domingo, 23 de junio de 2013

Sermones de santos: san Juan Bautista

AVE MARÍA

            Entre todos los elogios del precursor, no es el último aquel que mereció tener por panegiristas a los profetas, a los ángeles, a los evangelistas y al mismo Señor. Los profetas lo llamaron ángel[1]; los ángeles lo llaman grande delante del Señor; Cristo Señor atestigua[2] que es el mayor entre los nacidos de mujer; y los evangelistas sus hechos y su admirable santidad de vida la recomendaron en la Sagrada Escritura. Y no tuvo menores pregoneros de sus méritos, que a los mismos escritores de las virtudes del Señor; a los que la dispensación divina inspiró de manera que con los hechos del Señor también comprobaron los hechos del precursor con autoridad evangélica. Dicen los médicos que el pulmón del animal es semejante a un abanico, que atempera y refresca el demasiado calor del corazón, para que no se ahogue por su magnitud. Este beneficio  por disposición del autor de la naturaleza recompensa el corazón, de manera que no con la sangre de las venas por la que se sustentan los demás miembros del corazón, sino con la arterial que se digiere en el mismo seno del corazón, lo alimente y sustente, es decir, como si con el alimento real se alimente el ministro próximo al rey. Parece ser que el Señor hizo algo semejante a los sagrados evangelistas a quienes encomendó escribir la historia de sus virtudes, quiso también que fuesen los escritores de las virtudes de Juan. Y qué es lo que escribieron de él, comencemos ya ahora a examinarlo.
            Dice: Siendo Herodes rey de Judea, hubo un sacerdote llamado Zacarías, de la familia de Abía: y su mujer de las hijas de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios, guardando como guardaban todos los mandamientos y leyes del Señor irreprensiblemente[3]. Éste es el primer elogio del precursor: ser nacido de padres justos. Porque las plantaciones bastardas ni echarán hondas raíces, ni tendrán una estable consistencia[4]. Del tálamo inicuo se exterminará la semilla. Y así Juan es feliz por los méritos de sus padres, pero más feliz por los suyos. Porque como cantó Ovidio: La estirpe y los antepasados y los que no dependieron de nosotros, apenas llamo nuestros[5].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLI, F.U.E. Madrid 2004, p.152-5

Traducción de Donato González-Reviriego





[1] Mt 3, 1
[2] Mt 11, 11
[3] Lc 5-6
[4] Sb 4, 3
[5] OVIDIO, Metamorphoseon, XIII, verso 140 

sábado, 22 de junio de 2013

El suceso de la guerra de Alemania

         Después de estos milagros que cuentan varones santísimos, de que fueron testigos de vista, no puedo de dejar de contar otro no menos ilustre que  refieren nuestros mismos enemigos, que son testigos sin sospecha, porque son autores gentiles; los cuales escribiendo las vidas de los emperadores romanos, cuentan este milagro, entre los cuales es uno Amiano Marcelino en la vida del emperador M. Antonino. El cual milagro refiere también Justino, mártir y filósofo[1], en una defensión de nuestra fe que envió al emperador Antonino Pío, al fin de la cual pone tres cartas de emperadores escritas a favor de los cristianos, y la tercera es del emperador M. Aurelio Antonino, escrita al Senado romano, cuyo tenor es el que se sigue.

