viernes, 19 de julio de 2013

"La virtud sospechosa" de Jacinto Benavente

      La Virtud sospechosa es una comedia en tres actos incluida en el volumen XXX de las Obras completas, publicadas por la Librería y casa editorial Hernando en Madrid en 1525. Jacinto Benavente recibió el Premio Nóbel de Literatura en 1922 por la abundancia de su producción y por retratar con realismo a la sociedad madrileña y española de principios del siglo XX, renovando la escena española cuyo romanticismo estaba produciendo las obras menos valiosas y decadentes del momento.
            El título recuerda la obra maestra de Pedro Antonio de Alarcón La verdad sospechosa comedia satírica donde se critica la facilidad con la que falta a la verdad su protagonista don García, vanidoso y fanfarrón, considerado un carácter formidable de nuestro teatro.
            La Virtud sospechosa se desarrolla en una villa de una ciudad del Norte de España, donde llega Emilia, la segunda esposa del Marqués de las Torres del Duero, quien ha mejorado notablemente su posición social, por causa de su boda con el Marqués, lo cual la hace sospechosa de arribista para los familiares de su esposo: Yo sólo pido, en cambio, un poco de simpatía para apreciar mis buenos deseos de hacerme perdonar mi elevación, que para mí, confieso que lo ha sido, pertenecer a vuestra familia[1]. Emilia ha cuidado generosamente a Eduardo, hijo del Marqués, herido en la guerra de África, y ha conseguido con su amabilidad reconciliar a la familia, según comenta el propio Eduardo.
            El personaje principal, Rosaura, hija del Conde de Santa Clara y prima de Eduardo es una joven de apariencia alocada, pero de buen corazón, que aprecia y valora a Emilia por sus cualidades. El contrapunto de este personaje se llama Manolo Vélez, que burla burlando coloca a cada personaje en su sitio, enseñando a Rosaura que la honradez ha de ser verdadera y no aparente; él desenvuelve la trama como ocurre en la Comedia del Arte, desvelando qué acciones son honestas, y cuáles son aparentemente virtuosas.
            Este Vélez relaciona la actitud de Rosaura, hipócrita en cierta forma, con la del protagonista de La Verdad sospechosa de Pedro Antonio de Alarcón, don García, un joven inexperto, que suele mentir por mofa y por juego, hasta que un día, cuando necesita que le crean, su verdad resulta sospechosa por causa del hábito de mentir. Vélez sentencia al final de la comedia: Es el mal de estos tiempos, en que todos prefieren parecer inteligentes a parecer buenos…y hay que desengañarse….por la inteligencia rara vez nos ponemos de acuerdo…; por el corazón nos entendemos siempre[2].
            Manolo Vélez ha amonestado anteriormente a Rosaura de que, cuando necesite ser apreciada por un hombre, enamorado de sus cualidades, puede ocurrirle lo que a don García y como a él la verdad, procura que no vaya a ser en ti, la virtud sospechosa[3]. Él considera a la muchacha inteligente y educable, si cae en buenas manos[4]. Le parece deplorable lo que aparece en la superficie, que califica como hipocresía a la inversa, como ser buenos, y parecer malos[5], lo que le pasa a Rosaurita igual que a todos los jóvenes de su edad. La clave está en ser sencillos, ser naturales[6], y no vivir como personajes literarios. Al hacer estas reflexiones sobre los jóvenes aristócratas, él se sitúa fuera, observándolos desde un punto de vista distinto: quien soy yo para moralizar. Nadie, ya lo sé…; un bufón a la moderna, un bufón de sociedad..,no soy otra cosa, pero ya sabes que los bufones alguna vez entre burlas decían verdades…[7].
        Otro personaje interesante, aunque algo desdibujado, es el primo de Rosaura, Eduardo, quien piensa que la joven al lado de un hombre inteligente, de verdad enamorado de ella, es muy educable y perfectible. Se le opone el doctor que le curó, Jaime, que representa el interés por la ciencia de una clase nueva elevada por el estudio.
      Sabemos que el tema de la virtud, origen de la obra posee una larga tradición en la Literatura española. Ya el Padre Granada en su obra Guía de pecadores anima al hombre a conseguir una vida más feliz por el camino de la ascética. El fraile granadino exalta la educación ética en la virtud, como un camino de perfección que sigue nuestras tradiciones cristianas seculares. Jacinto Benavente ha situado en el escenario los vicios y virtudes de la sociedad española de fin de siglo, siguiendo esta tradición moral. Su obra es un botón de muestra de la deuda que tiene la literatura española con nuestros escritores morales, entre los que destaca fray Luis de Granada por su producción y por el contenido de su obra.




