No carece de misterio que quisiese que la nave fuese
apartada un poquito de tierra. San Agustín explica esto de modo que instruye al
predicador para que en la tarea de enseñar no se adhiera excesivamente a la
tierra ni se aleje demasiado de ella, es decir, para que, enseñando lo terreno,
no se acomode al deseo de los hombres
instintivos, que sólo se complacen en las cosas terrenas, ni, por el contrario,
pretenda enseñar cosas demasiado elevadas o difíciles, cosas que no puedan
comprender los oyentes. De este modo se
acomodaba ejemplarmente Pablo a la capacidad del pueblo: hablaba con lenguaje
elevado de sabiduría entre los perfectos y alimentaba con leche a los débiles[1].
Cuando
terminó de enseñar a la multitud en la navecilla de Pedro, dice a éste. Rema hacia alta mar y echad las redes para
pescar[2]. El piadoso y benigno Señor no quiso dejar sin premio ni siquiera
aquella pequeña atención de Pedro. Si es tan grande su generosidad y
magnificencia que no deja sin premiar ni siquiera un vaso de agua fresca[3]. ¿qué tiene de
sorprendente si quisiera remunerar con toda magnificencia esta tan pronta
voluntad de Pedro?. Pues él no paga por igual, al modo de los mercaderes, sino
que por su divina generosidad recompensa lo poco con lo mucho. De este modo
premió a Pedro: por haber puesto a su disposición una navecilla para predicar,
le da dos cargadas de peces. Le dice: Rema
hacia alta mar y echad las redes para pescar. Simón Pedro le responde: Maestro, hemos estado bregando toda la noche
y no hemos cogido nada; pero, en tu palabra, echaré las redes[4]. En estas palabras
se ensalza al máximo la obediencia de Pedro, pues, al invitarlo el Señor a una
nueva pesca, obedeció con sencillez la orden de éste. Ciertamente Pedro, sirviéndose
de la prudencia humana, hubiera podido responder al Señor con las palabras que
acabamos de citar: Maestro durante toda esta noche, que es el tiempo mejor para
pescar, exploramos todos los lugares de este mar que estimábamos más idóneos
para la pesca, y no cogimos nada; por tanto, ¿cómo podremos capturar algo
ahora, con la claridad meridiana?. Por tanto ¿para qué probar de nuevo en vano
la fortuna del mar, máxime cuando ya, desesperados de capturar algo, hemos
lavado y plegado las redes?. Esto hubiera podido responder Simón.
Pero,
haciendo memoria de su nombre Simón quiere decir obediente, no responde nada,
no alega nada contra el que manda, sino que con ánimo sencillo y rápido ejecuta
el mandato del Señor.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXVI,
F.U.E. Madrid 2002, p. 224-227
Transcripción y traducción de Carlos Cristóbal Cano y Álvaro Huerga
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