         El emperador César M. Aurelio Antonino, Germánico, Pártico, Sarmático, al sacro Senado y pueblo romano, salud.
     Parecióme daros cuenta en esta carta de nuestros trabajos, y del suceso de la guerra de Alemania, y de los peligros y dificultades en que me he visto, estando cercado dentro de nueve millas, de setenta y cuatro dragones, que eran las insignias de los enemigos. De lo cual me dieron noticia las espías, y Pompeyano, maestro de campo. Con lo cual me vi en grande aprieto, junto con las legiones de mi ejército, viéndome cercado de infinita muchedumbre de enemigos, en la cual había novecientos y setenta y cinco mil, y todos armados. Y como yo no tuviese gente bastante para romper con tan gran número de bárbaros, acogíme con toda mi devoción a los dioses de nuestra patria, en los cuales ningún socorro hallé. Entonces, viéndome en tan grande aprieto, hice convocar a los que llamamos cristianos, de los cuales se hallaron muchos. Y contra ellos yo me embravescí, lo que no debiera hacer, por el poder admirable que después en ellos conocí. Los cuales comenzaron luego a tratar de nuestro remedio, y esto sin saetas, ni armas, ni trompetas, como gente ajena de todo este aparato, contentos con el favor de su Dios, que traen en su consciencia. Y es cosa creíble que lo traen por armas y defensión dentro de su pecho, puesto caso que los tenemos por impíos, que es, ajenos de toda religión. Ellos, pues, postrados en tierra, hicieron oración no sólo por mi, sino también por el ejército, pidiendo socorro a su Dios contra la hambre y sed que padescíamos, porque cinco días eran pasados en que nos había ya faltado el agua, estando en tierra de enemigos y dentro del mismo corazón de Alemania. Pues como ellos se postrasen en tierra, y hiciesen oración a un Dios que yo no conozco, luego a la hora cayó del cielo sobre nosotros una agua frigidísima, y sobre nuestros contrarios una tempestad de granizo y de rayos. Con lo cual luego sin tardanza conocimos el socorro invencible de un Dios potentísimo. Por tanto, dende agora permitimos a este linaje de hombres que sean cristianos, porque por ventura no pidan contra nosotros otra semejante tempestad. Y así mando y establezco que no se tenga por crimen a nadie la religión cristiana. Y si alguno acusare al cristiano por solo título de cristiano, quiero que al acusado ninguna pena se le dé por este titulo, no habiendo en él otro delicto, y el acusador mando que sea quemado vivo. Y este decreto mío y del Senado quiero que sea firme y válido, y mando que sea afijado en la plaza de Trajano, para que públicamente pueda ser visto y leído, y de ahí sea enviado a las provincias por orden de Verasio Polión, gobernador de la ciudad. Asimismo doy licencia para que todos puedan trasladar este nuestro edicto conforme al original, que públicamente fue propuesto en el lugar sobredicho.

            Ésta es pues la carta de este emperador, en la cual él mismo refiere este tan magnífico y famoso milagro, con el cual aquel Rey soberano quiso confirmar la verdad de nuestra santa fe, y mostrar cuán grande sea la eficacia de la perfecta oración, y con cuanta razón se llama él en las Escripturas Dios de los ejércitos[2], pues en un momento, sin arco y sin saetas, desbarató un ejército tan poderoso.



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. X, F.U.E. Madrid 1996, p. 280-1





[1] Apología prima pro christianis ad Antoninum Pium: PG 6, 435-9
[2] S I 1, 3.11; 4, 4: S II 5, 10, etc.

miércoles, 19 de junio de 2013

Pinos de Alemania

         Estando de viaje por Alemania, visitamos en Berlín las Bibliotecas Nacional e Iberoamericana, donde encontramos un extenso fichero de autores religiosos españoles, entre ellos fray Luis de Granada. Como me habían encargado una conferencia sobre el autor en la CAM de mi ciudad, fotocopié varias páginas de la Introducción del Símbolo de la fe, y las guardé en mi carpeta. Paseando más tarde por el Grunewal, desde la torre situada en medio del bosque me mostraron unos pinos tan altos y rectos, que solían utilizarse para hacer mástiles de barcos. Cuando por la noche en la cantina del camping estuve repasando las fotocopias, con sorpresa, por mi parte, encontré este texto:

Vengamos a la obra del tercer día, que tiene más diferencias de cosas que considerar que el segundo, que es cuando mandó el Criador a la tierra que produjese todo genero de plantas y arboledas[1]. Pues con solo este mandamiento del Criador, sin más semillas, sin más labor, sin influencias del sol y de los planetas y estrellas, que aún no eran criadas, produjo la tierra tantas diferencias de plantas, de yerbas, de flores, de árboles, para tantos usos y provechos de la vida humana cuantos arriba declaramos, y por esto no lo repetimos en este lugar. Porque vieron los ojos de aquel Señor, a quien todo lo venidero está presente, las cosas de que nuestra vida tenía necesidad, y para todas proveyó de remedio.


Los pinos del Grunewald

Mas entre tantas especies y diferencias de árboles, que no tienen cuento ni número, uno de los que nos debía dar conocimiento de su providencia, son los grandes pinos que nacen en algunas partes, mayormente en Alemaña, tan grandes, tan largos, tan gruesos y sobre todo tan derechos, que ni con regla ni plomada pudieran salir más derechos, los cuales sirven para mástiles de navíos grandes, y galeones que navegan de Occidente a Oriente, que son cinco mil leguas de agua, por mares muy tempestuosos, de los cuales vi uno tendido en la ribera de Lisboa, de tan extraña grandeza, que me puso en admiración. Por do parece que vió el Criador que se habían de navegar estos mares tan grandes, y dende el principio del mundo, entre otras diferencias de árboles, crió también éstos tan grandes, tan derechos, tan hermosos y tan acomodados al fin para que los crió. Porque por este medio navega también la fe junto con las mercadurías hasta el cabo del mundo[2].

