Habiendo el Señor enseñado al pueblo desde la
navecilla de Pedro, dijo a éste: Rema
hacia alta mar y echad las redes para pescar[1]. Con estas
palabras quiso indicar el Señor la conversión de los gentiles, que habitaban
regiones muy distantes. Por este motivo Isaías anuncia que será izada una enseña para los pueblos. Y añade: He aquí que el Señor proclama este pregón
hasta los confines de la tierra[2]. Por eso, cuando
mandó echar las redes en alta mar, es como si dijera a Pedro, príncipe de los
apóstoles: Extiende la red evangélica por toda la superficie de la tierra. A
nadie exceptúo, a nadie excluyo del beneficio de mi redención y salvación. Creé
a todos los hombres, a todos quiero hacer partícipes de mi felicidad y de mi
gracia. ¿Acaso soy Dios sólo de los judíos?
¿No lo soy también de los gentiles? Sí, por cierto, también de los gentiles. Rema
hacia alta mar y echad vuestras redes para pescar, no peces, sino hombres; no
redes que pongan asechanzas de muerte para los peces, sino redes que conquisten
hombres para la vida. Rema hacia alta mar,
es decir, hacia lo más interior del mar. Es corrientísimo entender el mar como
figura del mundo. Este mar, en efecto, se hincha por la soberbia, hierve por la
avaricia, se cubre de espuma por la lujuria y levanta diversas olas y borrascas
por las variadas tentaciones de los espíritus inmundos.
Pues en este mar del mundo mandó el
Señor echar las redes para pescar. Y la red con la que son extraídos de este
mar los peces está como tejida con variados hilos, no con los de la ciencia o
elocuencia humanas, ni con las agudezas de los filósofos, sino con los de las
palabras de la celestial doctrina, de los poderes del Espíritu Santo y de las
obras milagrosas. Por eso dice san Pablo: Mi
palabra y mi predicación no consistieron en persuasivos discursos de la humana sabiduría, sino que fueron
manifestación del Espíritu y del poder, para que vuestra fe se funde no en la
sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios[3]. Efectivamente,
estas redes apostólicas, como dice Ambrosio, sacan a los hombres de lo profundo
de este mar a la luz, y a los agitados por las olas los hacen subir del abismo
al cielo[4].
¿Quiénes son estos peces que yacen
sumergidos en lo profundo de las aguas?. Ciertamente aquellos que nunca levantan
los ojos al cielo, que no piensan en absoluto en la vida futura, que no se
acuerdan de que han sido creados y modelados por Dios para la vida eterna, que
sólo se preocupan, anhelan y desean las cosas de la tierra. Porque al modo como
las aves y los otros animales continuamente se preocupan sólo de lo necesario
para el sustento, así éstos, como si estuvieran privados de la razón, sólo
buscan, con todo cuidado y afán, los bienes terrenos, con los que asegurar la
vida corporal. Precisamente a sacarlos del profundo remolino de las aguas para
que puedan respirar a pleno pulmón está destinada la red evangélica. Felices en
verdad serán aquellos a quienes esta red saca del abismo de los pecados y
errores a la luz, del sórdido cieno a la pureza de la vida, de las olas de las
pasiones al empeño de una vida íntegra e inocente.
Así, pues, habiendo mandado el Señor a
Pedro echar las redes, él por su parte, respondió: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada;
pero, en tu palabra, echaré las redes, etc.[5]. De estas palabras
de Pedro claramente se deduce cuánto excede el poder divino la habilidad
humana, pues ésta bregando toda la noche no consigue nada y, en cambio, el
poder divino hace en un instante lo que la habilidad humana nunca puede
realizar, ni siquiera con mucho trabajo. La verdad de esta afirmación la
experimentan frecuentemente no sólo los hombres del siglo en sus proyectos y
empresas, sino también los hombres espirituales, que se consagraron por entero
a la práctica de las cosas divinas. Efectivamente, muchas veces, bregando toda
la noche en el ejercicio de la plegaria y tratando de conseguir la presencia
del Señor, les parece que han trabajado en vano al no conseguir ningún fervor
de la caridad, ningún consuelo de devoción, ningún gozo espiritual.
Y, sin embargo, a veces sucede a estos
mismos que sin buscarle les sale al encuentro el suspirado Señor, y los
previene con bendiciones de dulzura y los inunda con la abundancia de la gracia
de la divina consolación. Por tanto, en medio de estas vicisitudes el hombre
justo conoce su debilidad y el don del poder divino. Con lo primero avanza en
la humildad, con lo segundo en el fervor de la caridad, pues el espíritu
humano, cuando se ve de este modo privado de la luz y custodia divina y
cubierto por las tinieblas de la tristeza, conoce claramente su pobreza y
debilidad. Y cuando por el contrario, ve que estos consuelos divinos huyen a
veces siendo buscados y vuelven frecuentemente sin buscarlos, comprende fácilmente
que son no tanto conquistas de la actividad humana cuanto beneficios de la
divina liberalidad….
Cuando, por tanto, Pedro hubo echado
las redes por mandato del Señor, cogió tanta cantidad de peces que llenó las
dos navecillas.. Los Santos Padres interpretan las navecillas de este pasaje
como las dos clases de hombres que componen la única Iglesia, a saber judíos y
gentiles.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXVI,
F.U.E. Madrid 2002, p. 252- 257
Transcripción
y traducción de Carlos Cristóbal Cano y Álvaro Huerga
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