jueves, 25 de septiembre de 2014

El mundo es una grande ciudad

         A todos, Señor, nos acaece, cuando nos ponemos a considerar las maravillas de esta obra, como a un rústico aldeano que entra de nuevo en una grande ciudad o en alguna casa que tiene grandes y diversos aposentos, y embebecido en mirar la hermosura del edificio, olvídase de la puerta por donde entró, y viene a perderse en medio de la casa, ni sabe por dónde ir, ni por dónde volverse, si no hay quien lo adiestre y encamine.
        ¿Pues qué son, Señor, todas las ciudades y todos los palacios reales sino unos nidos de golondrinas, si los comparamos con esta casa real que Vos criasteis? Pues si en aquel tan pequeño agujero se pierde una criatura de razón, ¿qué hará en casa de tanta variedad y grandeza de cosas? ¿Cómo nadará en tan profundo piélago de maravillas quien se ahoga en tan pequeños arroyuelos?.












Singapur, Malasia y Estambul, Fotografías tomadas de: elmundosegunpier.wordpress.com


Fray Luis de Granada, Canto a la Naturaleza, selección de textos de Urbano Alonso del Campo, ed. Universidad de Granada 1991 p. 137

Las Indias Orientales


        Y no menos resplandece la divina Providencia en el curso de los vientos. Porque sabemos que en las Indias Orientales en cierto tiempo del año cursan unos vientos que sirven para navegar con ellos a ciertas partes, y en otro cursan otros que son para volver de ellas, y esto tan ordinario, que nunca faltan éstas que llaman monciones, para estos caminos, las cuales la divina providencia ordenó para el servicio y uso de los hombres, haciendo que los vientos, como criados de ellos, los lleven y traigan como en los hombros a los lugares deseados. Y con ser esto así, ¡cuán pocos hay que reconozcan este beneficio y le den gracias por él!.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IX, F.U.E. Madrid 1995, p. 89



ALICANTE, Vuelta al mundo a Vela


SALIDA: Puerto de Alicante, 12-X-2014








miércoles, 24 de septiembre de 2014

Juan de Ávila recomienda el estudio de la Escritura

      Ya se ve por experiencia cómo los que toman oficio de predicar, habiendo solamente oído Teología escolástica, lo hacen muy desaprovechadamente, de lo cual está la razón manifiesta, pues la ciencia que hace llorar y purificar los afectos para quien la lee, y la doctrina con que se han de apacentar las ánimas provechosamente, en la sagrada Escriptura y en concilios y en la lección de los santos está; y como de esto estén ayunos, no pueden dar provechoso pasto a las ovejas; antes, algunas veces suelen contradecir a los que lo dan. Mándese que, antes que prediquen hayan oído, después de la Teología escolástica, tales y tales libros de la Escriptura divina y estudiádolos con diligencia, en lo cual sean examinados; si no fuese alguno que, sin haber oído, diese buena cuenta en el dicho examen[1]
        Fuera de lo que aquí insinúa el Maestro -una dedicación especial al estudio de la Sagrada Escritura- vemos que hace depender de su conocimiento y manejo, como indica en otros lugares, la reforma, la eficacia en el apostolado y la misma santificación del clero. De ahí su insistencia por que tanto el clero regular como el secular oigan lecciones de Escritura, y con mayor razón cuando hace la programación de los colegios clericales o de los futuros Seminarios.

JUAN DE ÁVILA, Obras Completas, Introducción de F. Martín Henández, B.A.C. Madrid 1970, p. 9





[1] JUAN DE ÁVILA, Memorial 1º a Trento

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         Su formación filosófica y teológica queda acreditada por los años como profeso dominico en el reciente Studium Generale de Santa Cruz la Real de Granada y posteriormente en el prestigioso Colegio de San Gregorio de Valladolid.
        Un tiempo precioso para la lectura y meditación sobre la Biblia, los Santos Padres y autores espirituales de la primera tradición cristiana como San Agustín, San Jerónimo, San Bernardo, fue el que pasó en Escalaceli en la sierra cordobesa. El propio fray Luis nos dice que se dedicó a la lectura fruitiva y utilitaria de los Santos Padres cuaderno en mano. El fruto de esta laboriosa y sabrosa lectura lo ofrecería posteriormente en su Silva locorum, publicada en dos volúmenes en Salamanca el año 1585. Esta avidez y pasión por la lectura, el deseo de aprender y el afán de servir le llevan también a beber en las fuentes de los autores espirituales contemporáneos con una lectura sosegada y crítica a la vez, procurando sacar provecho.

