Los apóstoles, al ver a Cristo
resucitado, comprendieron la importancia capital de la fe en su resurrección, y
por eso era la verdad fundamental que predicaban, como dice san Lucas: con gran
firmeza daban los apóstoles testimonio de la resurrección de Jesucristo[1]. Además,
cuando trataron de elegir a Matías para cubrir el puesto del traidor Judas,
previamente pusieron esa condición: Ahora, conviene que de todos los que nos
han acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió entre nosotros, desde el
bautismo de Juan hasta su muerte, uno de ellos sea testigo con nosotros de su
resurrección[2]. Y san Pablo, ¿qué dogma de
nuestra fe predicaba con más frecuencia e inculcaba con mayor vehemencia? Así,
queriendo Festo, gobernador de Judea, informar al rey Agripa de la actividad de
san Pablo, le contó: trata de ciertas cuestiones de la religión de los judíos,
y de cierto Jesús, difunto, de quien afirma que vive[3].
Estos testimonios son la augusta
prueba de que la resurrección de Cristo fue el dogma quicial que los apóstoles
predicaban.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E., Madrid 2001 p. 176-7
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