para pescar. Y como los cangrejos que andan por allí nadando no entienden la celada, pícanla en ella: entonces ella sacúdela a gran priesa, y da con el cangrejo en tierra, y allí salta, y lo despedaza y come. Pues ¿quién pudiera describir esta nueva invención y arte de pescar?.


Fray Luis de Granada Maravilla del mundo; selección y prólogo de Pedro Salinas, ed. Comares, Granada 1988, p. 79-80

jueves, 30 de mayo de 2013

Las flores

     Mas ¿qué diremos de tantas diferencias de flores tan hermosas, que no sirven para mantenimiento, sino para sola recreación del hombre? Porque ¿para qué otro oficio sirven las clavellinas, los claveles, los lirios, las azucenas y alhelíes, las matas de albahaca, y otras innumerables diferencias de flores (de que están llenos los jardines, los montes, y los campos y los prados) dellas blancas, dellas coloradas, dellas amarillas, dellas moradas, y de otras muchas colores, junto con el primor y artificio con que están labradas, y con la orden y concierto de las hojas que las cercan y con el olor suavísimo que muchas dellas tienen? ¿Para qué, pues, sirve todo esto, sino para recreación del hombre, para que tuviese en qué apacentar la vista de los ojos del cuerpo, y mucho más los del ánima, contemplando aquí la hermosura del Criador y el cuidado que tuvo, no sólo de su mantenimiento, como padre de familia para sus criados, sino como padre verdadero para con sus hijos, y hijos regalados?.

Fray Luis de Granada Maravilla del mundo; selección y prólogo de Pedro Salinas, ed. Comares, Granada 1988, p. 27-9

La poesía de lo cósmico en Fray Luis de Granada

     Hay unas palabras de su pluma que aluden certeramente a la gravosa relación entre visión y costumbre. Habla del pavo real: Es la hermosura desta ave digna de grande admiración; mas la costumbre de cada día quita a las cosas grandes su debida admiración. Porque los hombres de poco saber no se maravillan de las cosas grandes, sino de las nuevas y raras…. Nos ponen estas frases en el recto camino para descubrir en dónde yace el esencial encanto de las páginas que aquí van seleccionadas: es, simplemente, que nos revelan a un alma con vasta capacidad de admirar. Son una lección de admirar. Hoy, como entonces, el hombre ve más que mira, y mira más que admira. La frecuencia de las experiencias del mundo nos anubla lo radiante de su belleza. Pero Fray Luis de Granada con su prosa de poeta devuelve, al que la quiera, al fatigado de las inquisiciones descarnadas y las verdades huesudas, la alegría infantil de la pura admiración.
         Existe en nuestro léxico un vocablo delicioso con que se designa un estado de admiración: pasmo. El que lo siente es, literalmente hablando un pasmado. Desde niños se nos prende a esta palabra en el repertorio de las valoraciones inconscientes, un cierto matiz desdeñoso y diminutivo. Porque al pasmado se le opone, en la concepción utilitaria del vivir, el listo. El listo no se pasma, mira y no admira, porque lo sabe todo. El listo es una criatura perfecta del siglo XIX. Podría vérsele como a un pillastre aprovechado que vive de las sobras del racionalismo científico. Sabe mucho, está enterado, y le define su jactancia: estar de vuelta. Y por estar siempre de ida, rápida, -con conocimiento superficial- a algo, y de vuelta de ese algo, viene a resultar que el listo no está de planta en cosa alguna, y es a modo de correveidile y averiguatodo, que se pasa la vida escrutando con la mirada o el microscopio en los misterios para no creerlos, para no caer en el pasmo, y no ser un pasmado. Su afán de precisión cognoscitiva le embota los filos de la admiración. Y con ello le despoja de uno de los goces más auténticos y hondos del mundo: complacerse en contemplar pasmadamente las cosas o los seres, segregar esa fuerza de generosidad vital que es la admiración. Fray Luis de Granada, con ser, profesionalmente, un estudioso, un listo, supo liberarse de la misma listeza, regresar al pasmo, en algunos momentos supremos, o poéticos, de su obra literaria. Se merece puesto en esa fila de entusiasmados, en la admiración, que va de Francisco, el gran santo, a Walt Whitman, el gran laico.
         Estas páginas, no obstante estar escritas en prosa, son un pequeño poema de la creación. En ella el mundo, su realidad, es poesía. Nos circunda, parece decir Fray Luis, la poesía. El impulso religioso le lleva a realizar en sus delineaciones del espectáculo de la naturaleza una verdadera poesía de lo cósmico, en todas sus dimensiones, del cielo y de la golondrina que le surca, el mar y de los peces que le cruzan.

Fray Luis de Granada Maravilla del mundo; selección y prólogo de Pedro Salinas, ed. Comares, Granada 1988, p. 27-9

