Como faltaba vino en la boda, la madre de misericordia
dijo a su Hijo: No tienen vino[1]. Expone la
necesidad al Hijo queridísimo, pues sabía que Él estaba dispuesto a ayudar a
los novios necesitados.
De esta petición de la Virgen deducimos que el Señor
ya había hecho algunos milagros particulares, aunque san Juan diga que éste fue
el primero. Pues si Jesús se hubiera pasado treinta años sin hacer uno solo, a
ver cómo puede explicarse que ahora la Virgen se lo pida con tanta seguridad de
conseguirlo, si ni siquiera el milagro se hacía para conseguir la salvación del
alma, ni la salud del cuerpo.
Aprendemos también que, en cualquier apuro y
necesidad, debemos dirigirnos al Señor como la santísima Virgen. Así dice David:
Recito mi oración en su presencia y
expongo mi tribulación ante Él, cuando me abandona mi espíritu[2].Pues igual que los
niños van a sus madres, cuando se les presenta una situación triste o alegre;
así también los hombres piadosos, como niños pequeños, deben refugiarse en el
regazo de la Madre de la misericordia. Esto es lo que David hacía, cuando dice:
Como el niño en el regazo de su madre, así
está la respuesta en mi alma[3]. En lugar de esto,
otro traduce algo así: Como el niño en el
regazo de su madre, así está mi alma en mí. Esto es, como el niño descansa
plácidamente en el cariño materno, porque por su edad no sabe cuidarse, ni
mantenerse de pie, así el varón piadoso, que sabe de la debilidad de la
naturaleza humana, se refugia en Dios, cuyo corazón de madre se deja sentir
siempre en cualquier necesidad.
Y si esto debe hacerse en cualquier apuro, con más razón
en circunstancias difíciles. Dice el Crisóstomo: Cuando no esperemos ya la ayuda humana, no desesperemos ni nos
desanimemos. Agarrémonos al ancla de la fe, y lancemos la red de la esperanza
no al mar, sino al cielo: la nave sacudida por las tormentas de las tempestades
será liberada de todo peligro. Todo lo contrario hacen los que abandonan el
arma de la oración y de la fe, justo cuando debían agarrarla.
Es famosa la sentencia de Filón, hombre sapientísimo,
que al encontrar airado con los suyos al emperador Cayo, a quien se dirigía
como embajador de los judíos, dijo a sus amigos: Tened buen ánimo, amigos míos, aunque Cayo os sea hostil, porque el
auxilio divino asiste, cuando desaparece el humano.
En plena turbulencia, David ponía en un platillo de la
balanza la fuerza y la ayuda divina, y en el otro el poder y las riquezas
humanas. De ahí que, en el salmo 58, en lugar de: Guardaré mi fortaleza para Ti[4], san Jerónimo
traduce: Guardaré su fortaleza para ti.
Como si dijera: no puedo resistir el poder de Saúl; por tanto, consciente de mi
debilidad, te reservaré este combate, y pondré tu fuerza ante la suya. Pues lo
mismo que los artistas conservan para sí mismos sus mejores obras (las más difíciles), y entregan a sus alumnos el
resto; así también la divina providencia se reserva para sí misma las
situaciones más difíciles, las que exceden las fuerzas humanas, y deja el resto
a otros más débiles, aunque no se desentienda del todo.
Por tanto, no tenemos por qué pensar que Dios se cansa
de la continua inoportunidad de nuestros ruegos. Y así como una madre no se
cansa de dar de mamar a su niño, al contrario, su pecho lleno de leche va
quedando más libre del peso; así también nuestro Dios rebosa tantos bienes que
comunicar, que en absoluto le molesta quien le da motivo para compadecerse de él,
pues quiere darse a todos. Y ¿hay algo más grande que darse a los demás, que
repartir por doquier los rayos de su inmensa bondad?.
Fray
Luis de Granada, Obras Completas,
t. XXVI, F.U.E. Madrid 2000, p. 78-81
Transcripción y traducción de María del Mar Morata García de la Puerta
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