Después de estos milagros que cuentan
varones santísimos, de que fueron testigos de vista, no puedo de dejar de contar
otro no menos ilustre que refieren
nuestros mismos enemigos, que son testigos sin sospecha, porque son autores
gentiles; los cuales escribiendo las vidas de los emperadores romanos, cuentan
este milagro, entre los cuales es uno Amiano Marcelino en la vida del emperador
M. Antonino. El cual milagro refiere también Justino, mártir y filósofo[1],
en una defensión de nuestra fe que envió al emperador Antonino Pío, al fin de
la cual pone tres cartas de emperadores escritas a favor de los cristianos, y
la tercera es del emperador M. Aurelio Antonino, escrita al Senado romano, cuyo
tenor es el que se sigue.
El
emperador César M. Aurelio Antonino, Germánico, Pártico, Sarmático, al sacro
Senado y pueblo romano, salud.
Parecióme
daros cuenta en esta carta de nuestros trabajos, y del suceso de la guerra de
Alemania, y de los peligros y dificultades en que me he visto, estando cercado
dentro de nueve millas, de setenta y cuatro dragones, que eran las insignias de
los enemigos. De lo cual me dieron noticia las espías, y Pompeyano, maestro de
campo. Con lo cual me vi en grande aprieto, junto con las legiones de mi ejército,
viéndome cercado de infinita muchedumbre de enemigos, en la cual había
novecientos y setenta y cinco mil, y todos armados. Y como yo no tuviese gente
bastante para romper con tan gran número de bárbaros, acogíme con toda mi
devoción a los dioses de nuestra patria, en los cuales ningún socorro hallé.
Entonces, viéndome en tan grande aprieto, hice convocar a los que llamamos
cristianos, de los cuales se hallaron muchos. Y contra ellos yo me embravescí,
lo que no debiera hacer, por el poder admirable que después en ellos conocí.
Los cuales comenzaron luego a tratar de nuestro remedio, y esto sin saetas, ni
armas, ni trompetas, como gente ajena de todo este aparato, contentos con el
favor de su Dios, que traen en su consciencia. Y es cosa creíble que lo traen
por armas y defensión dentro de su pecho, puesto caso que los tenemos por impíos,
que es, ajenos de toda religión. Ellos, pues, postrados en tierra, hicieron
oración no sólo por mi, sino también por el ejército, pidiendo socorro a su
Dios contra la hambre y sed que padescíamos, porque cinco días eran pasados en
que nos había ya faltado el agua, estando en tierra de enemigos y dentro del
mismo corazón de Alemania. Pues como ellos se postrasen en tierra, y hiciesen
oración a un Dios que yo no conozco, luego a la hora cayó del cielo sobre
nosotros una agua frigidísima, y sobre nuestros contrarios una tempestad de
granizo y de rayos. Con lo cual luego sin tardanza conocimos el socorro invencible
de un Dios potentísimo. Por tanto, dende agora permitimos a este linaje de
hombres que sean cristianos, porque por ventura no pidan contra nosotros otra
semejante tempestad. Y así mando y establezco que no se tenga por crimen a
nadie la religión cristiana. Y si alguno acusare al cristiano por solo título
de cristiano, quiero que al acusado
ninguna pena se le dé por este titulo, no habiendo en él otro delicto, y el
acusador mando que sea quemado vivo. Y este decreto mío y del Senado quiero que
sea firme y válido, y mando que sea afijado en la plaza de Trajano, para que públicamente
pueda ser visto y leído, y de ahí sea enviado a las provincias por orden de
Verasio Polión, gobernador de la ciudad. Asimismo doy licencia para que todos
puedan trasladar este nuestro edicto conforme al original, que públicamente fue
propuesto en el lugar sobredicho.
Ésta
es pues la carta de este emperador, en la cual él mismo refiere este tan magnífico
y famoso milagro, con el cual aquel Rey soberano quiso confirmar la verdad de
nuestra santa fe, y mostrar cuán grande sea la eficacia de la perfecta oración,
y con cuanta razón se llama él en las Escripturas Dios de los ejércitos[2],
pues en un momento, sin arco y sin saetas, desbarató un ejército tan poderoso.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. X,
F.U.E. Madrid 1996, p. 280-1
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