Aquí, pues, tienes, ánima mía, dónde aprender, y con qué te reprehender, y también con qué te consolar: porque todos estos oficios hacen las virtudes y llagas de Cristo. Enseñan a los diligentes, corrigen a los negligentes, curan a los enfermos y esfuerzan a los flacos y desconfiados. Satisfagan, pues, oh eterno Padre, ante tu divino acatamiento su obediencia por mi desobediencia, su humildad por mi soberbia, su paciencia por mi impaciencia, su largueza por mi avaricia, y sus trabajos y asperezas por mis deleites y regalos. Su preciosa y no debida muerte te ofrezco por la muerte que yo te debo, y sus penas por las penas que yo merezco, y su cumplida satisfacción por todas las deudas de mis pecados, pues todo lo que por mi parte faltó, El perfectísimamente lo suplió. Y pues tú, Señor, no castigas una cosa dos veces, ya que en él castigaste mis culpas, no las quieras otra vez eternamente castigar en mí.
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