Torre del Grunewald en Berlín




[1] Gn 1, 11-13
[2] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas t. IX, FUE, Madrid 1996, p. 328-9; Obra Selecta, Una Suma de la Vida Cristiana, B.A.C., Madrid 1947

martes, 18 de junio de 2013

La Introdución del símbolo de la fe II

       Introducción del  Símbolo de la Fe apareció en Salamanca, editada por los Herederos de M. Gast, en 1583, el mismo año en que se publicaba uno de los más importantes Índices inquisitoriales del s. XVI. Tanto este Índice como el que salió el año siguiente fueron ordenados por el inquisidor general Gaspar de Quiroga, a quien precisamente va dedicada la obra de Fray Luis, cuya Guía de Pecadores en su versión primitiva, o no reelaborada, es decir, la que reproduce el texto de 1556, aún va a figurar en el Índice de 1584. De este modo, la legislación valdesiana de 1559 seguía actuando en la censura de 1584, y  la sombra inquisitorial de ayer continuaba pesando en el ánimo del dominico, que había podido comprobar cómo las prohibiciones de libros se iban haciendo más severas y estrechas con el tiempo.
          A tenor de estas circunstancias, la dedicatoria del Símbolo a Gaspar de Quiroga no era meramente protocolaria, sino que constituye un gesto coherente con los propósitos y contenidos de la obra. Luis de Granada, en efecto, se sumaba con esta voluminosa y densa aportación al combate en defensa de la ortodoxia católica, apremiado por la necesidad de los tiempos heréticos que corrían, y lo hacía mediante un escrito acerca de los fundamentos de la fe. La práctica militante en el dominico va a intensificar la que es más característica en él, o sea la de la afirmación ideológica positiva, renunciando al polemismo y al dicterio contra desviaciones, excentricidades y herejías. Luis de Granada, en fin, utiliza ahí la estrategia de explicar el credo ortodoxo, y cubre con el silencio la posición de aquellos que sustentaban argumentos que la Inquisición tenía por erróneos. Tanto es así que se niega a mencionar por su nombre a ninguna tendencia herética y a ningún heresiarca de su tiempo. 
            Mas arriba se dijo que la dedicatoria al Inquisidor General no respondía a un convencionalismo, sino que corrobora un “compromiso” con la reforma en aquella hora de la Iglesia española. Cabe añadir que el comienzo de la citada dedicatoria (“Algunas personas me han pedido, por veces…escribiese un catecismo”) tampoco debió tener carácter de tópico renacentista, antes bien traducía el interés, de personas muy conscientes, y del propio Gaspar de Quiroga, de que en aquella encrucijada la pluma de Fray Luis se moviese al compás de la jerarquía. Nadie más idóneo, desde luego, dada su reconocida capacidad catequética, demostrada en buen numero de obras; dado su arraigo y su difusión popular como autor de libros piadosos, y por ende su alto grado de representatividad religiosa en el pueblo español de la época.
            La petición era para que escribiese un tratado ad hoc, esto es una explicación de cuanto el cristiano debe saber, en forma de manual, y a través de la dialéctica de preguntas y respuestas. Pero de libros de este tenor se habían compuesto ya muchos en aquella centuria, y Fray Luis no quiso realizar un título más de este signo. Muy al contrario, su pretensión fue singularizarse, dentro de tan nutrida serie, valiéndose de distintas innovaciones, a la cabeza de las cuales está el empeño de escribir una Introducción a los catecismos tradicionales, una dilatada introducción que fuese metodológicamente útil para contribuir a un mejor entendimiento de los puntos centrales de la doctrina cristina, cifrados por él mismo en la Creación del mundo y la Redención.


Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la Fe, edición de José María Balcells, ed. Cátedra, col. Letras Hispánicas, Madrid 1989 p. 32-4

lunes, 17 de junio de 2013

Oído este mandamiento, parió la tierra

         Después de la tierra síguese que tratemos más en particular de la fertilidad y frutos de ella. Y esto es ya comenzar a tratar de las cosas que tienen vida, porque las que hasta aquí hemos referido, que son cielos, estrellas, elementos, con todos los otros mixtos imperfectos, no la tienen. Y porque las cosas que tienen vida son más perfectas que las que carecen de ella, resplandesce más en éstas la sabiduría y providencia del Criador, y cuanto fuere más perfecta la vida, tanto más claro testimonio nos da del artífice que la hizo, como en el proceso se verá. Porque no es Dios, como suelen decir, allegador de la ceniza y derramador de la harina, mas antes cuanto son las cosas más perfectas, tanto mayor cuidado y providencia tiene de ellas, y tanto más descubre en ellas la grandeza de su sabiduría. Y porque supiésemos que a él solo debíamos este tan general beneficio de los frutos de la tierra, los crió al tercer día[1], que fue antes que criase el sol y la luna y los otros planetas, con cuya virtud y influencias nacen y se crían las plantas, y antes que hubiese semillas de do naciesen, como agora nacen. De manera que la virtud sola de su omnipotente palabra suplió la causa material y eficiente de todas las plantas y árboles de la tierra. Toda esta variedad de especies innumerables no le costó más que solas estas palabras: Produzca la tierra yerba verde que tenga dentro de sí su semilla, y árboles frutales según sus especies, etc.[2]
            Oído, pues, este mandamiento, luego parió la tierra, y se vistió de verdura, y recibió virtud de fructificar, y se atavió y hermoseó con diversas flores. Mas ¿Quién podrá declarar la hermosura de los campos, el olor, la suavidad y el deleite de los labradores? ¿Qué podrán nuestras palabras decir de esta hermosura? Mas tenemos testimonio de la Escriptura, en la cual el santo patriarca comparó el olor de los campos fértiles con la bendición y gracia de los santos. El olor, dijo él, de mi hijo es como el del campo lleno[3]

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 101-2



[1] Cf. Gn 1, 13
[2] Gn 1, 11
[3] Gn 27, 27

domingo, 16 de junio de 2013

Lectores de la obra de fray Luis de Granada

En la actualidad el mayor lector e investigador de la obra luisiana es sin duda Álvaro Huerga Teruelo, autor de la biografía Fray Luis de Granada. Una vida al servicio de la Iglesia[1], y coordinador de la magna edición de sus Obras Completas[2].

Anteriormente Justo Cuervo editó la mayor parte de la obra en 14 volúmenes como Obras de Fray Luis de Granada[3]. Y José Joaquín de Mora editó en tres tomos las Obras del V.P.M. Fr. Luis de Granada,[4]. Antonio Trancho hace una importante selección siguiendo el orden de la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, denominando Obra Selecta. Una Suma de la vida cristiana[5], a la compilación de los textos del dominico.

Maximino Llaneza reúne la Bibliografía del V. P. M. Fr. Luis de Granada de la Orden de Predicadores[6], que completa posteriormente Antonio García del Moral, entre otros, en Fray Luis de Granada. Panorama Bibliográfico[7].

L. A. Getino defiende que es Fray Luis de Granada, el autor más leído en el mundo[8].

Pedro Laín Entralgo se presenta en la Academia de Medicina como académico con un discurso sobre la anatomía del hombre en fray Luis, que le permite descubrir el valor de La antropología en la obra de fray Luis de Granada[9].

Ramón Robres Lluch estudia sus relaciones con san Juan de Ribera y san Carlos Borromeo a través de las  cartas que se intercambian[10].

Pedro Sainz Rodríguez lo menciona en su Introducción a la historia de la literatura mística en España[11].

Marcel Bataillon analiza la génesis de su obra y sus influencias en Erasmo y España[12].

Completamos el panorama de estudiosos, por citar solamente algunos, con José Martínez Ruiz Azorín quien compara a los dos grandes escritores de la literatura española renacentista fray Luis de León y fray Luis de Granada en Los dos Luises y otros ensayos[13], y comenta la importante obra retórica del orador sagrado en De Granada a Castelar[14].

Entre los dominicos, casi todos son lectores, comentadores y continuadores de la obra del Padre Granada, podemos nombrar a Antonio García del Moral, a Urbano Alonso del Campo, organizadores del Congreso Internacional celebrado en Granada del 27 al 30 de septiembre de 1988, en el 4º Centenario de la muerte de fray Luis[15], y a los ponentes que intervinieron en el mismo. Podemos hablar también de Luis López de las Heras quien nos introdujo en el estudio de sus obras, de Vicente Cudeiro profesor en la universidad de Murcia, y de Mariano del Prado del Prado, organizador de las Jornadas Conmemorativas del V Centenario del nacimiento de Fray Luis de Granada[16], en Córdoba en el año 2004.


