De modo que
aquel Pablo, grande entre los apóstoles, arrebatado al tercer cielo, maestro de
los gentiles y vaso de elección, que había sido elegido por Dios para guardar
en él los tesoros admirables de los dones celestiales, con los que enriquecer
al mundo universo, sufría tal penuria de lo necesario para vivir, que decía: Estando yo en vuestra patria y necesitado.
¿De qué carecías tú, Pablo?. No de lo superfluo, que no usabas, sino de las
cosas necesarias como la túnica, el pan, la casa o el calzado; tanto que,
obligado por la pobreza, te acostabas a veces sin cenar, y con frecuencia no
tenías con qué calmar el hambre, ni con qué cubrir tu desnudo costado y evitar
el rigor del frío y la desnudez. Tú mismo lo decías: en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez[1]. Si no tenías
estas cosas, cierto que carecías de lo necesario, no de lo superfluo, para que
se vea claro cuán querida es para nuestro Dios la humildad y la pobreza
emparentada con ella.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIX,
F.U.E. Madrid 2003, p. 338-341
(Transcripción
y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)
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