Ya se ve por experiencia cómo los que
toman oficio de predicar, habiendo solamente oído Teología escolástica, lo
hacen muy desaprovechadamente, de lo cual está la razón manifiesta, pues la
ciencia que hace llorar y purificar los afectos para quien la lee, y la
doctrina con que se han de apacentar las ánimas provechosamente, en la sagrada
Escriptura y en concilios y en la lección de los santos está; y como de esto
estén ayunos, no pueden dar provechoso pasto a las ovejas; antes, algunas veces
suelen contradecir a los que lo dan. Mándese que, antes que prediquen hayan
oído, después de la Teología escolástica, tales y tales libros de la Escriptura
divina y estudiádolos con diligencia, en lo cual sean examinados; si no fuese
alguno que, sin haber oído, diese buena cuenta en el dicho examen[1]
Fuera de lo que aquí insinúa el Maestro -una dedicación
especial al estudio de la Sagrada Escritura- vemos que hace depender de su
conocimiento y manejo, como indica en otros lugares, la reforma, la eficacia en
el apostolado y la misma santificación del clero. De ahí su insistencia por que
tanto el clero regular como el secular oigan lecciones de Escritura, y con
mayor razón cuando hace la programación de los colegios clericales o de los
futuros Seminarios.
JUAN DE ÁVILA, Obras Completas, Introducción de F. Martín Henández, B.A.C.
Madrid 1970, p. 9
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Su formación filosófica y teológica queda acreditada por los
años como profeso dominico en el reciente Studium Generale de Santa Cruz la
Real de Granada y posteriormente en el prestigioso Colegio de San Gregorio de
Valladolid.
Un tiempo precioso para la
lectura y meditación sobre la Biblia, los Santos Padres y autores espirituales
de la primera tradición cristiana como San Agustín, San Jerónimo, San Bernardo,
fue el que pasó en Escalaceli en la sierra cordobesa. El propio fray Luis nos
dice que se dedicó a la lectura fruitiva y utilitaria de los Santos Padres
cuaderno en mano. El fruto de esta laboriosa y sabrosa lectura lo ofrecería
posteriormente en su Silva locorum,
publicada en dos volúmenes en Salamanca el año 1585. Esta avidez y pasión por
la lectura, el deseo de aprender y el afán de servir le llevan también a beber
en las fuentes de los autores espirituales contemporáneos con una lectura
sosegada y crítica a la vez, procurando sacar provecho.
Urbano Alonso del Campo, Vida y obra de fray Luis de Granada, ed. San Esteban, Salamanca 2005 p. 244
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