Pues ya levanta los ojos, y del piélago de los negocios en
que estás engolfado, mira a a playa de nuestra profesión, y endereza a ella la
proa. Solo este puerto hay que te acojas de las peligrosas ondas del siglo y
donde descanses de las continuas tormentas del mundo. A este conviene que
gobiernen los que son fatigados de las tempestades del bravo mar. Aquí no se
oyen los espantables bramidos del agua, ni sus olas levantadas llegan a este seno: mas siempre se
halla en él tiempo sereno y quieta bonanza. Cuando a este puerto llegares
después de los baldíos trabajos pasados, echa el áncora de la esperanza[1],
y coge la vela en la antena puesta en la
figura de la cruz del Señor, y respira seguro. Pero ya la justa medida de
epístola demanda el fin de esta carta. Recibe esta suma de celestiales preceptos
y manojo de mandamientos divinos apretados en breve doctrina a gloria del mesmo
Señor, y de los que hubiere errado me perdona.
Y porque no quiero para mí la gloria de esta traslación,
que es muy muy elegante, el intérprete fue el R.P. Fr Juan de la Cruz, que es
en gloria: el cual para esto tenía especial gracia, como se ve por otras
traslaciones suyas. VALE.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t.
VI, F.U.E., Madrid 1995, p. 511-, 532-3
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