Debajo de este nombre de yerba se
entienden no solamente las mieses, de que ahora acabamos de tratar, sino también
muchas diferencias de legumbres criadas para ayuda de nuestro mantenimiento, de
las cuales unas se guardan secas para todo el año y otras de que luego nos
servimos cuando han crecido. Y de éstas, unas se crían debajo de la tierra, y
otras encima de ella. Y entre éstas entran las que crían dentro de sí pepitas,
que después sirven de semilla para volver a nacer, entre las cuales se cuentan
aquellas por quien suspiraban los hijos de Israel en el desierto.
Y en esto se ve la providencia de aquel
soberano Gobernador, el cual, así como crió frutas frescas acomodadas al tiempo
del estío, para refrigerio de nuestros cuerpos, así también crió legumbres
proporcionadas a la cualidad de este mismo tiempo.
De modo que no contento con la provisión
de tantas carnes de animales, de peces, de aves, de árboles frutales y de
mieses abundosas, acrecentó también esta providencia de legumbres, para que
ningún linaje de mantenimiento faltase a los hombres, que tan mal saben
agradecerlo, pues aprovechándose del beneficio, no saben levantar los ojos a mirar las manos del
que lo da, no sólo a los buenos, sino también a los malos, por amor de los
buenos, así como proveyendo a los hombres no se olvidó de los animales por amor
de los hombres.
Lo cual no calló el Profeta cuando dijo
que el Señor producía en los montes heno y yerba para el servicio de los
hombres. Y dice de los hombres porque, aunque no sea éste su mantenimiento, es
lo de los criados que están diputados para su servicio que son los brutos
animales.
Fray Luis de Granada, Canto a la naturaleza; Introducción y selección de textos de Urbano
Alonso del Campo O. P., Universidad de Granada, Granada 1991, p. 47-8
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