En el consejo que me envía a
demandar, paresce que hace vuestra reverencia contra razón, porque teniendo la
fuente tan cercana, quiere proveerse de un arroyuelo turbio como es el que acá
hay, especialmente que lo que vuestra reverencia demanda es muy ajeno de toda
arte: porque no hay otra arte sino la que el Señor quiere dar a cada uno. En lo
cual yerran algunos que quisieron hacer reglas generales para el sancto exercicio
de la oración, siendo tan variables, según la variedad de las personas.
Quod in oratione praecipi potest, el
padre Ávila lo escribió muy bien en un librillo que agora se imprimirá, donde
trata muy copiosamente de este sancto exercicio[1].
Lo que yo
puedo al presente encomendar a vuestra reverencia es que escoja sus dos ratos,
cada día, uno por la mañana –antes que se desayune el corazón de los negocios
del día- (y otro por la noche), y entre a encomendarse a Dios, conforme a lo
que dijo el justo Job: si diluculo
consurrexeris ad Deum et Omnipotentem fueris deprecatus, statim evigilabit ad
te, et paccatum reddet habitaculum tuum[2].
Praeparatio vero in oratione est necesaria,
iuxta illud Eccli: ante orationem
praepara animam team, et noli esse quasi homo que tentat Deum[3]. Esta es muy
buena: leer un capítulo o dos del Evangelio, o de otro lugar de la Scriptura
con grande reposo y humildad, esperando como perrillo que está a la mesa
esperando que el Señor le dé alguna migaxica, y como niño que tiene la nuez en
la mano y está esperando quien se la parta. Y ansí diga con el profeta: revela oculos meos, etc[4].
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. XIX, F.U.E. Madrid 1998, p. 26-7
[1] Es la primera noticia
sobre el Audi filia, de san Juan de Ávila; la impresión se retardará
aún: Alcalá, 1556. Cf. J. de AVILA, Avisos y reglas cristianas sobre aquel verso
de David: Audi filia, introducción y edición de L. Sala Balust,
Barcelona, Juan Flors, 1963
[2] Jb 8, 5-6
[3] Si 18, 23
[4] Sal 118, 18
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