martes, 28 de mayo de 2013

Oración de San Buenaventura para después de la comunión

         Señor Dios todopoderoso, Criador y Salvador mío, ¿cómo he tenido atrevimiento para llegarme a ti, siendo una tan vil, tan sucia y tan abominable criatura? Tú, Señor, eres Dios de los dioses y Rey de los reyes, tú eres la suma de todos los bienes, toda la honestidad, toda la hermosura de la honestidad, toda la utilidad y toda la suavidad; tú eres fuente de resplandor, fuente de melodía, fuente de amor y abrazo de entrañable caridad. Y con ser tú el que eres, tú ruegas a mi, y yo huyo de ti; tú tienes cuidado de mi, y yo no lo tengo de ti; tú siempre me sirves, y yo siempre te ofendo; tú me haces infinitas mercedes, yo las menosprecio, y tú finalmente amas a mí que soy vanidad y nada, y yo no hago caso de ti que eres infinito y incomunicable bien. El hedor y horror abominable del mundo antepongo a ti. Esposo benignísimo, y más me mueve la criatura que el criador, más la vanidad que la eternidad, más la detestable miseria que la suma felicidad, y más la servidumbre que la libertad. Y como sea verdad que valen más las heridas del amigo que los engañosos besos del enemigo, yo soy de tal condición, que más quiero las engañosas heridas del que me aborrece, que los dulces besos del que me ama.
         Mas no te acuerdes, Señor, de mis pecados, ni de los de mis padres, sino de las entrañas de  tu misericordia y del dolor de tus heridas. No mires lo que yo contra ti hice, sino lo que tú por mi hiciste: porque si yo he hecho cosas por donde me puedas condenar, tú tienes hechas muchas más por donde me puedas salvar. Pues, Señor, si me amas así como lo muestras, ¿por qué me desamparas? ¿Por qué te alejas de mí? Oh amantísimo, Señor, tenme con tu temor, apriétame con tu amor y sosiégame con tu dulzor.
         Confieso, Señor, que yo soy aquel hijo pródigo que viviendo lujuriosamente y amando a mí y a tus criaturas desordenadamente, desperdicié toda la hacienda que me diste. Mas agora que reconozco mi miseria y pobreza, y vuelvo acosado de la hambre a las paternales entrañas de tu misericordia, y aquí me he llegado a esta mesa celestial de tu preciosísimo Cuerpo, ten por bien mirarme con ojos de piedad, y salirme a rescebir con los secretos rayos de tu gracia, y tender sobre mí los brazos de tu inefable caridad, y darme besos de suavidad y paz. Conozco, Padre mío, que pequé contra ti, y que ya no merezco llamarme hijo tuyo, ni aun siervo jornalero: mas con todo esto ten misericordia de mí, y perdona mis pecados. Suplícote, Señor, mandes que me sea dada la vestidura de la caridad, el anillo de la fe y el calzado de la esperanza, con el cual pueda yo andar más seguro por el camino fragoso de esta vida. Váyase fuera de mí la muchedumbre de todos los vanos pensamientos y deseos, que uno es mi amado, uno mi querido, uno mi Dios y mi Señor. Ninguna cosa, pues, me sea dulce, ninguna me deleite sino solo Él. Él sea todo mío y yo todo suyo, de tal manera que mi corazón se haga una misma cosa con Él. No sepa yo otra cosa, ni otra ame, ni otra desee, sino sólo a Jesucristo, y éste crucificado. El cual con el Padre y Espíritu Sancto vive y reina en los siglos de los siglos.  Amén.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. III, F.U.E. Madrid 1994, p. 94-5

domingo, 26 de mayo de 2013

Sermones de tiempo: el Corpus Christi IV

Me he extendido en esto, hermanos, porque si bien sabemos por la doctrina de la fe católica que son muchísimos los efectos y las virtudes de este divino sacramento, con que se logra la salud del alma, no consta que haya nada que conserve y retenga mejor esta salud, que acudir a él con frecuencia con puro y devoto corazón. Igual que viven los cuerpos con la comida, también las almas con este alimento celestial; y no sólo viven, sino que crecen y aumentan cada día con todo cúmulo de gracias y de virtudes.
         Objetará alguno que hay muchos de los que reciben con frecuencia esta comida celestial, y hasta muchos sacerdotes, que se acercan diariamente a esta mesa, y que sin embargo no son mejores ni más santos que los demás. No lo niego. Pero esto no es imputable al sacramento, sino a la indignidad de quienes lo reciben. De él canta la Iglesia en esta festividad: Lo toman los buenos, también los malos, mas con suerte distinta, de vida o de muerte. Pues igual que un mismo fuego ablanda la cera y endurece el barro, este sacramento, siendo el mismo, es para unos autor de salud y vida, y para otros ocasión de muerte.
         Es sentencia célebre entre los filósofos que los actos de los activos se dan si hay un paciente dispuesto. Por lo que resulta evidente que todas las causas, naturales o sobrenaturales, como son nuestros sacramentos, producen efectos distintos, según la distinta disposición de la materia o del sujeto.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F.U.E. Madrid 2002, p. 262-3

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía

Sermones de tiempo: Corpus Christi III

       Nosotros defraudamos a este buen jornalero su salario, cuando por desidia y pereza nuestra no queremos valernos de estas ayudas para la vida espiritual y eterna, que él nos dejó en este sacramento. Al obrar así, somos hermanos de aquellos que derramaron cruelmente su sangre: ellos la derramaron y nosotros rechazamos el fruto de esa sangre.      
      Mas nadie piense que sólo con desearlo ya recibe el fruto de este pan celestial. En los otros ejercicios de virtudes, cuando a una obra buena le acompaña una voluntad clara y eficaz, no cambia su valor para quien observa esa buena voluntad. Pero en la recepción de los sacramentos nunca vale tanto la propensión de la voluntad sin la obra, como la voluntad y la obra juntas. Los sacramentos confieren por sí mismos (ex opere operato)[1] la gracia a quienes los reciben dignamente; fruto del que se ven privados quienes apenas los reciben, aunque gocen, eso sí, del fruto de su devoción.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F.U.E. Madrid 2002, p. 232-3

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía




[1]  Cf. Concilio de Tridentino, sesión VII, canon 8 ( Conciliorum oecumenicorum decreta, Freiburg i. B. 1962, p. 661)

sábado, 25 de mayo de 2013

Sermones de tiempo: la Santísima Trinidad III

     Queda algo que la fe católica, y no la razón, nos propone creer sobre nuestro Dios y Señor, y es que en aquella naturaleza simplísima de la divinidad hay tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo: El Padre, que es por sí, y no procede de otro; el Hijo, que es engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. En una sola sustancia y naturaleza hay tres personas distintas entre sí.
        Este sacramento, que sobrepasa el alcance de nuestra mente,  proclama muy bien la altura de Dios, tan grande que supera la capacidad de la mente humana, e incluso la de los ángeles. No sería verdaderamente Dios, si nuestra mente lo pudiera comprender.
        Hay muchos a los que resulta muy difícil creer este inefable misterio, porque no pueden llegar a él con la razón. Estos, o se valoran demasiado al pensar que no hay nada inaccesible a su entendimiento, o desconocen en absoluto la cortedad de la mente humana. Si los filósofos han enseñado que la mente del hombre es en el orden de las sustancias separadas (que llaman inteligencias) como la materia prima ¿qué tiene de extraño que una cosa tan ínfima no llegue a la inteligencia de la más alta naturaleza?
        De su misma virtud más sublime y de su esfuerzo se puede entender la debilidad de la mente humana. Ésta llegó a un grado sumo en los filósofos más ilustres, sobre los cuales la naturaleza parece haber derramado toda su virtud. Ellos, sin embargo, reconocen humildes que son muchos los secretos de la naturaleza, que pueden verse en los elementos corpóreos.
Pues si de las cosas que vemos a diario y tocamos, con las manos es grande nuestra ignorancia ¿cuánto más lejos estaremos de conocer los astros y los cuerpos celestes, tan distantes de nosotros? ¿Cuánto más de entender la naturaleza de los ángeles desprovista de cuerpo? ¿Y cuánto más alejados de aquella altísima naturaleza, más sublime infinitamente que toda otra naturaleza? ¿Cuántos arcanos habrá en ella, que son para el ojo del entendimiento humano inaccesibles?.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F.U.E. Madrid 2002, p. 114-7

