Lo
susodicho en substancia es de Séneca. El cual, en el libro que escribió De la vida bienaventurada, dice que, la
misma naturaleza nos crió no sólo para obrar, sino también para contemplar. Y
por esto dice que ella imprimió en nuestros ánimos un natural deseo de saber
las cosas secretas. Por donde muchos navegan y andan peregrinando por regiones
muy apartadas por solo este interese de saber cosas escondidas. Diónos, dice él,
la naturaleza un entendimiento curioso, y como ella conocía el artificio y
hermosura de sus obras, quiso que fuésemos contempladores de ellas,
pareciéndole que perdería el fruto de sus trabajos si cosas tan grandes, tan
claras, tan subtilmente ordenadas, y tan resplandescientes, y por tantas vías
hermosas, criara para la soledad. Y porque sepas que ella quiso ser no
solamente mirada, sino también contemplada, considera el lugar en que nos puso,
que fue en medio del mundo, por donde nos dio vista para todas partes, para que
de ahí pudiésemos ver las estrellas cuando nacen y cuando se ponen: y allende
de esto púsonos la cabeza en lo más alto del cuerpo sobre un cuello flexible,
para que pudiese volver el rostro a la parte que quisiese. Y de los doce signos
del cielo, por donde anda el sol, nos descubrió los seis de día, y los otros
seis de noche, para que con el gusto de estas cosas que se ven, nos encendiese
la cobdicia de saber las que no se ven, para que por esta vía procediésemos de
las cosas claras a las escuras, y así viniésemos a hallar una cosa más antigua
que el mundo, de la cual salieron esas estrellas. De manera que nuestro
pensamiento ha de romper los muros del cielo, y pasar adelante, y no
contentarse con saber solamente lo que ve, sino también lo que no se ve. Pues
como el hombre sabio entiende haber nacido para esto, no piensa que tiene
sobrado el tiempo de la vida para este estudio, antes conoce que por avariento
que sea de él, y ninguna parte se le pierda por negligencia, que es muy breve
para alcanzar tan grandes cosas, y que la vida del hombre es muy mortal para el
conocimiento de las cosas inmortales”
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 31-2-3
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