Urbano Alonso del Campo, Vida y obra de fray Luis de Granada, ed. San Esteban, Salamanca 2005 p. 244

viernes, 19 de septiembre de 2014

Del mar Océano

MIS PRIMEROS VIAJES

Mi abuela y mi madre no quisieron, sin duda, dejarme envanecer con esta aura popular, y después de los exámenes en la Escuela de Náutica, me entregaron en manos de don Ciriaco Andonaegui, capitán de una fragata de la derrota de Cádiz a Filipinas y de Filipinas a Cádiz.
Don Ciriaco había comenzado su carrera de marino de la misma manera, con mi abuelo, y era justo hiciese por mí lo que uno de mi familia había hecho por él.
Mi abuela y don Ciriaco decidieron enviarme a navegar como agregado. Después le acompañaría a don Ciriaco en la derrota de Cádiz a Filipinas, y, tras este viaje de un año o año y medio, me quedaría en San Fernando para concluír mis estudios de náutica.
Mi viaje como agregado fué desde Liverpool a la Habana, en el bergantín Caridad, con el capitán Urdampilleta. Tardamos más de dos meses; no fuimos en línea recta: bajamos a las Canarias, y desde allí nos encaminamos a las Antillas.
De Cuba volvimos a Manchester y de Manchester a Cádiz.
En el bergantín aquél el aprendizaje era terrible; no se comía apenas, ni se podía dormir, ni mudarse; en cambio, cuando hacía buen tiempo, una delicia: se jugaba a las cartas y se contaban cuentos de brujas y de piratas. Los marineros, casi todos vascos, se avenían bien y no había riñas.
A la vuelta de este viaje me embarqué con don Ciriaco en Cádiz, en la Bella Vizcaína. La fragata me pareció un salón, tan limpia, tan arreglada estaba.
Don Ciriaco, como su barco, era también muy atildado y muy pulcro. Llevaba casi siempre sombrero de paja, traje blanco, patillas cortas, ya grises. Hablaba con un acento entre vascongado y andaluz, intercalando palabras filipinas; tipo de marino a la antigua, conocía muy bien su derrota, pero en lo demás estaba poco enterado. Le gustaba la ciudad y la vida social. Había estudiado en Vergara y sabía tres cosas no muy frecuentes entre los marinos mercantes: sabía latín, sabía bailar y sabía hacer versos.
Don Ciriaco quiso completar mi educación, y varias veces me preguntó si no tenía afición a la poesía o al baile; pero sin duda mis aptitudes no iban por ese camino.
Salimos de Cádiz; aun no se había pensado en abrir el istmo de Suez, y el viaje a Filipinas se hacía por el Cabo de Buena Esperanza. Bajamos por la costa de África a buscar los vientos alisios, atravesamos las calmas ecuatoriales y paramos en Cabo Verde. Continuamos hacia el sur, hasta hallar los vientos del oeste y poder cortar las calmas del trópico de Capricornio; doblamos el Cabo y fuimos dando una gran vuelta por el mar de las Indias, en dirección del estrecho de la Sonda.
La primera Nochebuena a bordo la pasé en el Océano Índico, después de una tarde sofocante. De día, el mar estuvo como una llanura inmóvil de cristal fundido por el sol, y la noche fué espléndida, cuajada de estrellas refulgentes.
La mayor parte de la tripulación la formaban chinos que no celebraban este día. Pero los españoles vascongados y andaluces estuvimos bebiendo y cantando hasta muy entrada la noche.
Atravesado el estrecho de la Sonda, nos quedaba poca distancia. Tardamos en toda la travesía cinco meses, y, como el viaje en este tiempo era para don Ciriaco un éxito, entramos en la bahía de Manila disparando cohetes.
Los días que pasé en Manila se deslizaron para mí rápidamente; todo lo encontraba nuevo y lleno de interés; era un chico, y no tenía motivos mas que para estar contento.
Salimos de Filipinas en marzo, y, en vez de volver por el estrecho de la Sonda, fuimos con la monzón del sudoeste a entrar en el mar de las Molucas, pasamos por el estrecho de Gilolo y luego por el paso de Pitt y el estrecho de Ombay.
Desde aquí hicimos rumbo, para llegar lo más pronto posible a la región de los alisios, que pensábamos encontrar hacia los paralelos 18° ó 20°; pero no tuvimos suerte.
Al doblar el Cabo de Buena Esperanza luchamos con una violenta tempestad, que por poco no nos arrastra hacia los escollos del continente africano, y en todo el resto del viaje fuimos padeciendo borrascas y tiempos duros.
Cuando pisé Cádiz, sentí un verdadero placer. Hubiese querido ir a Lúzaro, pero el curso empezaba, y don Ciriaco opinó que no debía perder ni un día de clase. El capitán me presentó en la escuela de San Fernando y me llevó a casa de una señora conocida suya en esta ciudad, para que me tuvieran de huésped.
De la escuela de San Fernando saldría piloto primero, después haría un par de viajes y luego don Ciriaco se retiraría, dejándome que le substituyera en el mando de la Bella Vizcaína.
PÍO BAROJA, Las inquietudes de Shanti Andía