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía

viernes, 24 de mayo de 2013

Por la Cruz nos vinieron grandes bienes

     Todos estos tan grandes bienes que hasta aquí hemos referido, nos vinieron por el misterio de la Cruz. Pero no son éstos solos, sino otros muchos más. Porque, como dice Santo Tomás[1], mientras un corazón devoto filosofare más sobre estos misterios, más frutos y conveniencias hallará. Y para esto debe el hombre tomar por fundamento esta católica verdad, que es haber el Hijo de Dios hecho una cosa tan nueva y de tanta admiración como fue bajar del cielo a la tierra vestido de carne humana y padescido en cruz, y todo esto para destruir el reino del pecado y hacer a los hombres honradores de Dios y amadores de toda virtud…Porque reformado el hombre, todo el mundo queda reformado, pues queda ordenado al fin para el que Dios lo crió, y deformado el hombre, todo el mundo queda deformado y desordenado, pues sirve al enemigo de Dios.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XI, F.U.E. Madrid 1996, p. 181-2




[1] Cf. Summa theologiae, II-II, q. 82, a. 3 ad 2.

jueves, 23 de mayo de 2013

Por la muerte del medianero alcanzamos misericordia

    Demás de estas conveniencias, da sant Agustín otra en el libro que intituló Cur Deus homo, la cual prosigue con un maravilloso discurso, que es razón engerir en este lugar para consolación de los fieles. Pregunta, pues, este santo por qué quiso Dios que fuese tan áspera la satisfacción de Cristo mediante su muerte, con todo lo demás que en ella padeció. A lo cual responde diciendo que así como el primer hombre pecó por la suavidad de aquella fruta que comió, así la satisfacción de este pecado había de ser con desgusto y aspereza, y el hombre, que vencido del demonio tan fácilmente desacató a Dios cuando pecó, tan ásperamente fuese reparado por Cristo cuando por la gloria y obediencia de su Padre padeció. Y ninguna cosa más áspera puede el hombre padecer por la honra de Dios que muerte voluntaria y no debida, ni otra mayor le puede ofrecer que este linaje de muerte. Mas cuánto sea lo que el Hijo de Dios ofreció a su Padre cuando dio a sí mismo, todos lo entendemos. Pues como sea verdad que tan grande ofrenda como ésta no deba carecer de galardón, necesario es que el Padre eterno la gratifique a su Hijo. Ca de otra manera sería injusto, si no le quisiese gratificar, o impotente y flaco, si no pudiese, y ni lo uno ni lo otro cabe en Dios. Mas a quien se gratifica algún servicio, forzadamente o le han de dar lo que no tiene, o perdonarle lo que debe. Mas nada de esto cabe en la persona de Cristo, porque quitada aparte la gloria de su cuerpo y de su santo nombre, no le fue dado más de lo que él tenía. Ni tampoco había cosa que se pudiese perdonar a quien no tenía pecado. Pues, luego ¿qué galardón se podrá dar al que está tan rico, y al que ninguna culpa tiene que se le pueda perdonar? De manera que por una parte hay obligación de galardonar, y por otra imposibilidad. Pues si un galardón tan debido no se da al Hijo, ni a otro alguno por él, parece que en vano el Hijo ofreció tan grande ofrenda a su Padre. Por lo cual es necesario que, pues al Hijo no se puede dar debido galardón, se dé a otro por él. Pues si el Hijo quisiere hacer donación a otro de lo que a él se debe ¿podrá por ventura el Padre negar esto que el Hijo requiere? Síguese luego que el Padre está obligado a dar el premio de esta obra a quien el Hijo lo quisiere aplicar. Pues ¿a quién podrá el aplicar mas convenientemente el fruto y galardón de su muerte, que a aquellos por quienes se hizo hombre, y a quienes con su muerte dio ejemplo de morir por la justicia Por donde en vano serán imitadores de su ejemplo si no fueran participantes de su merecimiento. Y ¿a qué otros más justamente hará herederos de la deuda que a él se debe que a sus padres y hermanos, a los cuales ve obligados con tantas deudas, y sumidos en el profundo de las miserias, para que les sea perdonado lo que por el pecado deben?....
   Demos, pues, todos gracias a Dios, porque si caímos gravemente, somos relevados maravillosamente, pues por la muerte del medianero alcanzamos una tan grande misericordia que sobrepuja toda deuda[1].




Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XI, F.U.E. Madrid 1996, p. 48-50




[1] S. ANSELMO, Cur Deus homo, lib. II, cap. 11: Opera omnia, ed. F. S. Schmitt, t. II, Roma 1940, p. 111, no es de s. Agustín, sino una adaptación conceptual de San Anselmo.

Traducciones: Imitación de Cristo


       Hermano mío, vela con diligencia en el servicio de Dios, y piensa muy contino a qué veniste y por qué dejaste el mundo ¿Por ventura no despreciaste el mundo para vivir a Dios y ser hombre espiritual? Corre pues con fervor a la perfección, que presto recibirás el galardón de tus trabajos, y no habrá de ahí delante temor ni dolor en tus términos. Agora trabajarás un poco, y hallarás después gran descanso y aun perpetua alegría. Si permaneces fiel y diligente en el servir, sin dubda será Dios fidelísimo y riquísimo en pagar. Debes tener buena esperanza que alcanzarás victoria; mas no conviene tener seguridad, porque no te aflojes ni te ensoberbezcas.
         Como uno estuviese congojado y turbado, y entre la esperanza y el temor dubdase muchas veces, una vez cargado de angustia arrójase ante un altar, y resolviendo en su pensamiento dijo: ¡Oh si supiese que había de perseverar! Y luego oyó dentro la divina respuesta, que dijo. ¿Qué harías si eso supieses? Haz agora lo que entonces harías, y serás bien seguro. Y en ese punto consolado y confortado se ofreció a la divina voluntad y cesó la congojosa turbación, y no quiso más escudriñar curiosamente para saber lo que le había de suceder: mas estudió con mucho cuidado inquirir qué fuese la voluntad de Dios agradable y perfecta, para comenzar y perfeccionar toda buena obra. El Profeta dice: Espera en el Señor, y haz bondad, y mora en la tierra, y serás apacentado en sus riquezas[1]. Una cosa detiene a muchos del fervor de su aprovechamiento: el espanto de la dificultad, o el trabajo de la batalla.



