Volviendo, ya para finalizar, a las claves de estilo y
estética literaria que fray Luis articula en su sermón, no podemos olvidar un
párrafo descriptivo de la experiencia del Espíritu en los Apóstoles el día de
Pentecostés:
…¿qué verían aquellos en cuyas almas resplandecía aquel Sol meridiano
con tamaños resplandores? ¿Qué verían? ¿Qué sentirían?¿Qué gustarían? ¿Qué
harían viéndose abrasados y transformados en Dios con aquella tan grande luz?
Creo cierto que si en aquella sazón no dieran las voces que dieron, o no fueran
por especial providencia confortados de Dios, que reventarían y se hicieran
pedazos como las tinajas flacas y mal cocidas cuando hierve en ellas un fuerte
mosto. Creo cierto que fue tanto lo que alcanzaron de la bondad y nobleza de
Dios, y tanto lo que le amaron y desearon agradar que si tuvieran más vidas que
estrellas hay en el cielo, con grandísima diligencia y alegría las ofrecieran
por Dios. Creo cierto que fue tan grande el celo y deseo que allí tuvieron de
la gloria de Dios y de que los hombres conociesen y amasen aquella soberana
bondad, y fuesen participantes de aquel bien que ellos gozaban, que cada uno de
ellos tomara por partido padecer las mismas penas del infierno por muchos años
y hacerse desta manera anatema de Cristo, porque los hombres no careciesen de
la posesión y gusto de tamaño bien. Y por esto se daban tanta prisa a decir con
tan grande fervor a los hombres en todas las lenguas del mundo la grandeza de
las maravillas y noblezas deste Señor, para
traerlos por esta vía a la posesión y participación de tamaño bien.
Ardían, morían, abrasábanse, derretíanse, asábanseles las entrañas con el celo
de la honra de Dios y la salvación de las almas[1].
Fray Luis, dominico, cantor en
otros sermones de Santo Domingo de la verdadera
vida apostólica, nos describe aquí, casi en una sinfonía perfecta, la
experiencia fontal del predicador, de lo que debe sentir. Él no ha trazado en
el sermón la cuestión eclesiológica del origen de la Iglesia en Pentecostés;
solamente ofrece algunos detalles mínimos. Parece que su propósito con este sermón era llegar a los
predicadores. Existen varios indicios al respecto, pero lo delata rotundamente
al final del mismo:
Esta es la escuela donde han de aprender los
predicadores a predicar, éstas son las palabras vivas que han de dar vida;
porque ni palabras muertas darán vida a ninguno, ni palabras que salen de
corazón frío alentarán a ninguno.
Miguel de Burgos Núñez, V Centenario del
Nacimiento de Fray Luis de Granada (1504-1588), en Actas del, ed. CajaSur, Córdoba 2005, p. 92
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