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Capítulo III
De los fundamentos que los filósofos tuvieron
para alcanzar por lumbre natural que hay Dios

Pues, ¿qué diré del resplandor de las perlas preciosas, y del oro que se halla entre las arenas de los arroyos cuando van crecidos, y del mar Océano, que se explaya con gran licencia sobre sus riberas, y con sus tres grandes senos divide la habitación de las gentes? Dentro del cual verás unos pescados de increíble grandeza, otros muy pesados que tienen necesidad de ayuda para moverse, y otros más ligeros que una galera con sus remos, y otros que, siguiendo los navíos, echan de sí una gran espadaña de agua, no sin temor y peligro de los navegantes. Verás navíos que buscan tierras no conocidas, y verás que ninguna cosa quedó por tentar al atrevimiento humano». Hasta aquí son palabras de Séneca. L. A. SÉNECA, Consolatio ad Marciam, 18 (Opera, t. IV, Pisa, Giardini editori, 1981, p 47-8)

Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la fe, t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 59

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sevilla, agosto de 1534


        No es un diario de fray Luis lo que reconstruimos, sino unos mojones cronológicos que calan hasta su intimidad psicológica. De los idus de marzo, que es mojón seguro, nos iremos ahora al  3 de agosto de 1534 que también lo es; fray Luis está en Sevilla, haciendo las diligencias de rigor para irse con Betanzos a Nueva España. Los oficiales de la aduana –la Casa de Contratación- cumpliendo órdenes del Emperador, libran seis ducados por cabeza para el matalotaje de fray Domingo de Betanzos e fray Pedro Delgado e fray Luis de Granada

        Betanzos tiene licencia imperial para pasar a Nueva España treinta religiosos. No le fue difícil comprometerlos. Lo difícil es reunirlos en Sevilla, porque algunos vienen de muy lejos y casi todos han ido a despedirse de sus familiares. Según esto, entra en lo normal que fray Luis hiciese el camino a Sevilla por Granada. La plaza de Santa Cruz en San Gregorio quedó vacante, y no trardará en ocuparla fray Antonio Baffio.

        El 3 de agosto de 1534 fray Luis está en Sevilla. El 26 de septiembre los oficiales de la Casa de Contratación conciertan el pasaje con los maestres de naos a razón de 2.047 maravedís por cada misionero hasta Nueva España: Julián de Pestico llevará 13; y Antón Icardo siete.

        De los 30 reclutados, sólo han llegado 19, más fray Domingo de Betanzos, que hace el número 20. Y de los 20 religiosos contenidos en esta partida, anotan los oficiales al cabo del protocolo, los cinco de ellos, que son fray Luis de Granada, fray Alonso Osorio, fray Tomás de Santa María, fray Pedro de Barrueta e fray Vicente de Santa María no pasan por enfermedades e otros impedimentos. Allí mismo Betanzos halló sustitutos de esas bajas.

ÁLVARO HUERGA, Fray Luis de Granada, B.A.C. Madrid 1988, p. 43-44
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Útiles varios para la Expedición de Magallanes de 1520

        Entre ellos, cinco ollas grandes de cobre, cinco calderas grandes de cobre, dos hornos, candelas de sebo, pábilo, 80 linternas, 40 carretadas de leña, 40 varas de cañamazo para manteles, 94 gamellas, 100 galledas, 200 escudillas, 66 platos de palo, martillos, candados, 50 azadas y azadones, hierro en barras, 128 esteras, espuertas, serones, chinchos, 10.500 anzuelos, una fragua con su aparejo, tambores, panderos, lonas, sacos de cáñamo, sierras, 417 pipas para vino y agua, 253 botas, 129 botijas, medicinas, ungüentos, aguas destiladas, 15 libros blancos, 80 banderas.
        ¿A cuánto ascendía una expedición como la de Magallanes? A casi  nueve millones de maravedíes...Como cifra comparativa, el viaje descubridor de Colón, en 1492 había costado dos millones de maravedíes.
        Aunque una expedición se proponga simplemente cruzar el Atléntico en un viaje rutinario, y no, como Magallanes, dar la vuelta al planeta, el coste de aparejar un navío era tan elevado que, o se disponía de capital, o había que recurrir a alguien, pues la Corona no solía ser generosa.

GONZALO ZARAGOZA, Rumbo a las Indias, Biblioteca Básica de Historia, Diario El Sol, ed. Grupo Anaya, Madrid 1989, p. 18