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XVIII, F.U.E. Madrid 1998, p. 63



[1] Sal 36, 3

miércoles, 22 de mayo de 2013

Sermones de tiempo: De la Santísima Trinidad II

       Si fueron afortunadas aquellas ocho almas que al destruirse el mundo se salvaron en el arca de Noé ¿qué felicidad tendremos nosotros que, sumergido casi todo el mundo en las aguas de la infidelidad, permanecemos en el arca del verdadero Noé, la Iglesia de Cristo, y estamos seguros y a salvo de este naufragio grande de la fe? ¿Qué merecidas gracias daremos al que nos honró con semejante don, que nos dio la fe y nos la conservó hasta hoy íntegra y pura entre tantos vendavales de la fe?.
         Siendo esto así, hermanos, con razón se ha de culpar, o más bien llorar, a los que reciben en vano este don de Dios, esto es, a los que tienen su fe ociosa, como espada metida en la vaina, de la que no quieren usar para cortar las pasiones de su carne. A estos reprende el apóstol Santiago cuando dice: ¿De qué servirá, hermanos míos, que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Es que podrá salvarle la fe?[1]. ¿De qué sirve que tengas maestro de algún arte, si no obedeces sus normas? ¿Qué aprovecha ir al médico, si no se toman las medicinas que prescribe? ¿Qué importa que tengas un guía en un camino difícil, si no sigues sus indicaciones?.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F.U.E. Madrid 2002, p. 156-7

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía



[1] St 2, 14

Sermones de tiempo: De la Santísima Trinidad I

Mas Dios, cuyo poder y fecundidad son inmensos e infinitos, con su verbo único nombra todas las cosas y a sí mismo, porque en aquel se encierra toda la sustancia del Padre, y están más perfectas que en las propias cosas la forma, el aspecto y la figura de ellas. ¿Veis aquí cuánta desigualdad hay en la semejanza?.
         Se compara también al Hijo con la luz y el resplandor, una comparación que defiende muy bien Augusto Eugubino en su libro De perenne philosophia[1]. Y con razón, porque si la luz está muy próxima a las cosas espirituales, no es nada raro que sea muy apropiada para expresar la naturaleza de aquel Espíritu supremo.
         Esta comparación se apoya también en la autoridad del símbolo, donde confesamos: Dios de Dios, luz de luz. Una luz que, aquel que celebró tanto la sabiduría, la llama candor o rayo de luz eterna[2]. Lo mismo que una lámpara buenísima emite unos rayos o luz esplendidísima, así el Padre eterno produce un rayo brillantísimo, que es su hijo.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F.U.E. Madrid 2002, p. 262-3

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía




[1] AUGUSTO EUGUBINO, De perenne philosophia, Basilea 1542
[2] Idem

martes, 21 de mayo de 2013

El Espíritu Consolador

Dice por ello el  Salvador: Yo rogaré al Padre, y os dará otro consolador, para que esté con vosotros eternamente; a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce[1]. Como no lo conoce, no lo recibe. ¿Cómo es esto? Porque no podemos ensalzar lo que no conocemos, y lo que no ensalzamos no lo deseamos, y lo que no deseamos no lo buscamos con interés, y no se halla lo que no se busca. De modo que para hallar al Espíritu Santo es preciso que antes lo conozcamos ¿De qué modo? Como le conocieron los discípulos, a quienes dice luego el Señor: pero vosotros le conoceréis, porque morará con vosotros, y estará dentro de vosotros[2]. Le conoceréis bien por su permanencia y su obra divina en vosotros
No hay en esta vida un conocimiento más seguro, más útil y eficaz que éste. Igual que nadie conoce mejor la dulzura de la miel o el calor del fuego, que quien sabe de su intensidad por experiencia propia y no por oídas, así nadie entiende mejor la virtud y eficacia el Espíritu Santo, que el que la ha experimentado con frecuencia dentro de sí. Y este conocimiento prepara maravillosamente el camino para recibirlo. Porque no es bastante haber oído, leído o especulado sobre él, si no le conoces por tenerlo dentro.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIV, F.U.E. Madrid 2002, p. 268-9

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía




[1] Jn 14, 17
[2] Íd., 14, 17

Su libro fundamental es la Guía de pecadores


        Pero hay un Fray Luis sociólogo, un filósofo de cuerpo entero, del que el libro fundamental es su Guía de Pecadores, traducido en todas las lenguas, y con ediciones que superan –lo dice el P. Huerga- a las de El Quijote. Y se comprende. No olvidemos que Fray Luis, que vive en la corte o muy cerca de ella, junto a Carlos V, va a ilustrar al Nuevo Mundo, con su libro para la Introducción de la fe. Estamos en el umbral del mundo católico americano, y será Fray Luis su primer evangelizador.
¿Quién antes que él ha descrito la riqueza floral y luminosa de la Naturaleza? ¿Quién podrá declarar –dice fray Luis – la hermosura de las violetas moradas y de blancos lirios, de las resplandecientes rosas, y la gracia de los prados pintados de diversos colores de flores; unas de color de oro, y otras de grana, otras entreveradas y pintadas de diversos colores, en los cuales no sabréis qué es lo que más nos agrada, o el color de la flor, o la gracia de la figura o la suavidad del olor?.
Lleva razón Azorín, será difícil ni siquiera en el romanticismo una más rica y sugestiva prosa descriptiva. Y no olvidemos que estamos ante el más realista de los escritores, el que llega con su mirada zurbaranesca, a mostrar incluso la sangre y la herida más sobrecogedora.

Manuel Orozco. De las Reales Academias de Bellas Artes de Granada, Santa Isabel de Hungría

Fray Luis de Granada: Orientador

Se había quedado rezagado este tomo. En el número 25, enero-marzo de este presente año, se recogían seis biografías que aparecieron en el anterior o sea en el XVI: de San Juan de Ávila, del Cardenal-Rey don Enrique, Arzobispo de Évora, de don fray Bartolomé de los Mártires, de Sor Ana de la Concepción, de doña Elvira de Mendoza, de Melicia Hernández. También el boletín se hizo eco de la edición del tomo XVIII, que nos ofrece las traducciones de la Imitación de Cristo, Escala espiritual y Perla preciosísima.
          El que ahora recensionamos, el tomo XVII, comprende la Historia de Sor María de la Visitación y Sermón de las Caídas públicas. Respecto a este último, nos encontramos con la “Nota crítica”, de la que entresacamos algunos párrafos:

          El Sermón de las caídas públicas es un alegato valiente contra las vacilaciones de aquella hora confusa, en la que fray Luis no sólo no da muestras de fatiga intelectual, antes al contrario, aparece sereno y combativo, teólogo y predicador, fustigante y orientador[1].

