Introducción
del Símbolo de la Fe apareció en Salamanca, editada por los
Herederos de M. Gast, en 1583, el mismo año en que se publicaba uno de los más
importantes Índices inquisitoriales del s. XVI. Tanto este Índice como el que
salió el año siguiente fueron ordenados por el inquisidor general Gaspar de
Quiroga, a quien precisamente va dedicada la obra de Fray Luis, cuya Guía de Pecadores en su versión
primitiva, o no reelaborada, es decir, la que reproduce el texto de 1556, aún
va a figurar en el Índice de 1584. De este modo, la legislación valdesiana de
1559 seguía actuando en la censura de 1584, y
la sombra inquisitorial de ayer continuaba pesando en el ánimo del
dominico, que había podido comprobar cómo las prohibiciones de libros se iban
haciendo más severas y estrechas con el tiempo.
A
tenor de estas circunstancias, la dedicatoria del Símbolo a Gaspar de Quiroga
no era meramente protocolaria, sino que constituye un gesto coherente con los
propósitos y contenidos de la obra. Luis de Granada, en efecto, se sumaba con
esta voluminosa y densa aportación al combate en defensa de la ortodoxia católica,
apremiado por la necesidad de los tiempos heréticos que corrían, y lo hacía
mediante un escrito acerca de los fundamentos de la fe. La práctica militante en
el dominico va a intensificar la que es más característica en él, o sea la de
la afirmación ideológica positiva, renunciando al polemismo y al dicterio
contra desviaciones, excentricidades y herejías. Luis de Granada, en fin,
utiliza ahí la estrategia de explicar el credo ortodoxo, y cubre con el
silencio la posición de aquellos que sustentaban argumentos que la Inquisición tenía por erróneos.
Tanto es así que se niega a mencionar por su nombre a ninguna tendencia herética
y a ningún heresiarca de su tiempo.
Mas
arriba se dijo que la dedicatoria al Inquisidor General no respondía a un convencionalismo,
sino que corrobora un “compromiso” con la reforma en aquella hora de la Iglesia
española. Cabe añadir que el comienzo de la citada dedicatoria (“Algunas
personas me han pedido, por veces…escribiese un catecismo”) tampoco debió tener
carácter de tópico renacentista, antes bien traducía el interés, de personas
muy conscientes, y del propio Gaspar de Quiroga, de que en aquella encrucijada
la pluma de Fray Luis se moviese al compás de la jerarquía. Nadie más idóneo,
desde luego, dada su reconocida capacidad catequética, demostrada en buen
numero de obras; dado su arraigo y su difusión popular como autor de libros
piadosos, y por ende su alto grado de representatividad religiosa en el pueblo
español de la época.
La
petición era para que escribiese un tratado ad
hoc, esto es una explicación de cuanto el cristiano debe saber, en forma de
manual, y a través de la dialéctica de preguntas y respuestas. Pero de libros
de este tenor se habían compuesto ya muchos en aquella centuria, y Fray Luis no
quiso realizar un título más de este signo. Muy al contrario, su pretensión fue
singularizarse, dentro de tan nutrida serie, valiéndose de distintas
innovaciones, a la cabeza de las cuales está el empeño de escribir una Introducción a los catecismos
tradicionales, una dilatada introducción que fuese metodológicamente útil para
contribuir a un mejor entendimiento de los puntos centrales de la doctrina
cristina, cifrados por él mismo en la Creación del mundo y la Redención.
Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la Fe, edición de José María Balcells,
ed. Cátedra, col. Letras Hispánicas, Madrid 1989 p. 32-4
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