LA SUJECIÓN
La
sujeción se coloca entre las formas
de los argumentos, porque tiene fuerza de argumentar. Y esta misma se cuenta
entre las figuras, porque es de exquisito primor. Frecuentemente usamos de ella
en la confutación, cuando respondemos a lo que puede oponerse contra nosotros,
con una breve sujeción a la razón. Así, pues, san Jerónimo en la Carta a Heliodoro, en que le exhorta a
la vida solitaria, satisface a las tácitas objeciones de este modo: “¿Temes la
pobreza? Pero Cristo llama bienaventurados a los pobres. ¿Te amedrenta el
trabajo? Mas ningún atleta se corona sin sudor. ¿Piensas en la comida? Pero la
fe no teme el hambre. ¿Has miedo de lastimar en el duro suelo tus miembros,
consumidos de los ayunos? Mas el señor se acuesta contigo. Pónete horror el
desaliñado pelo de tu sucia cabeza? Pero tu cabeza es Cristo. ¿Te espanta la
inmensa soledad del yermo? Mas paséate en espíritu por el paraíso. Cuantas
veces con la contemplación allá subieres, tantas no estarás en el desierto. Sin
los baños ¿se pone áspera y dura la piel de tu cuerpo? Pero el que una vez se
lavó en Cristo, no necesita de lavarse otra. Y para responder brevemente a
todo, oye al apóstol que dice: No tienen
proporción los sufrimientos de la vida presente con aquella gloria que algún
día se descubrirá en nosotros[1]”. Hasta aquí
Jerónimo.
Con esta misma figura celebra y alaba
san Cipriano a los felicísimos confesores de Cristo, que estaban condenados al
trabajo de las minas, por estas palabras: “El cuerpo en las minas no se abriga
con cama y colchones, pero con el refrigerio y consuelo de Cristo se recrea.
Las entrañas, fatigadas de los trabajos, yacen en el suelo; mas echarse con
Cristo no es pena. Sin el uso de los baños se ensucian los miembros, por el
sitio e inmundicia desfigurados; mas por dentro espiritualmente se limpia lo
que por fuera carnalmente se empuerca. Hay allí poco pan; pero no vive el hombre con pan solo, sino con
la palabra de Dios. Falta ropa a los que tienen frío; pero bien vestido y
aderezado está el que viste a Cristo. La cabeza medio trasquilada tiene
espeluzado el cabello; pero siendo Cristo la cabeza del varón, preciso es que
lo que es insignia para el nombre del señor parezca bien en aquella cabeza,
cualquiera que sea. Esta deformidad tan aborrecible y fea a los ojos de los
gentiles, ¿con qué resplandor será premiada?”[2].
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXIII,
F.U.E. Madrid 1999, p. 210-1
Traducción
auspiciada por José Climent
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