Dicite justo quoniam bene[1]. Quiere decir: Decid al justo que bien. Esta es una
embajada que envió Dios con el Profeta Isaías a todos los justos: la más breve
en palabras, y la más larga en mercedes que se pudiera enviar. Los hombres
suelen ser muy largos en prometer, y muy cortos en cumplir; mas Dios, por el
contrario, es tan largo y tan magnífico en el cumplir, que todo lo que suenan
las palabras de sus promesas, queda muy bajo en comparación de sus obras.
Porque ¿qué cosa se pudiera decir más breve que la sentencia susodicha: Decid al justo que bien? Mas ¡cuánto es
lo que está encerrado en esta palabra bien!
La cual pienso que por eso se dejó así sin ninguna extensión, ni distinción,
para que entendiesen los hombres que ni esto se podía extender como ello era,
ni era necesario hacer distinción de estos, ni de aquellos bienes; sino que
todas las suertes y maneras de bienes, que se comprehenden debajo de esta
palabra bien, se encerraban aquí sin
alguna limitación. Por donde así como preguntando Moisén a Dios por el nombre
que tenía, respondió que se llamaba: El
que es[2],
sin añadir más palabra, para dar a entender que su ser no era limitado y
finito, sino universal, el cual comprehendía en sí todo género de ser y toda
perfección que sin imperfección pertenece al mismo ser, así también aquí puso
esta tan breve palabra bien, sin
añadirle otra alguna especificación, para dar a entender que toda la
universidad de bienes que el corazón humano puede bien desear, se hallaban
juntos en este bien: el cual promete Dios al justo en premio de su virtud.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t.
VI, F.U.E., Madrid 1995, p. 21
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