Se celebraban
unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús había sido invitada a la
boda[1]. En este pasaje se ofrecen para nuestra meditación
tres virtudes asombrosas de la santísima Virgen: su humildad, su caridad sin
límites y su fe inquebrantable. Humildad, porque la reina de los ángeles y de
los hombres asistió a la boda de unos novios pobres. Caridad sin límites,
porque cuando faltó el vino, haciendo propia la necesidad ajena, la expuso a su
Hijo con toda humildad. Y fe inquebrantable, porque, cuando el Hijo pareció
responder con dureza a la petición de su madre, que le rogaba que pusiera
remedio a la indigencia de aquel pobre matrimonio, ella, sin embargo, haciendo
caso omiso a la dura respuesta, ordenó a los servidores tener confianza, y les
dijo que obedecieran ciegamente a su Hijo, con esta frase lacónica: Haced lo que Él os diga[2]. Que es como si
dijera: no juzguéis humanamente esta orden. Obedeced humildemente a lo que se
os manda, aunque de primeras os parezca absurdo y sin sentido.
Ciertamente todos los hombres piadosos
deben proponerse estas palabras como la primera norma de vida cristiana
transmitida por la Virgen
santa. Pero pongamos bien las bases: hemos de comportarnos con los hombres de
una manera, y de otra con Dios. Para tratar con los hombres, es bueno usar el
sentido común y la razón; pero para tratar con Dios, hay que ejercitar sobre
todo la fe y la obediencia. Pues lo que Dios manda, aunque parezca imposible,
no hay que cuestionarlo, sino hacerlo; esto es, no debemos pesarlo en la
balanza de la razón humana, sino hacerlo sin titubeo alguno, pues su sabiduría
y su poder están por encima de cualquier juicio de la razón natural…
Y así, si Dios te ordena, como
antiguamente a Pedro, que camines por encima de las olas del mar[3],
camina seguro, pues el mar será para ti como un cuerpo sólido, que podrás
pisar. Y si te ordena hablarle a una piedra, para que mane agua, háblale, pues
la piedra dura se convertirá en un surtidor[4]. Y si
dijera que le ordenes detener su curso al sol que se mueve en el cielo,
ordénaselo, pues el sol te obedecerá a ti, que se lo ordenas, como en otro
tiempo a Isaías[5]. Y si te ordena vestir al
desnudo, alimentar al hambriento y perdonar al que te ofende, no quieras como
los mundanos, eximirte de ello, diciéndote: si doy limosna, quizá mañana pasaré
necesidad; si perdono fácilmente al que me ofende, la facilidad del perdón será
un acicate para él, y entonces animaré a todos contra mí. Estos son
pensamientos de la prudencia humana y no deben anteponerse a los preceptos de
Dios. Y así, para todo lo demás utilizarás la razón; mas para obedecer a Dios
la fe, la sencillez y la obediencia. Y podrás decir con el Profeta: Soy como un borrico junto a Ti, que se deja
llevar no de su antojo, sino del gusto de su amo[6].
Fray Luis de Granada, Obras Completas t. XXVI , F.U.E. Madrid
2000, p. 107-9
Traducción de Mª del Mar Morata
García de la Puerta
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