José María Balcells hispanista, editor de la Primera Parte de la Introducción del Símbolo de la fe, escribe que Fray Luis, partiendo de una concepción teleológica del mundo natural, atiende con preferencia a aquellos aspectos de la naturaleza que más ceritifican, por sus características, la grandeza, sabiduría, poder, bondad y providencia de Dios, así como la belleza divina, propiciando por esta vía la dimensión contemplativa del hombre[17].

La profesora portuguesa Mª Idalina Resina Rodrigues analiza la influencia de Fray Luis de Granada y la literatura de espiritualidad en Portugal (1554-1632)[18], haciendo una meritoria investigación. El conocimiento que se tenía del P. Granada en Japón ha sido descrito por la profesora Yoshimi Orii en 2009. Mientras que Henry Mechoulan se ha interesado por las influencias sobre los judíos holandeses del s. XVII, y José R. Fernández Suárez, por su parte, de la popularidad entre los ingleses.

La publicación de la obra entera de Fray Luis de Granada ha constituido una gran empresa en la que se ha honrado en participar la Fundación Universitaria Española:

            Decir unas pocas palabras sobre esa obra inmensa es difícil, muy difícil 'por sus obras los conoceréis'; pero la dificultad es llegar a conocer a Fray Luis de Granada a través de esa obra inmensa, gigantesca, para lo que hace falta también ser un gigante. Estas breves palabras de introducción no pueden ser más que  algo así como el humilde, sencillo acto de abrir la puerta a esa gran empresa.

Varios lectores han aceptado el reto de abarcar toda la obra: gran empresa, la de leer a un autor admirable por su producción. Los traductores, las personas que han publicado los Índices, los fieles cristianos que tienen entre sus devocionarios, en sus bibliotecas, las enseñanzas de fray Luis; y las mujeres, sean mozas de cántaro, mujeres de carpinteros, santas o reinas de Portugal, o no; los evangelizadores en tierras extrañas y lenguas diferentes. Todos ellos concuerdan en considerar al escritor como:

Un predicador, un hombre consagrado a comunicar la Palabra. Predicar es comunicar y comunicar es poner en común lo que uno tiene, lo que uno posee; su propio ser, su propio yo. Es un no estar solo, que no es bueno. La predicación es la comunicación de la Palabra, la que uno ha recibido y cultivado, es decir, la palabra cultivada y amada.

Esta es la opinión de Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, Presidente del Patronato de la Fundación Universitaria Española al prologar la edición[19].

Son famosos lectores como Teresa de Jesús, quien recomendó la lectura de sus obras, fray Luis de León cuando se hallaba en la cárcel, para solaz de su alma pedía el 'Libro de la Oración y meditación'[20]; Juan de Ávila, Juan de Ribera, Carlos Borromeo, Francisco de Borja, Bartolomé Carranza, Melchor Cano, y otros muchos lectores tuvo en siglos posteriores, porque su llama no se ha apagado.

Fue traducido a las principales lenguas europeas de las que se conocen múltiples ediciones según los estudios de Antonio García del Moral, también en griego, en árabe, en chino, en japonés, en tagalo existen traducciones del Cicerón español. Del japonés escribe recientemente el P. Bayle, S. J.  en Razón y Fe: “Llena de santa ufanía ver, verbigracia, que la Guía de pecadores, del P. Granada, impresa en japonés, fue uno de los sostenes que mantuvieron  oculta y viva aquella cristiandad por dos siglos, cuando en Europa se la creía muerta”[21].

