En
el que se trata de la verdadera sabiduría, que brilló admirablemente en este
padre santísimo, y en la cual consiste la felicidad. Y de la doble felicidad,
la una perfecta, y la otra incoada.
TEMA: Preferí la sabiduría a los reinos y tronos, y en
su comparación tuve por nada las riquezas
Ahora bien, si venimos a los santos del
Nuevo Testamento, ¿cuánta variedad hay en sus virtudes?, ¿cuánta humanidad
también? Admiramos en el obispo Cipriano el cuidado solícito de sus ovejas y el
ardor de su fe. Admiramos en el Crisóstomo la grandeza de ánimo y el menosprecio
de las cosas humanas y de los príncipes, como se atrevió a decir: Otra vez se enfurece Herodías, otra vez pide
que se le dé la cabeza de Juan en un plato. En san Basilio, como suena su mismo nombre, resplandeció también algo regio en sus costumbres. En aquel gran
Antonio, y en su discípulo Hilarión, aquella admirable mortificación de la
carne, y el amor de la soledad. Pues san Hilarión cambió siete veces de domicilio,
para evitar las numerosas visitas[1].
En san Agustín brilla principalmente el celo de la fe y el deseo incansable de
disputar contra los enemigos de la fe. En san Bernardo el amor increíble de la
piedad, y, por eso, el gran deseo de construir monasterios en los lugares más
desiertos. Vengo ahora al muy bienaventurado padre Jerónimo, cuya gloriosa
fiesta celebramos hoy. ¿Qué cosa en él no es admirable? ¿qué cosa no es grande
y magnífica? Uno admirará en él el ayuno de semanas, otro la larga duración de
sus vigilias, otro la asiduidad de la oración, mas yo admiro mucho en él el
amor de la Sagrada Escritura y su estudio continuo de la sabiduría divina, al
que se había dedicado enteramente. Esto lo hacía, de manera que una mínima
parte de la noche la dedicaba al sueño, menor a la comida y ninguna a la
ociosidad. Y con este estudio este santo varón dio mucha luz a la Iglesia y a los estudiosos de la Sagrada Escritura.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. XLIII, F.U.E. Madrid 2004, p. 378-9
Traducción de
Donato González-Reviriego