La paciencia[1]
Así san Cipriano, después de haber
expuesto la utilidad, la necesidad y demás alabanzas de la virtud de la
paciencia, acuerda los males de la impaciencia para amplificar de este modo las
perfecciones de la paciencia, que de tan grande mal nos libra. Dice, pues, así:
Y para que brille más, oh carísimos
hermanos, el bien de la paciencia, consideremos por el contrario los males que
acarrea la impaciencia. Porque así como la paciencia es un bien propio de
Cristo, así al contrario la impaciencia es un mal del diablo. Y al modo de aquél
en quien habita y permanece Cristo se halla pacífico, así estará siempre
impaciente aquél cuyo ánimo posee la malicia del demonio, etc. Y poco después
concluye así: Y para no ser largo,
refiriéndolo todo por menudo, baste decir que todo cuanto la paciencia edifica
para la gloria, lo destruye la impaciencia para la ruina. Por tanto, hermanos
carísimos, bien considerados los bienes de la paciencia y los males de la impaciencia,
tengamos paciencia: por la cual permanecemos en Cristo, para poder llegar a
Dios con Cristo. Hasta aquí Cipriano.
FRAY
LUIS DE GRANADA, Obras Completas t.
XXII, F.U.E. Madrid 1999 p. 158-159
Traducción del latín auspiciada por
José Climent
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