Las personas que colaboraron en los Índices del tomo LII y que leyeron página a página el denso contenido doctrinal de los tomos de la Obras Completas, constituyen un grupo variado de personas como: Ricardo Alarcón Llamas, Mª Isabel Llamas Inglés, Mª Luisa Alarcón Manzanera, Aurora Llamas Inglés, Carmen Arcas Ruano, Jaime Llorens Inglés. Ana Mª Blanco Inglés, Gonzalo Llorens Inglés, Eloísa Blanco Inglés, Francisco Martínez de Salazar, Fernando Blanco Inglés, Romualdo Mateos Ramos, Francisco de la Torre García, Concepción Núñez de Castro, Laureano Gómez Parra, Mª Carmen Ros Soriano, Guadalupe Gómez Parra, Aurora Silva Huertas, José Antonio González Feijoo, Manuel Jesús Soler Martínez, Ricardo Alarcón Buendía, Mª Luisa Horcajadas Rivero, José Teijón Fernández, Alejandro Llamas Inglés, Julia Urgel González. Otros nuevos lectores surgieron cuando celebramos las Jornadas sobre fray Luis en la UNED de Cartagena en diciembre de 2008, durante las mismas el profesor Álvaro Huerga Teruelo comentó las últimas novedades editoriales en relación con fray Luis; o cuando presentamos el libro de Fray Luis de Granada. Un escritor contemporáneo[22] donde intervinieron el bibliófilo Tomás Tauste, la especialista en retórica Mª del Mar Morata, el traductor de las cartas italianas, Pascual Martínez Ayala, y el profesor de literatura y poeta Joaquín Piqueras.

Los traductores de los sermones, los estudiosos de su obra retórica, los tratadistas de espiritualidad, son otros tantos lectores que continúan dando actualidad al futuro santo español. También podemos citar las bibliotecas que ofrecen, entre sus tesoros, los libros de este escritor, a lectores que consultan y admiran sus fondos.

Y los envíos de sus obras que libreros e impresores embarcaban para América, Asia, y otros lugares, donde todavía se recuerda a fray Luis. 

Confiamos, finalmente, en que la publicación de sus Obras Completas abra nuevas líneas de investigación entre quienes como lectores o hispanistas deseen conocer en profundidad al Padre Granada.





[1] BAC, Madrid 1988
[2] FUE, Madrid 1994-2008
[3] Fuentenebro, Madrid 1906-8
[4] Ribadeneyra en BAE nº 6, Madrid 1850
[5] BAC, Madrid 1947
[6] Establecimiento tipográfico de Calatrava, 1926-8, Salamanca, 4 vols
[7] Granada 1989
[8] El Debate, extraordinario de febrero 1934
[9] CSIC, Madrid 1946
[10] Antológica annua nº 8, 1960 p. 83-141; y nº 30-31, 1983-4 p. 45-208
[11] Voluntad, Madrid 1972; Espasa-Calpe, Madrid 1984
[12] Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 1950
[13] Austral nº 420, Madrid-Buenos Aires 1946
[14] Austral, Madrid 1922
[15] Actas del Congreso, Universidad de Granada, Granada 1993
[16] Actas de las Jornadas, Cajasur, Córdoba 2005
[17] Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la fe, ed. Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid 1989
[18] FUE y Universidad de Salamanca, Madrid 1988
[19] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas, ed. FUE, Madrid 1994-2008
[20] Obra Selecta, BAC, Madrid 1947, p. XV-XXIV
[21] Obra Selecta, BAC, Madrid 1947, p. XXIII_IV
[22] Ediciones del Orto, Madrid 2009