Costumbre ha sido siempre en la Iglesia de todos los ministros de la palabra de Dios acudir con su doctrina a las necesidades espirituales de ella, y de aquí procedieron tantos libros que en diversos tiempos se han escrito contra diversas herejías y otros que trataron de la divina Providencia contra los que viendo las calamidades y desórdenes de la vida humana, la negaron. Y no sólo con sus escrituras, sino mucho más con la doctrina de sus sermones, procuraron acudir a estas necesidades, alumbrando y enseñando a la gente de poco saber… Los pareceres de los hombres andan divididos en tamañas circunstancias; los afectos y sentimientos, en caótico desorden; porque unos lloran, otros ríen y otros desmayan; lloran los buenos, ríen los malos y los flacos desmayan y aflojan en la virtud, y el común de las gentes se escandaliza[2].

Fray Luis de Granada. Proceso de Canonización, nº 28, octubre-diciembre 1998



[1] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas, t. XVII (Nota Crítica, Álvaro Huerga, p. 282-4) FUE, Madrid 1998, p. 283
[2] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas, Sermón de las caídas públicas, t. XVII, FUE, Madrid 1998, p. 211-3 (Nota Crítica, p. 282-3)

Malos vientos

         Hemos caído en un planeta que visto desde más arriba del techo de las águilas, dicen que es azul. La verdad es que la mayoría de sus eventuales pobladores las pasan negras. La llamada Mamá Naturaleza no nos quiere. Cuando Fray Luis de Granada escribió Maravilla de la Creación debiera haber reconocido que era un andaluz. Si hubiera nacido en Haití en el primer tercio del siglo XXI, quizá su opinión hubiese sido distinta. El misticismo también depende de la climatología. En más de media España se ha declarado la alerta máxima por vientos de 160 kilómetros por hora, lo que entre nosotros es una plusmarca. ¿A qué viene esa prisa, en un país donde todos vivimos a nuestro aire? Es verdad que aquí estamos todos un poco  aventados. Fue Azorín el que estudió, entre otros, pero con más paciencia, el influjo del viento en ciertas costumbres colectivas. Hay pueblos donde abunda más que en otros y nos da la ventolera.
         El impacto del IVA en la economía no produce un cabreo comprable al que determina que se nos vuelva del revés un paraguas al salir de casa. El viento, al que llaman huracanado quienes se preocupan menos por ignorar la metáfora, es una agresión. Cuando llueve, y este año ha caído lo suyo y lo de otros años, acabamos por acostumbrarnos y a decir eso de qué buena cosecha vamos a tener este año, pero al viento no se acostumbra nadie. Vuelan los peluquines como los grajos cuando hace mucho frío y se reclaman ayudas a las comunidades, como si no hubiera damnificados en todas, en unas más y en otras menos, según el grado de desvergüenza de quienes tienen que aportar ayudas. Total: a casita que hace viento. Lo malo es que hay muchas sin tejado.



      


                              Manuel Alcántara, La Verdad, 28-02-2010

El Espíritu está dando testimonio a nuestro espíritu

         Añade a éstas una nueva causa de alegría, que suele venir del testimonio de la conciencia, de la que dice el Apóstol: Porque toda nuestra gloria consiste en el testimonio que nos da la conciencia[1]. Y aunque no sabe el hombre si es digno de amor o de odio[2], puede, sin embargo, en esto tener a veces la mayor seguridad, ya que, como dice el Apóstol: El mismo Espíritu esta dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios[3].
         Es tan grande esta dignidad que incluso un conocimiento así de ella, no exento de cierto temor, lleva a las almas de los justos una alegría incomparable. Aunque sea leve, el conocimiento de las cosas sublimes y su certeza, dice Aristóteles, produce mayor deleite[4]. ¿Qué padre puede conocer con  evidente certeza si la prole que tiene de su esposa es legítima y verdadera? Sin embargo, ese conocimiento, cuya firmeza depende de la honradez de la esposa ¡qué amor tan grande genera en el corazón de los padres!, ¿qué regocijo les da!, ¡a qué pruebas y peligros les expone para dejar en herencia a los hijos su hacienda y patrimonio!
         Así pues, cuando alguien entiende por un testimonio así de su conciencia que es hijo de Dios, heredero del patrimonio celestial y coheredero de Cristo, ¿con qué júbilo saltará? ¿cómo disfrutará viendo que su disposición es tal, que a cualquier hora que venga el Señor y llame a su puerta le encontrará vigilante?[5].
         Con esta disposición de ánimo san Ambrosio, próximo ya a la muerte, se cuenta que dijo estas palabras que san Agustín alabó tanto en él: “ No he vivido de forma que me arrepienta de haber vivido, ni temo a la muerte, porque tenemos un Dios bueno”. Dichoso quien en su ánimo esté siempre dispuesto a decir estas palabras. ¿Cómo he de llamar a esto sino el inicio de la dicha y la felicidad?.
         Quiso el Señor en otro tiempo que esta alegría de los justos se manifestara, fijando en la ley una fiesta gozosísima. Se establecía en la ley que en el séptimo mes, tiempo de la recolección (los hebreos empezaban el año con el inicio de la primavera) todos los hijos de Israel juntos celebraran aquellos días con ramas con sus frutos de los árboles más bellos, y con toda manifestación de júbilo[6].
       ¿Quién no ve en esta norma de la ley una alusión al gozo del alma causado por los dones amplísimos de la justicia? No es sólo la cosecha, que se estropea fácilmente y que se puede guardar poco tiempo para sustento del cuerpo, la que es motivo de alegría, sino también los frutos riquísimos de la justicia guardados celosamente para la eternidad. Al recordarlos es justo que nos gocemos no ya siete días como en la ley, sino la vida entera, designada por el número siete: la causa de tan grande alegría no ha de ser celebrada solo con guirnaldas y con ramas, sino con cánticos y coros.
         Hay, en fin, otra razón para esta alegría, consecuencia de esta última, y es que quien vive así se beneficia de todos los privilegios y favores de los siervos de Dios. Así como los nobles, los clérigos y los monjes tienen sus propios privilegios y bulas por las que gozan del favor de los reyes o de los sumos pontífices, también los siervos de aquel sumo rey y emperador tienen sus propios privilegios que deben administrar, por los que gozan de un beneficio y don singular de Dios.
       Si te preguntas por estos beneficios, te será más fácil contar las estrellas del cielo que dichos beneficios. Apenas, si hay en la Escritura una página en la que no se oigan sonar los favores, o las gracias y las ayudas celestiales a los justos. De todos ellos  citaré aquí sólo uno, que cuadra bien a nuestro propósito: es el cuidado paternal y la providencia que aquel sumo Señor de las cosas ejerce sobre sus siervos, que los cuida como a la niña de sus ojos, que sobre ellos tiene siempre atentos los ojos de su misericordia, y oye sus preces, que ordena a sus Ángeles que los lleven en sus manos para que sus pies no tropiecen con la piedra, y que tiene contados los huesos e incluso los cabellos de su cuerpo.
       Este cuidado paternal de Dios es increíble la alegría que ofrece a los justos, a la vez que una confianza y seguridad admirables.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIV, F.U.E. Madrid 2002, p. 158-161

