Al agolparse, pues, de este modo sobre Jesús la
multitud para oír la palabra de Dios, comenzó a desempeñar su oficio el Maestro
celestial, que no juzgaba ningún tiempo ni ningún lugar poco oportuno para
ello. Así, realizaba su misión profética unas veces en la sinagoga, otras en el
monte, a veces en la llanura, a veces en la orilla del mar. Por tanto, en lugar
de púlpito cubierto con paño de seda y recamado en oro, subió a la barca para
realizar esta misión libre de la muchedumbre y del apretujamiento del pueblo.
Rogó en consecuencia a Pedro, el cual era dueño de la barca, que la apartara un
poco de tierra. En esto se manifiesta la amabilidad y dulzura del Señor, ruega
a Pedro, a quien, como soberano de todo, podía mandar dar órdenes.
No carece de misterio que quisiese que
la nave fuera apartada un poquito de tierra. San Agustín explica esto de modo
que instruye al predicador para que en la tarea de enseñar no se adhiera
excesivamente a la tierra ni se aleje demasiado de ella, es decir, para que
enseñando lo terreno, no se acomode al deseo de los hombres instintivos, que
sólo se complacen en las cosas terrenas, ni, por el contrario, pretenda enseñar
cosas demasiado elevadas o difíciles, cosas que no puedan comprender los
oyentes. De este modo se acomodaba ejemplarmente Pablo a la capacidad del
pueblo: hablaba con lenguaje elevado de sabiduría entre los perfectos y
alimentaba con leche a los débiles[1].
Cuando terminó de enseñar a la multitud en la
navecilla de Pedro, dice a éste: Rema
hacia alta mar y echad las redes para pescar[2]. El
piadoso y benigno Señor no quiso dejar sin premio ni siquiera aquella pequeña
atención de Pedro. Si es tan grande su generosidad y magnificencia que no deja
sin premiar ni siquiera un vaso de agua fresca[3]; qué
tiene de sorprendente si quisiera remunerar con toda magnificencia esta tan pronta
voluntad de Pedro?. Pues él no paga igual por igual, al modo de los mercaderes,
sino que por su divina generosidad
recompensa lo poco con lo mucho. De este
modo premió a Pedro: por haber puesto a su disposición una navecilla para
predicar, le da dos cargadas de peces. Le dice Rema hacia alta mar y echad las redes para pescar. Simón Pedro le
responde: Maestro, hemos estado bregando
toda la noche y no hemos cogido nada; pero, en tu palabra, echaré las redes[4].
Fray
Luis de Granada Obras Completas, t. XXXVI,
F.U.E. Madrid 2002, p. 223-5
(Traducción de Carlos Cristóbal Cano y Álvaro Huerga)
(Traducción de Carlos Cristóbal Cano y Álvaro Huerga)
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