sábado, 15 de junio de 2013

Literatura religiosa española del siglo XVI

        En esta época, España entera, empapada de problemática teológica por su entrega al esfuerzo de la Contrarreforma, da gran resonancia popular a obras que hoy parecerían abstrusas. Es el momento en que España pasa del imperio de Carlos I al reinado de Felipe II; o sea, el tránsito desde una actitud dialéctica y combativa a una entrega a la introspección y la disciplina intelectual, con el distanciamiento del mundo que exagerará el Barroco.
         Ya se dijo al tratar de la mística germánica, que su influjo se realiza -tardíamente- en España al empezar el siglo XVI, a través sobre todo, de las traducciones del Kempis -la del P. Nieremberg, en el XVII, es la que prevalece hasta hoy-, y del Abecedario espiritual (1525) del franciscano Francisco de Osuna. Pero la primera realización clásica de esta literatura religiosa queda todavía simplemente en el terreno de la oratoria sagrada, si bien con especial gracia expresiva: es la obra del dominico Fray Luis de Granada (1504-1588). De entre sus producciones, nos interesan sobre todo Libro de la oración y meditación, Guía de pecadores e Introducción del símbolo de la fe, esta última la más valiosa a nuestros efectos. Seguramente el estilo de Fray Luis de Granada deriva en gran medida del Beato Juan de Ávila, alternante entre clasicismo ciceroniano e inmediatez coloquial. Las páginas de Granada tienen el obstáculo inicial de toda página impresa que refleja un tono elocuente: la estructura general resulta un poco fría y ornamental, pero en cambio los pasajes -sobre todo en la Introducción- alcanzan a menudo auténtica fortuna, sobre todo como muestras, como primores antologizables -aunque no estemos seguros de que su efecto apostólico llegue a la misma altura-. Fray Luis de Granada ilustra ricamente sus argumentos -en un orden más ambicioso y filosófico en la Introducción, verdadero intento de teodicea- con la visión del mundo, sabrosamente desmenuzada, en un sentido naturalista no ajeno al renacentismo. Incluso cuando habla de la caducidad de las cosas terrenas, su tono afectuoso y cromático parece contradecir suavemente su ascetismo, demorándose en las cosas con complacencia estética. Así, en el Símbolo dice que la mayor belleza de la criatura humana no es más que un cuerecico blanco o colorado que parece por defuera, pero la gracia de su frase inmortaliza esa visión de fugacidad floral. Y antes se ha complacido viendo jugar a los animales: Cuando vemos otrosí los becerricos correr con grande orgullo de una parte a otra, y los corderillos y cabritillos apartarse de los padres ancianos, y repartidos en dos puestos escaramuzar los unos con los otros, ¿Quién dirá que no se haga esto con gran alegría y contentamiento dellos? Y cuando vemos juguetear entre sí los gatillos y los perrillos, y luchar los unos con los otros, y caer ya debajo, ya encima, y morderse blandamente sin hacerse daño. Evidentemente, para considerar ascética la obra de  Fray Luis de Granada hay que tener en cuenta que la ascética no es por fuerza triste y empobrecedora, sino que hay otra posible ascética que sube por la belleza de las cosas y la alegría de la expresión hacia el rastro de lo divino.


Martín de Riquer y José María Valverde, Historia de la Literatura Universal, t. II, ed. Planeta, Barcelona 1976, en su 6ª edición p. 100-101

martes, 11 de junio de 2013

Oración a Fray Luis de Granada

VENERABLE PADRE MAESTRO FRAY LUIS DE GRANADA
(1504-1588)

ORACIÓN DE USO PRIVADO

 ¡Señor!, Tú que te complaces en habitar en los limpios de corazón, y otorgaste a su siervo Fray Luis de Granada la gracia de difundir tu admirable doctrina y de imitar a Cristo pobre y humilde, dejándonos a través de su vida y sus escritos un claro testimonio de perfección evangélica; concédenos, por su intercesión, la gracia que te pedimos, si ha de servir para mayor gloria tuya y provecho de nuestra alma. AMEN.

Padre nuestro, Ave María y Gloria….


Para comunicar gracias y favores recibidos, dirigirse a: Padres Dominicos.- Plaza de Santo Domingo nº 1  -18009– Granada (España)
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viernes, 7 de junio de 2013

Aparejado está mi corazón, Señor

      Pues el que desea hacer enteramente lo que debe, y ser perfecto siervo de Dios, y tener más cuenta con la divina voluntad que con su propia consolación, para todo esto ha de estar aparejado diciendo con el psalmista: Aparejado está mi corazón, Señor, aparejado está mi corazón[1], conviene saber, aparejado a volar por el cielo y aparejado a andar por los agujeros de la tierra, aparejado para reposar con vos y aparejado para trabajar con el prójimo, aparejado a gozar de vuestras consolaciones y aparejado a llorar las miserias de mis hermanos, aparejado finalmente para el ocio de la caridad, y aparejado también para los negocios que pide la necesidad de la caridad. Así, pues, ha de estar aparejado para todo de tal modo, que aunque está arrebatado sobre los cielos, debe de bajar de ahí cuando supiere que padescen trabajos sus hermanos, y darles benignamente los oídos, y ayudarlos en todo lo que pudiere, no mirando a ellos en ellos, sino considerando a Dios en ellos, por quien hace lo que hace, conosciendo que aunque pierda en esto sus gustos, no por eso pierde a Dios, sino que deja a Dios por Dios. Y acabada esta obra, torne a donde antes estaba, y prosiga lo que hacía como si nunca lo hubiera interrumpido.
      De esta manera he visto yo algunas personas, y especialmente me acuerdo de un religioso lego, el cual tenía el servicio de todo un monasterio a su cargo, y no paraba un punto desde la mañana hasta la noche, acudiendo a todos los negocios de casa con todo cuidado y silencio; y acabado el trabajo continuo del día, así acudía a prima noche y a la madrugada a su oración tan profunda y tan prolija, como si todo el día estuviera aparejándose para ella. De esta manera pues debe el siervo de Dios ser como un caballo revuelto, que sepa ir y sepa tornar, como se escribe de aquellos sanctos animales de Ezequiel que llevaban el carro de Dios, los cuales iban y volvían tan ligeros como relámpagos[2]. Así pues debe el siervo de Dios acudir a los prójimos y volver con presteza a Dios; esto es, a las obras de la vida activa y a los ejercicios de la contemplativa.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. VII, F.U.E. Madrid 1995, p. 144-5





