Les da el valle de Acor, es decir, el valle de la
conturbación, como puerta de esperanza, pues, cuando por el magisterio
celestial se conoce la fealdad y deformidad horrorosa de los pecados, en los
que el hombre yació tanto tiempo, el alma es sacudida por el miedo, el dolor y
la inquietud, y con esta perturbación se levanta a la esperanza de la misericordia
divina, porque entiende que es verdad lo que dice el profeta: Un espíritu afligido es un sacrificio a
Dios, no despreciarás, Señor, un corazón contrito y humillado. Por esto,
dice san Agustín, ‘el verdadero penitente
se duele y al mismo tiempo se alegra en su dolor; teme y de este temor
saludable se levanta a la esperanza del perdón, perdón que ha sido prometido a
los que se arrepienten y temen a Dios’[1].
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXVII,
F.U.E. Madrid 2000, p. 162-3
Transcripción
y traducción de Ricardo Alarcón Buendía
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