DE
LA DECIMAQUINTA EXCELENCIA DE LA RELIGIÓN CRISTIANA, QUE ES SER CONFIRMADA POR
MUCHOS Y MUY GRANDES MILAGROS.
Después del testimonio de los santos
doctores y de los mártires, síguese otro mayor, que es el de los milagros. Para
lo cual es de saber que la divina Providencia, que dispone todas las cosas
suavemente, y las ordena en número, peso y medida, que es con summa igualdad y
sabiduría, no había de obligar al hombre a creer cosas que están sobre toda
razón y sobre todas las leyes de la naturaleza, sin medios eficaces y proporcionados
para creerlas. Ca por medios sobrenaturales se han de probar las cosas que
sobrepujan toda la facultad de naturaleza. Estos medios son milagros y
profecías, de que aquí habemos agora de tratar. Porque milagros son obras de
solo Dios, que puso leyes a las criaturas que él crió, las cuales nadie puede
dispensar sino solo el que las dio. Y esto es hacer milagros, como es mandar al
fuego que no queme, como lo hizo con aquellos tres santos mozos echados en el
horno de Babilonia[1], y mandar al agua que no
corra al lugar bajo, como lo hizo deteniendo las aguas del río Jordán, para que
pasase su pueblo a pie enjuto por él[2].
Pues estos milagros son pruebas tan
suficiente de la fe, que ninguna demostración matemática iguala con ellos.
Porque haciéndose un milagro en confirmación de la doctrina que se predica es
visto ser Dios el testigo de ella, pues nadie puede hacer milagros, sino solo
él, o sus santos por él. Y el testimonio de Dios excede todos los otros
testimonios y argumentos de verdad que puede haber. De aquí procedió la fe de
muchos, y el conocimiento del verdadero Dios, como parece por muchos ejemplos
así del viejo como del nuevo Testamento[3]…
Agora
vengamos al testimonio de los milagros, con que está fundada nuestra fe, los
cuales como sean más que las estrellas del cielo, si mirásemos los que están
escritos en las vidas de los santos, yo aquí no entiendo referir sino pocos,
mas estos tan ciertos y averiguados, que ningún hombre, si fuere cuerdo y avisado,
aunque sea infiel, pueda poner sospecha en ellos[4]…
Porque
los milagros recientes, que tienen presentes los testigos, suelen mover más los
corazones, pido al cristiano lector o se canse dq qu añadamos otros tres a los
que están referidos. Y por ser ellos tan nuevos, me fue necesario pedir licencia
a las partes a quien tocaban para escribirlos[5].
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. X,
F.U.E. Madrid 1996, p. 249-293ss
*****
En
el diario ABC apareció hace poco el
siguiente titular: La inexplicable curación de un niño español. Dado el caso de
que el padre era compañero de un hijo mío, me animo a escribir el relato que
apareció en el periódico, con el consiguiente permiso del padre.
Chema
es el segundo hijo de Concepción e Ignacio. Nació con hidrocefalia, pero, después de un
tratamiento, terminó por ser un niño como cualquier otro. En marzo de 2009,
después de unos espasmos fisicos diesen la voz de alarma, le fue diagnosticada
una rara y terrible enfermedad: el síndrome de Rassmussen. Los médicos dieron
la única solución que se conoce: extirpar parte de la mitad dañada del cerebro,
en concreto, las zonas que controlan el aparato motor.
Sus padres,
abuelos y un inabarcable número de amigos y conocidos le dedicaban su cariño y
sus rezos. Concepción e Ignacio visitaban a diario la capilla del hospital,
encomendaban su pequeño a la Virgen y pasaban largos ratos ante el Santísimo…
Concepción no
sólo pidió la sanación de Chema: Durante la oración sentía que Juan Pablo II
podía interceder por Chema, y que el milagro que hiciese con él podría suponer
la canonización del Papa. Así que comenzó a pedir la intercesión del Pontífice,
su marido también pedía la intercesión del Papa.
En agosto,
como los médicos se iban de vacaciones y no podían hacer el seguimiento, se fijó
una nueva fecha para la operación, ya
después del verano. Pero no hizo falta: un día, Chema empezó a mover el brazo.
Después, las piernas. Y más adelante se irguió con normalidad. Los médicos del Niño
Jesús se lo confirmaron en septiembre a la familia: no se habían equivocado de
diagnóstico, no tenían explicación médica, no sabían qué había pasado. ‘Nos
dijeron que la Medicina no lo explica todo, que la enfermedad, simplemente había
desparecido, y le dieron el alta al niño’, dice la madre.
Su
caso está en manos de la Causa de canonización de Juan Pablo II.[6]
No hay comentarios:
Publicar un comentario