No menos ayuda la virtud de la
esperanza que es un afecto de nuestra voluntad que tiene su motivo y raiz en el
entendimiento[1], como
claramente nos lo muestra el Apóstol,
diciendo: Todas las cosas que están
escriptas fueron escriptas para nuestra doctrina, para que por la paciencia y
consolación que nos dan las Escripturas tengamos esperanza en Dios[2].
Porque esta es la fuente de donde el justo coge el agua de refrigerio con que
se esfuerza a esperar en Dios. Porque, primeramente, ahí ve la grandeza de los
servicios y merecimientos de Cristo, que es el principal estribo y fundamento
de nuestra esperanza. Ahí ve en mil lugares expresada y declarada la grandeza
de la bondad y de la suavidad y de la majestad de Dios, la providencia que
tiene de los suyos, la benignidad con que recibe a los que se acogen a El, y
las palabras y prendas que tiene dadas de no faltar a los que pusieren su
esperanza en El; ve que ninguna otra cosa más a menudo repiten los psalmos,
prometen los profetas y cuentan las historias desde el principio del mundo,
sino los favores, regalos y beneficios que continuamente el Señor hizo a los
suyos, y cómo los ayudó y valió en todas sus angustias, cómo ayudó a Abraham en
todos sus caminos, a Jacob en sus peligros, a Josef en su destierro, a David en
sus persecuciones, a Job en sus enfermedades, a Tobías en su ceguedad, a Judit
en su empresa, a Ester en su petición, y a los nobles Macabeos en sus batallas
y triunfos, y, finalmente, a todos cuantos con humilde y religioso corazón se
encomendaron a El. Estas y otras cosas son las que esfuerzan a nuestro corazón
en los trabajos y lo hacen esperar en Dios. Pues ¿qué hace aquí la
consideración? Toma esta medicina en las manos, y aplícala al miembro flaco y
enfermo que la ha de menester. Quiero decir, trae todas estas cosas a la
memoria, y represéntalas a nuestro corazón, y escudriña y tantea la grandeza de
estas prendas y misericordias de Dios, y con esto lo anima y esfuerza para que
no desmaye, sino que también él ponga su esperanza en aquel Señor que nunca faltó
a quien de todo corazón se acogió a El. Ves, pues, cómo la consideración es
ministra de la esperanza y cómo le sirve y le pone delante todo lo que la ha de
esforzar. Mas quien ninguna cosa déstas considera, ni tiene ojos para ver nada
de esto, ¿con qué podrá esforzar y animar esta virtud para que le valga en sus
trabajos?.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. I, F.U.E., Madrid 1994 p. 28-9
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