De manera que le acaesce como a los que riegan una mata de
albahaca, u otra cualquier planta semejante, que si ha muchos días que no se regó
está tan fea, tan lacia y tan marchita que parece que está ya del todo muerta;
mas si luego le acudís con un riego de agua, de ahí a una hora la veréis tan
verde, tan fresca y tan hermosa que apenas os parece ser la misma. Y pues esto acaece
cada día en la oración, sin duda, hemos de confesar que ella también es un
riego espiritual de nuestras ánimas.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. I, F.U.E. Madrid 1994, p. 484
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