Ponemos adelante entre las maravillas y obras de Dios
la virtud que puso en las semillas de las plantas. Porque en una pequeña pepita
de una naranja puso virtud para que de ella naciese un naranjo, y en un
piñoncillo, para que de él naciese un grande pino. Mas esto es muy poco en
comparación de la virtud que puso en la materia de que se forma el cuerpo
humano. Porque de una de estas semillas no se fabrica más que las raíces y el
tronco y ramas del árbol, con sus hojas y fruto. Mas de la materia de que el
cuerpo humano se forja, con ser una simple substancia, viene a formarse tanta
variedad de miembros, de huesos, de venas, de arterias, de niervos, y de otros
innumerables órganos, y éstos tan acomodados al uso de la vida, que si algún
ingenio llegase a conocer todas las particularidades y menudencias y
providencias que en esto hay, mil veces quedaría atónito y espantado de la
sabiduría y providencia del Criador, que de tan simple materia tantas y tan
diferentes cosas pudo y supo formar. Porque ninguna hay que no está clamando y
diciendo: ¿quién pudo hacer esto sino Dios? ¿Quién pudo dentro de las entrañas
de una mujer, sin poner ella nada de su industria, fabricar una casa para el
ánima con tantas cámaras y recámaras, con tantas salas y retretes, y con tantas
oficinas y oficiales, sino Dios?. Lo cual manifiestamente declara ser ésta obra
trazada por una infinita sabiduría, que en nada falta ni yerra. Lo cual prueban
los médicos y filósofos por esta demostración. Dicen ellos que en todo el
cuerpo del hombre hay más de trescientos huesos entre grandes y pequeños. Y así
en cada lado hay más de ciento y cincuenta huesos, y cada uno de ellos tiene
diez propiedades, que los anatomistas llaman scopos[1],
conviene saber, tal figura, tal sitio, tal conexión, tal aspereza, tal
blandura, y otras semejantes. De suerte que multiplicando estas diez
propiedades, y atribuyéndolas a cada uno de los ciento y cincuenta huesos, resultan mil y quinientas propiedades en los huesos de un lado, y otras tantas en el otro.
Pues en estos huesos hay tres obras y maravillas de
Dios que contemplar. La primera es la encajadura y enlazamiento de los huesos
unos con otros, con sus cuerdas y ligamentos, tan perfectamente hecha como ya
dijimos. La segunda es la semejanza que tienen los huesos del un lado con los
del otro, no solamente en el tamaño, sino también en estas diez propiedades que
aquí dijimos. De modo que cuando crecen con la edad los huesos, pongo por
ejemplo, de la una mano, con ese mismo compás y medida crecen los de la otra, y
con esas mismas propiedades, que tienen, sin haber diferencia de una parte a otra.
Y lo mismo se entiende de las costillas, y de las cañas de los brazos, y de las
piernas del un lado y del otro. La tercera maravilla, que a mí espanta más que
las susodichas, es ver la hechura y las propiedades que tiene cada hueso de
éstos para el lugar donde está y para el oficio que ejercita.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t.
IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 218-9
[1] Cf. LAÍN ENTRALGO, Pedro, La antropología en la obra de fray Luis de
Granada, CSIC, Madrid 1946, p. 149-152
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