El 6 de febrero de 1538 acordó el cabildo eclesiástico encomendar a Fray Luis que predique la cuaresma que viene...
Nada más aceptar el honroso encargo, fray Luis escribió al Maestro Ávila comunicándole la nueva y pidiéndole normas para cumplirlo lo mejor posible. Como la contestación tardaba, volvió, impaciente, a la súplica.
Si el Maestro Ávila demoró algunos días en responderle, la tardanza se debía no a descuido, sino a la extensión de la respuesta: un maravillosos tratado sobre qué es un predicador y cómo debe predicar. La lección aumenta de precio por haberla dado en medio de mil ocupaciones, tomando y dejando la pluma.
El texto de la lección es conocido, pues se publicó encabezando el Epistolario de Ávila. De ahí el mote de primera carta. En cuanto a la profundidad doctrinal y vibración personal es también la primera. Es tan importante esa primera carta en sí y en la vida de fray Luis que no podemos excusar de releerla y analizarla...
El contenido, puede reducirse esquemáticamente a cuatro núcleos teológico-experimentales: 1) el predicador desempeña un oficio vicario o ministerial análogo al de la Virgen soberana; 2) ese oficio ministerial o vicario asocia al hombre a la obra de la redención; 3) en el engendrar hijos por la palabra, el predicador debe sentirse hijo de Dios y padre de los hijos de Dios; 4) en fin, el predicador debe cuidar esos hijos con total desprendimiento, con entrañas de padre, con abnegación de siervo:
Y si esta agonía se pasa en engendrar, ¿qué piensa, padre, que se pasa en los criar? ¿Quién contará el callar que es menester para los niños, que de cada cosita se quejan, el mirar no nazca envidia por ver otro más amado, o que parece serlo, que ellos?. ¿El cuidado en darles de comer, aunque sea quitándose el padre el bocado de la boca, y aun dejar de estar entre los coros angelicales por descender a dar sopitas al niño?. Es menester estar siempre templado, porque no halle el niño alguna respuesta menos amorosa. Y está algunas veces el corazón del padre atormentado con mil cuidados, y ternía por gran descanso soltar las riendas de su tristeza y hartarse de llorar, y si viene el hijito, ha de jugar con él y reír, como si ninguna otra cosa tuviese que hacer...¡Qué oración tan continua y valerosa es menester para con Dios, rogando por ellos porque no se mueran! Porque si se mueren, créame, padre, que no hay dolor que a éste se iguale.
La primera carta marca al predicador fray Luis para todo el resto de su vida. Tardó poco en asimilarla y, en adelante no se le borrará de la mente, como no se le borra la imagen de Ávila, que tan al vivo encarnó ese idearium del predicador evangélico
Álvaro Huerga, Fray Luis de Granada, B.A.C. Madrid, 1988 p. 52-9
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