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía




[1] Rm 8, 16
[2] Qo 9, 1
[3] Rm 8, 16
[4] ARISTÓTELES
[5] Cf. Lc 12, 37
[6] Cf. Lv 23, 39 ss

viernes, 17 de mayo de 2013

Fray Luis de Granada hacia los altares

       La imagen y la obra de Fray Luis de Granada han sido y son excelentemente tratadas, no sólo por la constante edición de sus obras –supera a las cinco mil compulsadas-, sino por el aprecio y alta estima que se ha hecho de ambas en el curso de los siglos.
Se pudo constatar en el Congreso Internacional Fray Luis de Granada, su obra y su tiempo, celebrado en 1988 con motivo del IV Centenario de su muerte, que sigue gozando de una gran actualidad. Los más de sesenta trabajos, expuestos por otros tantos estudiosos, especialistas y publicistas de Fray Luis en las diversas sesiones y áreas, son un claro exponente de que el Fraile granadino, un clásico de nuestra literatura y autor ascetico-místico –sus obras versan sobre toda la gama de la vida espiritual-, sigue impactando a los cultivadores del buen gusto literario y a cuantos buscan encontrarse con el rostro y el mensaje directo de los maestros espirituales del siglo XVI.
         A los dos densos volúmenes de las Actas de dicho Congreso, hemos de añadir la edición en curso de sus obras. La publicación de 14 tomos de los 40 de que constará tal edición, con algún tomo ya agotado, es un buen índice del interés que despierta entre las presentes generaciones de lectores.
         Fray Luis de Granada, en otra dimensión, ocupa un puesto destacado en algunas Facultades, por cuanto es objeto, de parte de los alumnos, de estudio e investigación para su tesis de licenciatura y doctorado –en nuestra Universidad de Granada, por citar la más cercana, se confecciona una sobre ‘conciones de tempore’ y, otra, sobre la ‘Silva locorum’-, así como notables profesores de Universidad seleccionan escritos suyos para la interpretación y análisis de textos en sus aulas.
       Otro aspecto del mayor interés nos lo sirve el proceso de Canonización, en la primera fase de investigación diocesana sobre la fama de santidad’, que se ha seguido en Granada y en Lisboa, en esta última de modo subsidiario. Ello contribuirá a un mejor conocimiento del Fray Luis íntimo, sobre todo cuando la Congregación de los Santos publique la ‘Información’ y el ‘Sumario’ de la Causa. En uno y en otro encontraremos las versiones o declaraciones de una treintena de especialistas de dentro y fuera de nuestras fronteras, completadas en los estudios amplios y profundos de los tres peritos teólogos y el soporte y aporte documental de la Comisión Histórica.
       Todo este material, doble copia, se llevará a Roma, quedándose los originales en la Curia del Arzobispado, una vez que se celebre la ‘Sesión de Clausura’, fijada para el próximo día 27 de este presente mes de octubre. La mencionada sesión tendrá lugar en la iglesia de Santo Domingo de esta ciudad, iniciándose a las 8 de la tarde. Con ello todos los granadinos tendremos oportunidad, no sólo de rendir el justo y más que merecido homenaje a Fray Luis, uno de los más ilustres hijos de Granada –considerado también por más de un autor como ciudadano europeísta y universal por la traducción y difusión de sus obras en los distintos continentes- sino la de unirse, sin pretender adelantarnos al juicio de la Iglesia, a ese concierto del Pueblo de Dios y multisecular que le ha proclamado ‘santo’. En tal estimación lo tuvieron conforme consta por diversos testimonios, Santos coetáneos y posteriores, ya canonizados, como Juan de Ribera, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Carlos Borromeo, Francisco de Sales, Rosa de Lima, Domingo Henares, etc.. Es una oportunidad de sentirnos tan identificados con Fray Luis como él se sintió con su Granada.


Fray Fernando Aporta, O. P. Vicepostulador de la Causa de Beatificación de fray Luis, 27 de octubre 1997

