En las cigüeñas nos representó el Criador una perfectísima
imagen de piedad de padres para con sus hijos, y de hijos para con sus padres.
Porque los padres, además de mantener sus hijos en el nido, como hacen las
otras aves, usan de esta piedad con ellos, que cuando arde el sol de manera que
podría ser dañoso a los hijuelos ternecicos, extienden ellos sus alas, en las
cuales reciben los rayos del sol, y hácenles con esto sombra, siendo para sí
crueles, por ser para los hijos piadosos. En lo cual nos representan aquellas
piadosas entrañas y amor del Padre Eterno para con sus espirituales hijos, a
quien el psalmista atribuye esta misma piedad, diciendo que con sus espaldas les hará sombra, y recogerá
y guardará debajo de sus alas (Sal 90, 4). Y no menos representan la
grandeza de la caridad del Hijo de Dios, el cual recibió en sus sacratísimas
espaldas los azotes que nuestras culpas merecían, pagando, como él dijo, lo que
no debía ( Cf. Is 48, 4). Pues esta caridad que tienen las cigüeñas para con
sus hijos cuando son chiquitos, tienen los hijos para con sus padres cuando son
viejos y inhábiles para buscar de comer.
Porque pagan en la misma moneda el beneficio que recibieron, manteniendo sus
viejos padres en el nido con todo cuidado. Y cuando es necesario mudarse para
otra parte, los buenos y agradecidos hijos, extendiendo sus alas, toman a los
viejos encima, y múdanlos para el lugar donde han de morar. En lo cual también
nos representan la caridad y misericordia de aquel soberano Padre para con sus
hijos, de quien el profeta dice que así
como águila extendió sus alas, y los trajo sobre sus hombros (Dt 32, 11).
Mucha razón tuvo David
para exclamar y confesar tantas veces que era Dios admirable en todas sus obras (Sal 85, 10; 88, 6; 117, 23; 134,
14, etc.), por pequeñas que parezcan. Digo esto, porque salimos agora de una
maravilla, y entramos en otra no menor, que es la fábrica de nuestros ojos. La
cual confiesan los profesores de esta ciencia ser la cosa más artificiosa, más
sutil y más admirable de cuantas el Criador formó en nuestros cuerpos: en la
cual, así como en la pasada, no es menor el beneficio que la maravilla de la
obra.
Porque ¿qué cosa más triste que un
hombre sin vista, pues el santo Tobías, que con tanta paciencia sufría la falta
de ella, saludándole el ángel, y diciéndole que Dios le diese alegría,
respondió: ¿Qué alegría puedo yo tener,
viviendo en tinieblas y no viendo la lumbre del cielo? (Cf. Tb 5, 12).
Pues habiendo ya tratado de las partes
de nuestro cuerpo, que están escondidas dentro del velo de nuestra carne, agora
será razón tratar de los sentidos y miembros exteriores de nuestro cuerpo, que
están en la frontera de nuestra casa a vista de todos, y comenzaremos por el
más excelente de los sentidos exteriores, que son los ojos, y así el artificio y
fábrica de ellos sobrepuja a la de todos los otros miembros y sentidos.
Y la primera cosa que nos debe poner
admiración, son las especies y imágines de las cosas, que se requieren para
verlas. Para lo cual es de saber que todas las cosas visibles, que son las que
tienen color o luz, producen de sí en el aire sus imágines y figuras, que los
filósofos llaman especies, las cuales representan muy al propio las mismas
cosas cuyas imágines son. La razón de esto es porque, según reglas de
filosofía, las causas que producen algún efecto, han de tocarse una a otra, o
por su propia substancia, o por alguna virtud o influencia suya. Y pues aquí
tratamos de este efecto, que es ver las cosas, y ellas están apartadas de
nuestra vista, es necesario que se toquen y junten por algún tercero. Y para
esto proveyó el Criador una cosa digna de admiración, la cual es que todas las
cosas visibles produzcan en el aire estas imágines y especies que llegan a
nuestros ojos, y representen las mismas cosas que han de ser vistas. Lo cual se
ve en un espejo, el cual, recibiendo en sí estas especies y imágines y no
pudiendo ellas pasar adelante por no ser este espejo transparente, paran allí,
y represéntannos perfectísimamente todo cuanto tienen delante. Y así en ellos
vemos montes, y valles, y campos, y árboles, y ejércitos enteros, con todo lo
demás que tienen presente, y si mil espejos hubiere repartidos por todo el
aire, en todos ellos se representara lo mismo. Y no sólo en el aire, mas
también en el cielo ha lugar lo dicho, porque no podríamos ver las estrellas
estando tan apartadas de nuestra vista, si ellas no imprimiesen sus especies y
imágines en nuestros ojos, para que mediante ellas fuesen vistas. Pues ¿qué
cosa más admirable que, viendo nosotros cómo un pintor gasta muchos días en
acabar una imagen, que cada una de estas cosas visibles sea poderosa para
producir sin pincel y sin tinta y sin espacio de tiempo tanta infinidad de
imagines en todos los cuerpos transparentes, como son el aire y el cielo?
¿Quién no ve aquí la omnipotencia de quien tal virtud pudo dar a todas las
cosas visibles para que se pudiesen ver?.
Mas tratando del órgano de la vista, es
de saber que de aquella parte delantera de nuestros sesos, donde dijimos que estaba
el sentido común, nacen dos niervos, uno por un lado, y otro por otro, por los cuales descienden
hasta los ojos aquellos espíritus que llamamos animales, y éstos les dan virtud
para ver, siendo primero ellos informados con aquellas especies y imágines de
las cosas que dijimos. Mas de la fábrica de estos ojos se escriben cosas tan
delicadas y admirables, que yo no las alcanzo, y menos las podré escribir. Mas
la que me parece más admirable de todas es que con ser tantas y tan admirables
las cosas que para esta fábrica de los ojos se requieren, fue poderoso aquel
Artífice soberano para ponerlos en la cabeza de las hormigas. Pues ¿cuanto
mayor maravilla es ésta, que haber puesto los ojos en la cabeza del hombre o de
algún elefante?
Mas con callar otras cosas más sutiles,
no dejaré de decir que en la composición del ojo entran tres diferencias de
humores, los cuales se dividen entre sí con tres telas delicadísimas. Y al
primero de ellos llaman cristalino, por ser sólido y transparente como lo es el
cristal. Y después de éste se sigue otro humor rojo, que es abrigo y término
del cristalino, y tras de éste se sigue otro azul. Y este color sirve para que
por virtud de él se recojan y fortifiquen en la pupila del ojo aquellas
especies y imagines que dijimos, la cual se ofendería con la mucha claridad,
como se ofende cuando miramos el sol.
Pues por estos viriles de los humores
susodichos, si así se pueden llamar, entran las especies y imágines de las
cosas, y suben por los sobredichos niervos al sentido común que dijimos, de
donde ellos nacen. De modo que por ellos bajan los espíritus animales que nos
hacen ver, y por ellos mismos suben las imagines de las cosas a este ventrecillo
del sentido común susodicho, y de ahí caminan a los otros interiores. Y según
esto podemos decir que todo este mundo visible, cuan grande es, entra en
nuestra ánima por esta puerta de los ojos. Y ésta es la causa, como Aristóteles
dice (ARISTÓTELES, MetafísicaI I,1; Sobre el alma II, 7), de ser tan
preciado este sentido, porque como el hombre, por ser criatura racional,
naturalmente desea saber, y este sentido de la vista le descubre infinitas
diferencias de cosas, de aquí le viene preciar mucho este sentido.
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