PERÍODO DE LOS GRANDES ESCRITORES MÍSTICOS
(1554-1585)
Fray Luis de
Granada, en su Rhetorica ecclesiastica (Lisboa, 1576), quiere poner,
según ideas fomentadas por la Contra-reforma, todo el arte de la Antigüedad al
servicio del catolicismo. Así, utilizando continuamente las doctrinas de
Aristóteles, Cicerón o Quintiliano, cree que la elocuencia debe provocar la
admiración de los oyentes, según dicen esos autores; pero al hermanar lo pagano
y lo cristiano, utiliza también las enseñanzas de san Agustín: antes que
aquella admiración, el que enseña debe buscar el provecho del oyente; nada
importa la pureza del lenguaje si no es bien comprensible; el refrán griego lo
dice, «habla tan basto como quieras, con tal que hables claro»5.
Y lo mucho que
Granada se inclinó al concepto de san Agustín lo indica el maestro Francisco de
Medina, quien encomiando con orgullo a su coetáneo y coterráneo, le juzga sin
embargo como «orador divino» que descuida las cosas del suelo y «las disciplinas
humanas»6.
Pero Medina, preocupado con la reforma de la lengua literaria propugnada por
la escuela sevillana, es injusto al no reconocer altos méritos humanos en fray
Luis de Granada, el primer escritor que hizo sentir toda la fuerza oratoria de
que era capaz la lengua vulgar. Se le llamó el Cicerón de España 7. Fue el primero que trabajó esforzadamente por
dotar a la lengua escrita de un periodo amplio, de rotundez oratoria y silogística,
para superar las cláusulas cortas y sencillas de la conversación familiar. Es
verdad que en su gusto por las grandes estructuras abusa de la subordinación
sintáctica en vez de la coordinación, sobre todo abusa de la subordinación
mediante el relativo el cual 8; pero este y otros descuidos no
nos quitan de apreciar su grandilocuencia unas veces, su emotividad poética
otras, y aquella constante «lindeza, gravedad y fuerza en el decir (notada por
Ambrosio de Morales), que parece no quedó nada en esto para mayor
acertamiento»9.
Fray Luis,
además, nos interesa como valiente defensor de la lengua vulgar. A poco de
publicar él sus primeras obras, el Libro de la oración y meditación, 1554, y la Guía
de pecadores, 1556,
suscitaba una tempestad inquisitorial otro libro en romance del Arzobispo de
Toledo fray Bartolomé Carranza, el Catecismo cristiano, 1558. Mientras los
autores protestantes, empezando por Lutero y Calvino, se esmeraban en perfeccionar
el estilo de sus lenguas maternas prescindiendo del latín, los teólogos
católicos solían mirar con invencible recelo los escritos religiosos en lengua
vulgar, por el peligro existente en divulgar doctrinas que no podían ser
comprensibles a los no preparados para entenderlas, y que, por ejemplo, corrían
peligro de conducir a la mística herética de los «alumbrados», entonces
alarmante. El dominico Melchor Cano, que tanto se había distinguido en el
segundo periodo del Concilio de Trento (1551-52), donde precisamente Carranza
había tratado la conveniencia de prohibir la Biblia en
lengua vulgar10,
llevado de su carácter extremista, dictaminó duramente en España contra sus
dos hermanos en religión; y uno de los principales cargos que les hacía era
contra Carranza «porque su Catecismo da a la gente ruda, en lengua vulgar,
cosas dificultosas y perplejas», y contra Granada porque «por el provecho de
algunos pocos da por escripto doctrina en que muchos peligrarán» 11. El Inquisidor General Fernando de Valdés, otro
extremista, encarceló al Arzobispo (que recluido acabó su vida) e incluyó en el índice
de libros prohibidos, de
1559, las obras de Granada. Pero éste, más afortunado que Carranza, libró con
dar una nueva redacción a su Guía de pecadores, 1567, y prosiguió incansable
la publicación de obras en romance, justificándolo en un Prólogo
galeato, donde
defiende la necesidad de divulgar las buenas doctrinas, «porque si son grandes
los daños de los naufragios, son muchos mayores los provechos de la navegación» 12. Su opinión triunfaba; de sus obras se hicieron
en pocos años de la segunda mitad del siglo XVI más de 300 traducciones en las
lenguas vulgares de Italia, Francia, Inglaterra, Alemania, Flandes y Polonia13. Así, Granada con sus
argumentos y, sobre todo, con sus admirados libros defendió la lengua vulgar en
el momento más crítico de la Contra-reforma.
Diego Catalán: Historia de la Lengua Española de Ramón Menéndez
Pidal (2005)
NOTAS
5 Traducción de la Retórica, en la ed. «BAE», XI, p. 571a y b.
6
En el prólogo al Garcilaso, Anotado por Herrera, Sevilla, 1580, p. 4.
7
R. Switzer, The Ciceronian Style in Fr. Luis de Granada, 1927.
8 Apunté ejemplos en mi Antología
de prosistas. El
mismo abuso de el cual,en el padre Rivadeneira (R.
Lapesa, en la RFE, XXI,
1934, p. 46.)
9 Morales, en la segunda edición de su Discurso, 1585 (véase en la «BAE», LXV,
p. 382).
10 B. J. Gallardo, Ensayo
de una B
No hay comentarios:
Publicar un comentario