[1] JACINTO BENEVENTE, La virtud sospechosa, t. XXX, Librería y casa editorial Hernando, Madrid 1925, p. 19
[2] Op. Cit p. 199-200
[3] Op. Cit. p. 57
[4] Op. Cit. p. 17
[5] Op. Cit. p. 54
[6] Op. Cit. p. 55
[7] Op. Cit p. 56

viernes, 5 de julio de 2013

Oración al Padre

                                                  A DIOS PADRE

           Me acojo a tus manos, Padre, pues soy todo tuyo, tuyo por tantos y tan justos motivos; tuyo porque me criaste y diste este ser que tengo; tuyo porque me conservas en él con los beneficios y regalos de tu providencia; tuyo porque me rescataste con la sangre de tu Hijo.
           Pues si por tantos títulos soy tuyo y si Tú, por tantos títulos eres mi Dios, mi Padre, mi Rey, Redentor y Librador, aquí te vuelvo a entregar vuestra hacienda, que soy yo: aquí me ofrezco por vuestro hijo, aquí te entrego las llaves y homenaje de mi voluntad, aquí me presento para que dispongas de mi como hacienda tuya. Me pongo en tus manos y me desposeo de mí, para que no sea ya mío sino tuyo, para que lo que es tuyo por justicia sea por mi voluntad.
           Mas ¿quién podrá, Padre mío, hacer nada de esto ni siquiera dar un paso sin tu ayuda? Por tanto, Padre mío, dame poder para hacer lo que mandas y, manda lo que quisieres. Acuérdate, Padre, que Tú mismo nos mandaste por tu divino Hijo: pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán. Pues si Tú Padre, nos llamas, nos convidas y nos abres los brazos, para que nos alleguemos a Ti, ¿porqué no confiamos que nos recibirás en ellos? No eres Tú, Padre, como los hombres, que se empobrecen dando, y por eso se importunan cuando les piden. No eres Tú así; porque, como no te empobreces en lo uno, no te importunas en lo otro. Y por eso, pedirte no es importunarte sino obedecerte, pues tu mandas que te pidamos, y también que te honremos y glorifiquemos, porque con esto protestamos que Tú eres Padre y universal Señor y dador de todo. Y así también quieres, Padre mío, que te llame en el día de la tribulación, para que Tú me libres y yo te glorifique.
          Pues movido yo por este tan piadoso mandamiento, me llego a Ti y te pido tengas por bien darme todo esto que te debo, conviene saber: que así te adore, así te ame y reverencie, y así te alabe, así te de gracias por todos tus beneficios, así te ame con todo mi corazón, así tenga toda mi esperanza puesta en Ti, así obedezca a tus santos mandamientos, y así me ofrezca y coloque en tus manos, y así te sepa pedir estas y otras mercedes, como conviene para tu gloria y para mi salvación[1].





[1] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas,  t. XIII, FUE, Madrid 1997; citado en el Boletín del Proceso de Canonización nº 28, Octubre-Diciembre 1998, p. 6

La fe en la resurrección

¿Veis hermanos, con sólo este ejemplo como la fe en la resurrección ayuda a aliviar todos los males? Por esto con razón Plutarco se encara a Epicuro, quien sostuvo que el sumo bien estaba en el deleite, y no obstante eso eliminó la esperanza de la inmortalidad, que es el sumo consuelo de las personas piadosas en esta vida y el refugio firmísimo de todos los trabajos. Quitada esta esperanza, ese perturbador  maestro quitó de la vida toda materia de verdadero y sólido gozo.
            Y esta fe contribuye no menos a la promoción de la virtud que al alivio de los males. De aquí que el Apóstol, después de comprobar el misterio de la resurrección con muchas y válidas razones, anima a los fieles al trabajo de la piedad y de la justicia, con estas palabras: Así pues, hermanos míos muy amados, manteneos firmes, inconmovibles, abundando siempre en la obra del Señor, teniendo presente que vuestro trabajo no es vano en el Señor[1].