martes, 14 de mayo de 2013

Sermones de tiempo: Pentecostés


Alguno dirá quizás: De acuerdo, pero este don tan extraordinario se concedió sólo a los apóstoles, que recibieron las primicias del Espíritu. Reconozco que es así. Pero ¿a quién priva el Señor de participar de este Espíritu? ¿A quién excluye de la comunión de su gracia? Más aún, ¿de cuantísimas formas nos invita a ella? Id por todo el mundo, dice, predicad el evangelio a todas las criaturas[1]. Mas ¿qué es el evangelio sino la gracia procurada antes del Espíritu Santo? Dice también por Juan: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba[2].
Se refería con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. ¡Ay, qué palabras de oro! ¡Oh palabras tan llenas de misericordia y amor, dignas de sonar para siempre en los oídos de nuestro corazón, y avivar en nosotros el deseo y la esperanza de este don celestial!
¿Y la invitación aquella del profeta: Sedientos, venid todos a las aguas, y vosotros que no tenéis dinero, apresuraos, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin ninguna otra permuta vino y leche[3]? Esto es, el vino del amor y la leche de la dulzura celestial. El vino, para los que ya estáis fortalecidos, la leche, para los que como niños aún os refugiáis en el regazo de Cristo.
Mas, ¿cómo se aúnan lo de ‘venid, comprad’ con lo que dice enseguida ‘sin dinero, sin ninguna otra permuta’? ¿Quién compra sin dinero o sin dar algo a cambio? ¿Es acaso esto lo que dice la esposa en el Cantar: Si un hombre diera por el amor toda la hacienda de su casa, lo tendrá por nada?[4] Porque es tanta la dignidad y grandeza de este don celestial, que todo el dinero del mundo pagado por él, y todos los trabajos del mundo soportados por él son tenidos por nada. Por eso: Ni parangoné con ella las piedras preciosas; porque todo el oro, respecto de ella, no es más que una menuda arena, y a su vista, la plata será tenida por lodo[5].
¿Por qué, entonces, este don se compra y a la vez se da gratis? Como sucede a veces que es uno el que siembra y otro el que recoge: así no es extraño que en esto sea uno el que compra y otro el que lo reciba gratis. Cristo Jesús nos compró por el precio de su sangre este don tan grande; y nosotros por Él lo hemos recibido gratis del Padre. Esto es lo que insinuó el Apóstol cuando dijo: Siendo justificados gratuitamente mediante la redención que todos tienen en Jesucristo[6]. Somos justificados gratis, sí, pero comprados a un precio muy alto, la redención que está en Cristo Jesús.
Mas tocando ya en retirada, os diré en pocas palabras qué debemos llevarnos a casa de cuanto se ha dicho aquí, para que no parezca que hemos oído el sermón en vano. Lo primero, que demos gracias eternas a este divino Espíritu, que desciende hoy sobre los apóstoles, pues no se nos excluye a nosotros de participar en esta gracia, ya que por nosotros se derramó este don sobre los apóstoles. Cuando Dios decretó edificar el templo de su Iglesia con piedras vivas, debió crear los artífices que ejecutaran su obra. Nosotros somos esa obra y ese templo para el que se buscaron los artífices. Esto lo insinúa muy claro el Apóstol, cuando escribe a los Corintios: Porque todas las cosas son vuestras, bien sea Pablo, bien Apolo, bien Cefas; el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro: todo es vuestro[7], esto es, hecho para vuestro bien.
Lo mismo que un padre noble, que paga bien al preceptor de su hijo, para que lo eduque con mayor interés, no sólo honra al preceptor, sino también al propio hijo, así, cuando en el día de hoy llenó Dios a los apóstoles con su Espíritu, y con este gran beneficio le quedaron ellos obligados, también nos hizo deudores de ese beneficio a nosotros, por cuya salvación tan generosamente se derramó sobre aquellos. Sin olvidar además que este mismo Espíritu, como señalamos al principio, estará con nosotros para siempre, para guiarnos él mismo a la vida eterna y feliz con su invisible gobierno, su magisterio y su aliento.
Son dos los mundos que debéis contemplar en este único mundo: uno natural, otro sobrenatural; uno, cuyo fin es el ser de naturaleza, otro cuyo fin es el ser de gracia, esto es, el ser sobrenatural y divino. Pues así como Dios, creador de la naturaleza, primer motor y causa primera, con su providencia eterna está presente en todas las cosas que hay en la naturaleza, y con su omnipresencia las dirige a sus fines propios. Así también el Señor, que es autor de la gracia y la felicidad, se comporta en el otro mundo sobrenatural, esto es, en la Iglesia, de un modo similar, insinuándose de un modo invisible y oculto a las mentes de los justos, y llevándolos con virtud sobrenatural a un fin sobrenatural, mediante las obras de justicia y piedad.
Lo segundo, que demos gracias también a nuestro Salvador con el mismo afecto y entusiasmo, pues con sus méritos y oraciones se ha derramado en nosotros este don tan precioso.
Concluimos en tercer lugar que quienes rechazan el camino de la virtud por duro e inaccesible, vagan errantes por todo el cielo, porque no conocen al no experimentarla nunca, la fuerza del Espíritu Santo, sin cuyo auxilio, os aseguro que el camino de la virtud es aún más difícil de lo que ellos creen. Pero si él alienta, es tan fácil y suave, que con razón dijo el profeta: Me he deleitado más que en todos los tesoros, en seguir el camino de tus preceptos[8].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIV, F.U.E. Madrid 2002, p. 198-203

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía



[1] Mc 16, 15
[2] Jn 7, 37
[3] Is 55, 1
[4] Ct 8, 7
[5] Sb 7, 9
[6] Rm 3, 24
[7] Co I 3, 22
[8] Lc 11, 10

lunes, 13 de mayo de 2013

Sermones de tiempo: la Ascensión


De este Sol de justicia dice Salomón que nace y que muere, y otra vez vuelve a su lugar primero; y renaciendo de nuevo dirige su curso al Mediodía y declina luego hacia el Norte. Todo lo cual se acomoda a Dios Salvador, pues éste nace en la navidad, muere en su pasión y al subir hoy al cielo vuelve a su lugar, del que renace otra vez para visitar y alumbrar con los rayos de sus dones a la Iglesia, y gira después al medio día, que es lugar de luz y de calor, cuando ilumina con nuevos destellos de su luz la mente de los justos, y no contento aún dobla hacia el Aquilón, que es sitio de frío y de tinieblas, y a los que andan en sombras y sin amor a lo del cielo los visita, y despierta a los que duermen con el brillo de sus rayos: Porque Él es la verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo[1].
         ¿Veis, hermanos, cómo defendió el Salvador la causa de nuestra salvación, no sólo estando con nosotros, sino también al subir al cielo, con el mismo afán además y hasta con mejores frutos? Pues lo mismo que el sol, para seguir con este símil, cuanto más alto está más nos hace participar de su luz y su calor, también Cristo al subir a lo alto nos proporciona mayores dones.
         ¿Qué nos queda sino concluir con el Apóstol diciendo: En suma, cuanto acabamos de decir se reduce a esto (éste es el resumen de lo dicho hasta aquí): Tenemos un pontífice que está sentado a la diestra del trono de la majestad de Dios en los cielos; y es ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, hecho por el Señor, no por el hombre[2].
         Por ‘santuario’ entiende aquí el Apóstol aquel antiguo tabernáculo de Dios que en otro tiempo se tenía por lo más sagrado. Con ambos términos se designa a la Iglesia de Cristo: del tabernáculo verdadero, dice, hecho por el Señor, no por el hombre: el primero era una sombra, éste es la verdad, es decir, el verdadero templo de Dios con los hombres. De este tabernáculo verdadero y del santuario se dice que es  ministro Cristo.
         ¿Quién no enmudece ante la palabra de este ministerio? Más aún, ¿quién no se deshace en amor? ¿Quién juntó estas dos cosas tan distantes: estar sentado a la derecha de la majestad y ser ministro de la salvación humana? ¿Quién podía pensar que el hombre llegaría a un grado tan alto de dignidad, que aún después de hacer al diablo su dueño con el pecado, tendría ahora al hijo de Dios como ministro de su salvación?
¡Ay, mil veces dichosos y felices los que viven de manera que merecen valerse de tal ministro de justicia y salvación! El Apóstol, cuando le llama ministro del santuario, deja ver muy claro que esta dignidad tan alta no corresponde a los impíos y perversos, sino a los que buscan la santidad. Con esta sola palabra borró las esperanzas vanas y temerarias de los malvados, quienes aun persistiendo obstinados en sus pecados esperan la salvación sólo por los méritos de Cristo.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIV, F.U.E. Madrid 2002, p. 94-97

