Esta voluntad dice Cipriano que es la
que vuestro unigénito Hijo hizo y nos enseñó: Esta voluntad es humildad en la conversación, estabilidad en la fe,
vergüenza en las palabras, justicia en las obras, en las necesidades ajenas
misericordia, y en las costumbres disciplina: no hacer a nadie injuria, y sufrirla
después de hecha, tener paz con los hermanos, querer a Dios de todo corazón,
amarlo como a padre, temerlo como a Dios, no anteponer nada al amor de Cristo,
pues él ninguna cosa antepuso al nuestro. Hasta aquí son palabras de
Cipriano[1].
Pues esto, Señor, quiero, esto con
todas mis entrañas deseo, que en mí y por mí se haga vuestra voluntad, y que yo
sea todo vuestro y todo me emplee en vuestro servicio. Ya no me lleve tras sí
mi apetito, ni tenga ya más respecto a mis intereses, no a la afición sensual
de los parientes y amigos, no a las voces del mundo, no a los afectos de carne
y de sangre, no piense cuál sea cosa sea amarga o dulce, honrosa o deshonrada,
fácil o dificultosa, mas solamente pretenda hacer en todo vuestra sancta
voluntad. Esto solo me sea alegre, esto suave. Ésta sea toda el alegría y gozo
de mi corazón, estar en todo tiempo y lugar haciendo vuestra voluntad. ¡Oh, si
yo solo pudiese cumplir con todos los servicios que se os deben!. Ciertamente,
Señor, si yo fuese por vuestra honra despedazado, esto debería querer más que
todos los deleites que pudiese haber, salvo si estos deleites no redundasen más
en vuestra gloria, porque ya entonces no desearía los deleites por los
deleites, sino por solo vuestro servicio, porque ya yo no tengo que ver con mi
voluntad, sino con la vuestra. ¿Qué cosa puede ser a mí mayor, más dulce y más
amable que resolverme todo en vuestra honra?...
Y no dudo, Señor que más se alegran los ángeles y las ánimas
sanctas de la magnificencia de vuestra honra, que de la grandeza de su gloria.
Y, por tanto, así como vuestra voluntad perfectamente se cumple en el cielo, así
se cumpla en la tierra, de tal manera que todos con grandísimo fervor de corazón
la sigamos, por honras y por deshonras, por infamias y por buena fama, por
adversidades y prosperidades, renunciando todas las otras voluntades y
respectos que no sean según vos y por vos, pues vos solo sois nuestro Dios, vos
solo por excelencia nuestro padre, vos solo Rey de los reyes y Señor de los
señores, y así a vos se debe suma obediencia, perfecta reverencia, eterna
gloria y alabanza en los siglos de los siglos. Amén
Fray
Luis de Granada, Obras Completas t.
V, F.U.E. Madrid 1995, p. 381-2
[1] S. CIPRIANO, De dominica oratione, 15: PL 4, 529
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