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p.  54-55

Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo



[1] Co I 15, 58

Pedid y recibiréis

TEMA: Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá (Lc. 11, 9)

La lectura del santo evangelio que acabamos de oír nos recomienda el ejercicio y la perseverancia de la oración. A esto nos exhorta el divino Maestro acicateándonos la confianza de impetrar lo que pedimos. Algunos de sus discípulos le pidieron que les enseñara un modo de orar, y no sólo les enseñó lo que pedían, sino también junto con el modo de orar, la perseverancia en la oración, y la confianza en impetrar lo que pidan. Estimulados los hombres con esta confianza, es decir, cuando están seguros de la cosecha, piden con gusto y júbilo lo que desean. El Señor nos asegura que se cumplirán nuestras peticiones, exponiendo la palabra del que pidió insistentemente a un amigo a medianoche pan. Dice la parábola: ¿Quién de vosotros tiene un amigo, y va a él a medianoche y le dice: amigo, préstame tres panes, porque me ha llegado un huésped y no tengo pan para darle la cena, etc.?[1].



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIII, F.U.E. Madrid 2002, p.  100-101

Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo



[1] Lc 11, 5-7

martes, 2 de julio de 2013

Levántate, aquilón, sopla, austro

         En otra alegoría –la del huerto- el Esposo se refiere, según los intérpretes, a la Iglesia: Levántate, aquilón, sopla, austro, dice, ven a mi huerto y se esparcirán sus perfumes[1]. Significa que ahuyentará de los corazones de las personas piadosas el viento aquilón, que trae el frío, la flojera y la parálisis, y hará correr el austro, que sopla del mediodía y trae el calor del amor divino, y la lluvia mansa y fértil de la devoción para que se expanda el perfume de las virtudes. La devoción es la nodriza de los santos deseos.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIII, F.U.E. Madrid 2002, p.286-7

Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo




[1] Ct 4, 16

Sermones de santos: san Pedro y san Pablo

            Y para esto no les ayudó poco una degustación anticipada del singular premio celestial. Porque Pedro en el misterio de la transfiguración vio la gloria de la sacratísima humanidad de Cristo, cuando su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos cono la nieve. Con este espectáculo se llenó su ánimo a un mismo tiempo de tanto gozo y admiración que arrebatado fuera de sí, y olvidado de todas las cosas y de sí mismo, no deseando disfrutar de otra cosa que de aquella suavidad, dijo: Señor, qué bien se está aquí. Si quieres, hago aquí tres tiendas, etc.. Si duda que no sabía lo que decía, porque aquella fuerza suma del gozo celestial había absorbido la facultad de entender. Y a Pablo, por un singular beneficio de Dios le fue concedido disfrutar no sólo de la gloria de la humanidad de Cristo, sino también de la gloria de la divinidad, como afirman muchos de los padres. Esto él mismo lo afirma de sí como de otro, con estas palabras: Yo conozco a un hombre en Cristo que catorce años ha –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, sábelo Dios- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que el mismo hombre, fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables, que no es lícito a un hombre el proferirlas[1]. Quiso, pues, la sabiduría  divina, que el futuro doctor de las Iglesias aprendiera entre los ángeles, lo que había de enseñar entre los hombres. Por este don admirable de Dios de repente se convirtió de lobo en pastor, de ladrón en custodio, de perseguidor en defensor. Y cuánta fue esta gracia de Dios, lo enseña san Máximo con estas palabras: “Y dejando a un lado todo aquello que hace a Pablo admirable en todo el mundo, fijémonos en una sola cosa, que es bastante para todas sus alabanzas: ¿quién es capaz de apreciar, que viviendo entre los hombres, por una gracia especial de Dios, se le hizo penetrable el paraíso y le fue abierto el cielo? Éste, pues, a quien le fue concedido, viviendo entre los hombres, ir a los cielos y volver a los hombres, y ver la grandeza de la gloria que está preparada en los cielos para aquellos que hayan vivido con piedad, ¿qué no haría?, ¿qué trabajos y peligros no afrontaría?, ¿qué riquezas del mundo no despreciaría, para trasladar a sí y a los otros a aquellas celestiales mansiones que había contemplado?”[2].  

    
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLI, F.U.E. Madrid 2004, p. 290-1

Traducción de Donato González-Reviriego



[1] Co, 12, 2-4
[2] S. MÁXIMO, Homilía LXX: PL 57, 399