[1] Sal 107, 2
[2] Ez 1, 14

jueves, 6 de junio de 2013

La doble circulación de la sangre

La sangre arterial sale del corazón “por el tronco de una grande arteria”, la cual, según Fray Luis, se divide en dos brazos: “el uno destos brazos desciende a todos los miembros que están debajo del corazón hasta los pies, y el otro sube  a los que están sobre él hasta la cabeza”. Dicho lo cual, queda expuesto cuanto en la Introducción se refiere a lo que hoy llamamos aparato circulatorio.
Viene a continuación, dentro del orden que sigue Fray Luis, el aparato de la respiración y de la fonación. El pulmón es un órgano doble, “de substancia esponjosa y liviana (de donde le vino el nombre de livianos), para que fácilmente se pueda mover, extender y encoger”. Este miembro, “a manera de fuelle, se está siempre abriendo y cerrando”, y con su constante movimiento cumple cuatro fines distintos: refrigerar el calor del corazón, impulsar el aire productor de la voz, purgar de hollines la sangre de la vena arterial y hacer el aire inspirado apto para engendrar los espíritus vitales.
A cambio del refrigerio que el pulmón le presta, dice Fray Luis, siempre con Galeno[1], el corazón le mantiene y da de comer de su mesa real; porque sustentándose todos los otros miembros con la sangre de las venas (que es como pan casero, común a todos), éste sólo se mantiene de la sangre arterial, que se forja en el mismo corazón, que es purísima y finísima”. Quiere decir Fray Luis que el pulmón se nutre de la sangre que le lleva la arteria pulmonar; la cual sangre, tan pronto como llega al pulmón se purifica por eliminación de los “hollines” y “fumosidades” que la hacían impura. La expresión “sangre arterial” usada en el párrafo transcrito es manifiestamente exagerada, dentro de la ortodoxia galénica en que la descripción se mueve.

Pedro Laín Entralgo, La antropología en la obra de Fray Luis de Granada, C. S. I. C., Madrid 1988, p.170-171




[1] De usu partium, VI, 10

Las legumbres

Debajo de este nombre de yerba se entienden no solamente las mieses, de que ahora acabamos de tratar, sino también muchas diferencias de legumbres criadas para ayuda de nuestro mantenimiento, de las cuales unas se guardan secas para todo el año y otras de que luego nos servimos cuando han crecido. Y de éstas, unas se crían debajo de la tierra, y otras encima de ella. Y entre éstas entran las que crían dentro de sí pepitas, que después sirven de semilla para volver a nacer, entre las cuales se cuentan aquellas por quien suspiraban los hijos de Israel en el desierto.
Y en esto se ve la providencia de aquel soberano Gobernador, el cual, así como crió frutas frescas acomodadas al tiempo del estío, para refrigerio de nuestros cuerpos, así también crió legumbres proporcionadas a la cualidad de este mismo tiempo.
De modo que no contento con la provisión de tantas carnes de animales, de peces, de aves, de árboles frutales y de mieses abundosas, acrecentó también esta providencia de legumbres, para que ningún linaje de mantenimiento faltase a los hombres, que tan mal saben agradecerlo, pues aprovechándose del beneficio, no saben levantar los ojos a mirar las manos del que lo da, no sólo a los buenos, sino también a los malos, por amor de los buenos, así como proveyendo a los hombres no se olvidó de los animales por amor de los hombres.
Lo cual no calló el Profeta cuando dijo que el Señor producía en los montes heno y yerba para el servicio de los hombres. Y dice de los hombres porque, aunque no sea éste su mantenimiento, es lo de los criados que están diputados para su servicio que son los brutos animales.


Fray Luis de Granada, Canto a la naturaleza; Introducción y selección de textos de Urbano Alonso del Campo O. P., Universidad de Granada, Granada 1991, p. 47-8