Y pues vos, Señor, recibísteis ya tan
grande satisfacción de nuestras deudas con la sangre de vuestro Hijo, y nos
mandáis pedir este perdón, perdonadnos todas nuestras ofensas, así como
nosotros perdonamos a nuestros ofensores.
¡Oh dichosa ofensa, oh bienaventurada deuda, la cual después de perdonada
merece ser alegada en el juicio de Dios para nuestro perdón!
Por lo cual no nos debíamos entristecer
cuando los hombres nos ofenden, persiguen y hacen todo mal, antes nos debíamos
alegrar y desear las tales cosas, porque perdonando estas ofensas, más
fácilmente podemos alcanzar perdón. Y no hay que dudar sino que esta alegación
que aquí nos enseña nuestro mismo juez y abogado, debe ser de gran precio
delante de él. Por lo cual de buena grana sufría el rey David los denuestos y
injurias de Semeí que le maldecía, porque entendía cuánto esto le valía para
reconciliarse con Dios.
Fray Luis de Granada, Obras Completas t. V, F.U.E. Madrid 1995, p. 385
Transcripción del texto portugués de José Luis de Almeida Monteiro; Traducción al español de Justo Cuervo
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