La virtud es siempre hermosa, y suscita no
sólo amor, sino también imitación. Así como los perfumes llenan de fragancia el
ambiente, así la presencia de un hombre virtuoso ayuda al prójimo según san
Gregorio de Nisa[1]. Con la
rica fragancia de las virtudes atrajeron los Apostoles a todo el mundo,
pudiendo decir con verdad: somos
para Dios buen olor de Cristo[2]. Nada
hay en este mundo más fragante y más suave que la virtud para quien tiene
olfato para percibirlo. Así de bien olía el apóstol Pablo, que llegó a decir: Por lo demás, hermanos, atended a
cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de
laudable, de virtuoso y de digno de alabanza; a eso estad atentos, y practicad
lo que habéis aprendido y recibido y habéis oído y visto en mí[3].
¿Veis,
pues, cómo enseña no sólo con palabras, sino más aún con el ejemplo, cómo
instruye no sólo los oídos, sino también los ojos de los que lo ven con fulgor
de sus virtudes? Pues eso es lo que principalmente recomendó el Señor a los
pastores: Alumbre vuestra luz
a los hombres de modo que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro
Padre, que está en los cielos[4].
Fray Luis de Granada, Obras
Completas t. XV, F.U.E. Madrid 1997, p. 370-1
Traducción de Álvaro Huerga