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía





[1] Jn 1, 9
[2] Hb 8, 1-2

domingo, 12 de mayo de 2013

De San Juan de Ávila a fray Luis de Granada

     Granada, fines febrero-principios marzo 1538

   Carissime:
   Dos cartas de vuestra reverencia he recebido, en las cuales me hace saber del nuevo llamamiento con que nuestro Señor lo ha llamado para engendrarle hijos a gloria suya: sit Ipse benedictus in saecula[1], que no se desprecia de tomar por instrumento de tan gloriosa cosa a una cosa tan baja, y hablar, siendo Dios, por una lengua de carne, y levantar al hombre a que sea órgano de la divina voz y oráculo del Espíritu Santo, Cristo-hombre fue el primero en quien este espíritu lleno y vivificativo de los oyentes se aposentó, engendrando por la palabra hijos de Dios y muriendo por ellos, por lo cual mereció ser llamado Pater futuri saeculi[2]. Y porque de Él y de sus bienes hay comunicación con nosotros, así como nos hizo hijos siendo Él Hijo, y sacerdotes siendo Él Sacerdote, hízonos Él, siendo gracioso, graciosos; Él amado y bendito, semejables a El; y siendo heredero del reino del Padre, sómoslo nosotros también en Él y por Él, si estamos en gracia[3], y así, porque no quedase en el tesoro de su riqueza cosa de la cual no nos diese parte, teniendo Él espíritu para ganar los perdidos, compasión para ganar las ánimas enajenadas de su Criador, palabra viva y eficaz para dar vida a los que la oyeren, consoladora para los contritos de corazón, linguam eruditam ut sciam sustentare eum qui lassus est verbo[4], quiso poner de este espíritu y de esta lengua a algunos, para que, a gloria suya, puedan gozar de título de padres del espiritual ser, como Él es llamado, según que San Pablo osadamente afirma: Per Evangelium ego vos genui[5]. Quiere el amado San Juan que veamos qualem charitatem dedit nobis Pater, ut Filii Dei nominemur, et simus[6]. Razón es que con ella agradezcamos y seamos padres de los hijos de Dios, y por la una y la otra sea conocido Dios en ser largo y bueno sobre los hijos de los hombres.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XIX, F.U.E. Madrid 1998, p. 285-6




[1] Sobre la data: cf. ALVARO HUERGA, Fray Luis de Granada, Madrid, BAC 1988, pp. 53-8
[2] Is 9, 6
[3] Cf. Rm 8, 14-7
[4] Is 50, 4
[5] Co I 4, 15
[6] Jn I 3, 1

miércoles, 8 de mayo de 2013

La semejanza es causa de amor

    Si era grande impedimento la rudeza de nuestro entendimiento para conocer a Dios, mucho mayor lo era la desemejanza de nuestra vida para amarlo: que, como vos mejor sabéis, la semejanza es causa de amor, pues el amor es unión de voluntades y corazones. Pregunto pues ahora: ¿qué semejanza hay entre la alteza divina y la bajeza humana. Porque las cosas contrarias o diferentes muy mal se pueden unir entre sí. Siendo, pues, esto verdad, ¿qué cosa más diferente y más distante una de otra que Dios y el hombre? Dios, espíritu simplicísimo; el hombre espíritu sumido en la carne; Dios altísimo, el hombre bajísimo; Dios riquísimo, el hombre pobrísimo; Dios purísimo, el hombre impurísimo; Dios inmortal e impasible, el hombre mortal y pasible; Dios exento de todas las miserias, el hombre sujeto a todas ellas; Dios inmudable, el hombre mudable; Dios en el cielo, el hombre en la tierra; y finalmente, Dios invisible, el hombre visible, y como tal, apenas puede amar lo que es invisible.
  Veis pues ahora cuán grandes impedimentos hay de parte del hombre para amar a Dios. Porque siendo la semejanza causa de amor y de la unión de los corazones ¿qué semejanza hay entre Dios y el hombre, donde vemos tanta diferencia de parte a parte? Pues ¿qué remedio para que haya semejanza donde hay tantas diferencias? Esta fue la invención admirable de la divina sabiduría, la cual de un golpe cortó a cercén todos estos impedimentos del amor, haciéndose hombre. Porque veis aquí a Dios, que era purísimo espíritu, vestido de carne: veislo abajado, veislo pobre, humilde, mortal y pasible, y sujeto a las mudanzas y cansancios de la vida humana, y sobre todo esto visible, para que el hombre que no podía amar sino lo que veía, vestido ya Dios de esta ropa, no tenga excusa para dejar de amarle. Y porque es también grande impedimento del amor la desigualdad de las personas, por donde se dice que no concuerdan bien ni moran en una casa majestad y amor, veis aquí, también quitada la desigualdad, cuando de esta manera se abajó la Majestad y se acomodó a nuestra poquedad. Lo cual divinamente nos representó el profeta Eliseo cuando resucitó el niño de su huéspeda, sobre el cual se acostó, encogiendo su cuerpo a la medida del niño, con lo cual se calentó la carne del niño muerto, y abrió los ojos y resucitó. Pues ¿qué otra cosa nos representa esta tan extraña ceremonia del profeta, sino haberse recogido aquel grande Dios que hinche cielos y tierra, compasándose con el hombre y estrechando su Majestad a la medida de nuestra humanidad por su grande caridad, con la cual el mismo hombre vino a encenderse en el amor de quien así lo amó? Esta, pues, fue la invención que la divina Sabiduría inventó para ser amada de los hombres, acomodándose a la pequeñez y naturaleza de ellos[1].

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XV, F.U.E. Madrid 1997, p. 428-9



[1] Tomado del Boletín Fray Luis de Granada. Proceso de Canonización, nº 28 de Octubre a Diciembre de 1998, ed. PP. Dominicos de Granada