lunes, 28 de septiembre de 2015

'Misericordia', de Benito Pérez Galdós

        No necesitó más la bondadosa anciana para que se le desbordase la piedad, que caudalosa inundaba su alma; y llevando a la realidad sus intenciones con la presteza que era en ella característica, fue al instante a la tienda de comestibles, que en ángulo de aquel edificio existe, y compró lo necesario para poner un puchero inmediatamente, tomando además huevos, carbón, bacalao..., pues ella no hacía nunca las cosas a medias. A la hora ya estaban remediados aquellos infelices, y otros que se agregaron, inducidos del olor que por toda la parte baja de la colmena prontamente se difundió. Y el Señor hubo de recompensar su caridad deparándole, entre los mendigos que al festín acudieron, un lisiado sin piernas, que andaba con los brazos, el cual le dio por fin noticias verídicas del extraviado Almudena.
        Dormía el moro en las casas de Ulpiano, y el día se lo pasaba rezando de firme y tocando en un guitarrillo de dos cuerdas que de Madrid había traído, todo ello sin moverse de un apartado muladar que cae debajo de la estación de las Pulgas, por la parte que mira hacia la puente segoviana. Allá se fue Benina despacito, porque el sujeto que la guiaba era de lenta andadura.

Benito Pérez Galdós, Misericordia, ed. Hernando S. A. Madrid 1976, p. 224-225

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        Y apenas hay medicina más eficaz para curar las enfermedades del ánima, ni medio más proporcionado para alcanzar la misericordia de Dios, pues él tiene dicho: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 7). Y por el contrario, dice Santiago que se hará juicio sin misericordia al que no hubiere usado de ella (St 2, 13). Por lo cual los amadores de la perfección de la vida cristiana todo su estudio ponen en esta obra, y todo lo que tienen, emplean en ella.

Fray Luis de Granada, Obras Completas t. II, F.U.E. Madrid 1994, p. 52

jueves, 24 de septiembre de 2015

Las llagas de Cristo

        Aquí, pues, tienes, ánima mía, dónde aprender, y con qué te reprehender, y también con qué te consolar: porque todos estos oficios hacen las virtudes y llagas de Cristo. Enseñan a los diligentes, corrigen a los negligentes, curan a los enfermos y esfuerzan a los flacos y desconfiados. Satisfagan, pues, oh eterno Padre, ante tu divino acatamiento su obediencia por mi desobediencia, su humildad por mi soberbia, su paciencia por mi impaciencia, su largueza por mi avaricia, y sus trabajos y asperezas por mis deleites y regalos. Su preciosa y no debida muerte te ofrezco por la muerte que yo te debo, y sus penas por las penas que yo merezco, y su cumplida satisfacción por todas las deudas de mis pecados, pues todo lo que por mi parte faltó, El perfectísimamente lo suplió. Y pues tú, Señor, no castigas una cosa dos veces, ya que en él castigaste mis culpas, no las quieras otra vez eternamente castigar en mí.

Fray Luis de Granada, Obras Completas t. II, F.U.E. Madrid 1994, p. 376

miércoles, 23 de septiembre de 2015

La conformidad con la divina voluntad

        A estos grados se añade el cuarto, que es una perfectísima conformidad con la divina voluntad en todo lo que ordenare de nosotros, dejándonos guiar, como ovejas, de su providencia pastoral por honra y por deshonra, por infamia y por buena fama, por salud o por enfermedad, por muerte o por vida, abajando humildemente y alegremente la cabeza a todo lo que El ordenare de nos, y tomando con igual corazón los azotes y los regalos, los favores y los disfavores de su mano, no mirando lo que nos da, sino quién lo da, y el amor con que lo da: pues no con menos amor azota el padre a su hijo, que le regala, cuando ve que le conviene.
        Para este grado sirve la paciencia en los trabajos y adversidades, en la cual ponen los doctores tres grados excelentes: entre los cuales el primero es llevar los trabajos con paciencia, el segundo desearlos por amor de Dios, el tercero alegrarse en ellos por esta misma causa: El primer grado se ve claramente en la paciencia del sancto Job; el segundo, en el deseo que tuvieron algunos mártires del martirio: el tercero, en el alegría que recibieron los apóstoles por haber sido merecedores de padecer injurias por el nombre de Cristo. Y este mismo tuvo el Apóstol cuando en una parte dice que se gloriaba en las tribulaciones (Rm 5, 3); en otra, que se alegraba en sus enfermedades, en angustias, en azotes, etc. por Cristo ( Rm 5, 3); en otra, donde (tratando de su prisión) pide a los filipenses que le sean compañeros en el alegría que tenía por verse preso en aquella cadena por Cristo (Cf. 2 Co 11, 30; 12, 9). Y esta misma gracia escribe él que fue dada en aquellos tiempos a los fieles de las iglesias de Macedonia, los cuales tuvieron abundantísima alegría en medio de una grande tribulación.

Fray Luis de Granada, Obras Completas t. II, F.U.E. Madrid 1994, p. 132

martes, 8 de septiembre de 2015

Las Indias Orientales y Occidentales, reinos de España

        A esto se responde que pluguiera a Dios que las cosas de la Iglesia estuvieran en tal estado, que no fuera necesario escribir libros en romance para aviso de confesores. Mas quien considerare cuántos curas y confesores, así clérigos como religiosos, habrá en todos los reinos de España (donde entran Castilla, Portugal, Aragón, Cataluña, Valencia, Galicia y reino de Granada, con las Indias Orientales y Occidentales), verá claramente cuántos millares de confesores habrá, no sólo en innumerables aldeas y lugares pequeños, sino en muy populosas y grandes ciudades, que ni saben latín, ni hay remedio para que dejen de confesar, y ni todos son tan rudos que dejen de entender algo, si lo leen en lengua inteligible, ni todos tan malos que no deseen saber algo para mejor ejercitar su oficio. Y supuesta esta común calamidad de la Iglesia (tan llorada de los buenos y tan sin esperanza de remedio, que dejar de todo punto el negocio sin remedio en estos tiempos), claramente se verá que menos inconveniente es socorrer a la Iglesia con esta manera de remedio, que dejar de todo punto el negocio sin remedio.

Fray Luis de Granada, Obras Completas t. XIX, F.U.E. Madrid 1998, p. 202-4