La causa inmediata de la institución de este
sacramento fue la que el mismo Señor expresó cuando lo instituía, diciendo: Haced eso en memoria mía[1]. Esto es en memoria
de mi pasión y muerte, y de aquella caridad excelentísima con que yo perdí la
vida, para daros a vosotros la vida eterna. En este sacramento, pues, el Señor
nos dejó una señal de esta caridad. Efectivamente, los que se aman con un amor
ardentísimo, cuando se separan mutuamente, ya que a sí mismos no se pueden
dejar –lo que principalmente querrían si pudieran- suelen dejar algún sucedáneo
que los recuerde, y para esto se suelen dar alguna señal como un anillo, o algo
semejante en testimonio de amor, para que llevándolo a la vista, no permita que
se pierda la memoria del amigo ausente. Por lo demás, superando inmensamente a
todos los otros amores el amor de Cristo a su Esposa la Iglesia , y él por su
virtud omnipotente pueda quitarse de nuestra vista, y también quedarse con
nosotros, debió dejar a su Esposa una señal, en la cual quedara perpetuamente
con ella no algo suyo, sino él mismo. Añade que aquel sumo sacrificio de la
pasión del Señor proveniente de esta misma caridad, una vez ofrecido nos aprovecha
siempre para la salvación, y, por eso, debe ser perpetua su memoria, porque
perpetuamente obra nuestra salvación.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas t. XXXI,
F.U.E. Madrid 2001, p. 210 (Traducción de Donato González- Reviriego)
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