Qué
cosa hay más íntima que estos nombres? ¿Qué cosa hay más sublime y de mayor
unión? Habiendo muchas cosas muy dignas de atención en este lugar, lo primero
que se nos declara es con cuánto deseo de la gloria del Padre se abrasaba
Cristo Señor, para quien nada era más querido, nada más importante que
manifestar su gloria de todos los modos. Y todos sus cuidados los tenía puestos
en solo esto, de tal manera que todo el que cumpliese la voluntad del Padre era
para él hermano, hermana, madre y, finalmente, cuanto en la tierra puede
estimarse de mayor unión. En una palabra, que no reconocería como hermanos, ni
madre o con otro nombre que haya más íntimo, sino el de aquel que se dedicase
por entero a complacer al Padre. Porque esto es lo que dice: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis
parientes?[1]. Como si dijera:
No conozco otros hermanos ni otra madre, sino
aquellos que se dedicaron enteramente al servicio de mi Padre. Esto
mismo es lo que dice en otro lugar a los discípulos que le ofrecían alimento: Yo tengo por comida un alimento que vosotros
no conocéis. Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y consumar
su obra[2]. Luego, en lo que
se refiere a nuestra felicidad, debe notarse principalmente cuánta sea la dicha
del hombre constituido en gracia, a quien el Hijo de Dios lo vincula a sí con
títulos de tan estrecho parentesco que lo llama madre, hermano y hermana.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas t.
XXVIII, F.U.E. Madrid 2000, p. 359
(Traducción de Donato González- Reviriego)
(Traducción de Donato González- Reviriego)
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