Otro milagro no menos ilustre ni menos
cierto y averiguado se escribe muy por extenso en la segunda parte de la Historia pontifical, en el capítulo XIV,
folio 85[1].
La suma de él referiré aquí. En Castilla, en la villa de Frómista, del obispado
de Palencia, acaeció que un hombre llamado Pero Fernández debía ciertos dineros
a otro, sin haber medio para poderlos cobrar de él, hasta que le obligó a ello
con una sentencia de excomunión, por la cual fue forzado a pagarle. Y pareciéndole
que con esto cumplía, no trató de pedir absolución de la censura. Llegó este
hombre a punto de muerte, y trájole el cura el santo sacramento acompañado con
mucha gente. Y hechas las preguntas ordinarias, queriendo administrarle el
santo sacramento que traía en una patena de plata, por ninguna vía ni
diligencia lo pudo despegar de ella. Y espantado de esto así él como toda la
gente que presente estaba, mandó salir a todos fuera, y pensando que podría ser
esto por algún pecado que le quedase por confesar, y preguntándole esto,
supo de él que ninguna culpa había
dejado de confesar. Congojado, pues, así el doliente como el cura con esta
perplejidad, vino a preguntarle si había incurrido en alguna excomunión, de que
no estuviese absuelto. Entonces el doliente se acordó de la negligencia pasada,
y absuelto de ella fue comulgado con otra forma, quedando aquella guardada para
memoria de este milagro. El cual dura hoy día, y el santo sacramento está en la
misma patena sin alguna corrupción, como si ahora se acabase de consagrar. Es
visitado este santísimo misterio de muchas gentes. Y yo, dice el historiador
Illescas, aunque indignísimo, he tenido en mis manos la patena con grandísima
admiración de ver que a cabo de ciento veinte años están las especies del pan
sin alguna corrupción.
En lo cual entrevienen dos milagros: el
uno, en estar así pegada la forma a la patena, y el otro sirve para la confusión
de los herejes, que ambas cosas niegan. Los cuales no sé cómo no se confundirán,
visto un milagro tan palpable y tan notorio como éste, que ellos podrán ver con
los ojos, si quisieren.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. X,
F.U.E. Madrid 1996, p. 283-4
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