Además de esto, tiene también la
oración por oficio mirar a Dios, lo cual es una cosa que en gran manera ennoblece
y perfecciona los ojos de quien la mira. Porque, como dice Aristóteles, una de
las principales diferencias que hay entre las cosas sensibles y las
inteligibles, es que las sensibles, cuando son muy excelentes, corrompen los
sentidos que las reciben, como lo hace una grande y súbita luz que ciega los
ojos, y un gran sonido que atruena los oídos. Mas, por el contrario, las cosas
inteligibles, cuanto son más excelentes, tanto más perfeccionan el
entendimiento que las mira, el cual así como se hace ratero y vil pensando en
cosas bajas y viles, así, por el contrario, se ennoblece y perfecciona cuando
piensa en cosas altas y excelentes, especialmente cuando piensa en Dios, que es
la más excelente de todas las cosas. Por donde no es de maravillar que la oración
sea tanta parte para ennoblecer las ánimas, pues tiene por oficio poner los
ojos en Aquél cuya vista y contemplación es toda nuestra nobleza y perfección.
Sensiblemente se ve que cuando mira el hombre en una cosa agradable a los ojos,
como es un prado verde y florido, o un espejo de acero, se alegra y fortifica
la vista. Pues ¿qué será mirar aquel espejo sin mancilla de la majestad de
Dios, que tanta virtud tiene para alegrar y fortificar los ojos de quien le
mira?.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. I, F.U.E. Madrid 1998, p. 606-7
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