MIS PRIMEROS VIAJES
Mi abuela y mi madre no quisieron, sin duda,
dejarme envanecer con esta aura popular, y después de los exámenes en la
Escuela de Náutica, me entregaron en manos de don Ciriaco Andonaegui, capitán
de una fragata de la derrota de Cádiz a Filipinas y de Filipinas a Cádiz.
Don Ciriaco había comenzado su carrera de marino
de la misma manera, con mi abuelo, y era justo hiciese por mí lo que uno de mi
familia había hecho por él.
Mi abuela y don Ciriaco decidieron enviarme a
navegar como agregado. Después le acompañaría a don Ciriaco en la derrota de
Cádiz a Filipinas, y, tras este viaje de un año o año y medio, me quedaría en
San Fernando para concluír mis estudios de náutica.
Mi viaje como agregado fué desde Liverpool a la
Habana, en el bergantín Caridad,
con el capitán Urdampilleta. Tardamos más de dos meses; no fuimos en línea
recta: bajamos a las Canarias, y desde allí nos encaminamos a las Antillas.
De Cuba volvimos a Manchester y de Manchester a
Cádiz.
En el bergantín aquél el aprendizaje era
terrible; no se comía apenas, ni se podía dormir, ni mudarse; en cambio, cuando
hacía buen tiempo, una delicia: se jugaba a las cartas y se contaban cuentos de
brujas y de piratas. Los marineros, casi todos vascos, se avenían bien y no
había riñas.
A la vuelta de este viaje me embarqué con don
Ciriaco en Cádiz, en la Bella
Vizcaína. La fragata me
pareció un salón, tan limpia, tan arreglada estaba.
Don Ciriaco, como su barco, era también muy
atildado y muy pulcro. Llevaba casi siempre sombrero de paja, traje blanco,
patillas cortas, ya grises. Hablaba con un acento entre vascongado y andaluz,
intercalando palabras filipinas; tipo de marino a la antigua, conocía muy bien
su derrota, pero en lo demás estaba poco enterado. Le gustaba la ciudad y la
vida social. Había estudiado en Vergara y sabía tres cosas no muy frecuentes
entre los marinos mercantes: sabía latín, sabía bailar y sabía hacer versos.
Don Ciriaco quiso completar mi educación, y
varias veces me preguntó si no tenía afición a la poesía o al baile; pero sin
duda mis aptitudes no iban por ese camino.
Salimos de Cádiz; aun no se había pensado en
abrir el istmo de Suez, y el viaje a Filipinas se hacía por el Cabo de Buena
Esperanza. Bajamos por la costa de África a buscar los vientos alisios,
atravesamos las calmas ecuatoriales y paramos en Cabo Verde. Continuamos hacia
el sur, hasta hallar los vientos del oeste y poder cortar las calmas del
trópico de Capricornio; doblamos el Cabo y fuimos dando una gran vuelta por el
mar de las Indias, en dirección del estrecho de la Sonda.
La primera Nochebuena a bordo la pasé en el
Océano Índico, después de una tarde sofocante. De día, el mar estuvo como una
llanura inmóvil de cristal fundido por el sol, y la noche fué espléndida,
cuajada de estrellas refulgentes.
La mayor parte de la tripulación la formaban
chinos que no celebraban este día. Pero los españoles vascongados y andaluces
estuvimos bebiendo y cantando hasta muy entrada la noche.
Atravesado el estrecho de la Sonda, nos quedaba
poca distancia. Tardamos en toda la travesía cinco meses, y, como el viaje en
este tiempo era para don Ciriaco un éxito, entramos en la bahía de Manila
disparando cohetes.
Los días que pasé en Manila se deslizaron para
mí rápidamente; todo lo encontraba nuevo y lleno de interés; era un chico, y no
tenía motivos mas que para estar contento.
Salimos de Filipinas en marzo, y, en vez de
volver por el estrecho de la Sonda, fuimos con la monzón del sudoeste a entrar
en el mar de las Molucas, pasamos por el estrecho de Gilolo y luego por el paso
de Pitt y el estrecho de Ombay.
Desde aquí hicimos rumbo, para llegar lo más
pronto posible a la región de los alisios, que pensábamos encontrar hacia los
paralelos 18° ó 20°; pero no tuvimos suerte.
Al doblar el Cabo de Buena Esperanza luchamos
con una violenta tempestad, que por poco no nos arrastra hacia los escollos del
continente africano, y en todo el resto del viaje fuimos padeciendo borrascas y
tiempos duros.
Cuando pisé Cádiz, sentí un verdadero placer.
Hubiese querido ir a Lúzaro, pero el curso empezaba, y don Ciriaco opinó que no
debía perder ni un día de clase. El capitán me presentó en la escuela de San
Fernando y me llevó a casa de una señora conocida suya en esta ciudad, para que
me tuvieran de huésped.
De la escuela de San Fernando saldría piloto
primero, después haría un par de viajes y luego don Ciriaco se retiraría,
dejándome que le substituyera en el mando de la Bella Vizcaína.
PÍO BAROJA, Las inquietudes de Shanti Andía
Capítulo III
De los fundamentos que los filósofos tuvieron
para alcanzar por lumbre natural que hay Dios
De los fundamentos que los filósofos tuvieron
para alcanzar por lumbre natural que hay Dios
Pues, ¿qué diré del resplandor de las perlas
preciosas, y del oro que se halla entre las arenas de los arroyos cuando van
crecidos, y del mar Océano, que se explaya con gran licencia sobre sus riberas,
y con sus tres grandes senos divide la habitación de las gentes? Dentro del
cual verás unos pescados de increíble grandeza, otros muy pesados que tienen
necesidad de ayuda para moverse, y otros más ligeros que una galera con sus
remos, y otros que, siguiendo los navíos, echan de sí una gran espadaña de
agua, no sin temor y peligro de los navegantes. Verás navíos que buscan tierras
no conocidas, y verás que ninguna cosa quedó por tentar al atrevimiento
humano». Hasta aquí son palabras de Séneca. L. A. SÉNECA, Consolatio ad Marciam, 18 (Opera, t. IV, Pisa, Giardini editori, 1981, p 47-8)
Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la fe, t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 59
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